lunes, 17 de octubre de 2011

EL CUARTO NÚMERO - Virginia Woolf




NOTA URGENTE DE LA REDACCIÓN:
(Con motivo de una cita de Virginia Woolf)

La redacción, enterada de la vil agresión sufrida por nuestro amigo y contertulio, el conocido polígrafo y conferenciante Alcides Bergamota, une su voz a las que se han alzado sin demora para condenar tan salvaje atropello.

Nos permitimos recordar aquí brevemente a nuestros lectores lo sucedido, tanto para dar cuenta del bárbaro intento emasculador, como de la numantina y finalmente exitosa defensa del agredido, sucesos que han sido durante varios días portada de la prensa local.

Había sido el buen Bergamota invitado a pronunciar una conferencia de tema libre ante la FEIG (la Fundación para el Estudio de la Igualdad de Género). La mala fortuna quiso que la fecha elegida coincidiera con la de la sentencia que pronuncio el divorcio entre Bergamota y Berta Domínguez, compañera de fatigas y amores a lo largo de 20 años, desde los tiempos de la revuelta estudiantil. Reina entonces del adoquín, princesa de la barricada y hoy oportunamente reciclada en burócrata de partido. A la sazón ejecutiva y bien remunerada presidenta de la FEIG. Alcides el hombre empezaba a estar un poco de vuelta (no es esto, no es esto), pero para su desgracia conservaba un algo de coherencia e integridad, seguía siendo un inocente económico, y era incapaz de navegar por un sistema reciclado a la medida de Berta. Ella en la FEIG, otras, dueñas de las contratas de basura de los ayuntamientos afectos y de otros negocios cautivos por el estilo, todas, en el gimnasio. Se intentó anular la conferencia, pero Alcides, guiado por un instinto ciego insistió en pronunciarla y la FEIG consintió con ánimo de no airear los asuntos personales de su presidenta.

Comprenderéis el estado de ánimo de Alcides Bergamota, mientras acudía a la sede de la FEIG (un inmueble en propiedad conseguido mediante hábiles gestiones que lograron presentar a la fundación, creada en el 2005, como víctima de las incautaciones del franquismo posteriores a la guerra civil). Repasaba rápidamente los últimos veinte años, hacía balance, veía equivocaciones, inconsecuencias, todo aquello parecía tan remoto frente a este presente burocrático y adinerado en el que Berta se movía como pez en el agua, vestida con trajes de Channel. Había que reconocer que a su silueta rechoncha y culibaja no le acababan de quedar bien. Tampoco a su cara de mula, ¡ahora podía desahogarse!, con esa expresión de listeza, como de usurero de pueblo. Y debajo de tanto “tailleur” las mismas bragas de siempre, tamaño lona de camión. ¡Pero que armario tenía la Berta, que probador! Cuando él había insinuado un tímido comentario, aludiendo discreto a sus ideales de intelectual austeridad, a su anhelo de un mundo sin burgueses, sin clases, Berta le había espetado secamente: “Alcides que no te enteras, que hoy es lo que se lleva, como los vinos caros, ¿no has visto a las ministras o a la Soraya?”. Se iba encendiendo nuestro buen amigo a medida que recordaba momentos, detalles, escenas. Y en ese estado de ánimo se plantó en el auditorio de la FEIG, lleno hasta la bandera. Allí estaban las empleadas de la fundación y sus amigas, la clientela de la fundación, sus proveedoras y otras satélites, jerarcas del partido, aunque de segunda categoría, las amigas periodistas, alguna escritora amarga y las amigas de Berta, su entrenadora de gimnasia y su personalchoper. Con los coktails de la FEIG la verdad es que se cenaba pero bien, a lo bestia.

Y fue entonces cuando sucedió. Tras el comienzo anodino de siempre (la conferencia esta sobre feminismo e integración social de la mujer, la verdad es que la había vendido como sardinas) soltó la cita de la Woolf, traída de una lectura de la víspera, a capón, a mala idea, vengativamente:

George Eliot y Charlotte Brontë comparten la autoría de muchas de las novelas pertenecientes a este período, pues ambas revelaron el secreto de que la preciada materia de la literatura se encuentra a nuestro alrededor, en salas de estar y en cocinas donde viven mujeres, y se concentra con cada tic-tac del reloj.

Al principio, silencio de muerte. Luego, unos primeros susurros. Alcides mudo, con una sonrisa, como ido. Subieron de tono los murmullos y se oyeron los primeros silbidos. “¡Es una provocación!”. Voló el primer objeto, inesperadamente una pluma Mont Blanc sin el capuchón, papinchar. Se desató el huracán y rugieron las fieras al grito de “¡A por él! ¡Hay que capar a ese cabrón!” ¡Berta a la cabeza! Dos circunstancias salvaron a Alcides. El golpe que le propinaron unas bolas chinas lanzadas con terrible violencia le despertó y le hizo calibrar el peligro de la situación, la puerta no estaba lejos y salió por pies, golpeado por innumerables objetos. Pero sobre todo fue una suerte para él que las matronas agresivas se hubieran modernizado al son de los tiempos. Ninguna plancha. Ninguna aguja de punto. Nada de botijos. Ninguna tartera. Ninguna tesis doctoral encuadernada en “guafles”. Ni abarcas, los zuecos todavía pasados de moda por entonces. Sólo bolsos de diseño, utillaje sexual micro electrónico, móviles de última generación, palms, pilots, laptops, tablets, Iphones, barras de labio, tarjetas de crédito y unos bombones de Mallorca, que es lo que más daño le hizo porque eran de los de caja metálica. En definitiva, nada cuyo impacto hubiera podido detener su veloz carrera.

Alcides sigue cultivando el periodismo. Las nuevas tecnologías le permiten enviar sus crónicas sin necesidad de viajar a la capital. Vive retirado en un pueblo no excesivamente perdido, donde cultiva en el huerto de casa gigantescos pepinos.

Octubre del 2010

Nota: Alcides nos informa (desde el pueblo y vía correo electrónico) del origen de la cita de la discordia. Se trata de un fragmento del cuento Memorias de una novelista, cuyo título original es simplemente Memoirs of a Novelist y que Virginia Wolf escribió en 1909. La cita está tomada de la edición de Alianza Editorial titulada Relatos Completos, cuyo título original es The Complete Shorter Fiction. La versión española ha sido traducida del inglés por Catalina Martínez Muñoz, que hasta dónde se nos alcanza lo ha hecho francamente bien. No podemos decir lo mismo de otros traductores.

1 comentario:

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