martes, 18 de octubre de 2011

CEPO GORDO - sigue el cuarto número.


Perros, coyotes y circulistas

La chaqueta

Lo cierto es que se ponga uno como se ponga, vivimos en la ciudad y urbanitas somos, aunque juguemos a veces a aquello de alabanza de aldea y menosprecio de corte.

El otro día Argi se acercó al centro para asestar un golpe certero en las rebajas y adquirir una prenda sobria a la par que refinada, con que revestir su magro pellejo durante verano y entretiempo. Una chaqueta.

Estaba Madrid extraño, tomado por una humedad selvática, bestial, abrasado por el sol, pobladas las calles por extrañas tiendas, vivo testimonio de nuestro desvarío reciente: casas del caviar, proveedores de calzado y sastres, todos de extranjero y extraño nombre, tiendas de ultramarinos rediseñadas en caoba y metacrilato, desfile de nuevo ricos súbitamente empobrecidos. La calle, poblada de piernas infinitas y aceitosas, montadas sobre plataformas o caladas en botas más propias de ciertas casas cerradas, de esas de persianas y cortinajes echados de día, que de una tarde a pleno sol. Pululaban extrañas parejas, melifluas y oxigenadas, viriles caderas en indecentes y amanerados contoneos, patillas desteñidas, rubios enlacados, vaqueros de pitillo, para piernas anoréxicas, extraños calzados de agudas punteras, pestañas pintadas, melosos arrumacos, manicuras entrelazadas.

Argi, perdido en sus cosas y entregado a su pesquisa, tardó en reparar en ese ambiente empalagoso y opresivo. Cuando todo aquello fue tomando forma en su cabeza y se hizo la luz sobre la fecha y lo que al día siguiente sucedería en Madrid, era ya tarde. El encantador y amanerado dependiente lo tenía ya a su merced. De un amaneramiento pueblerino, bajo una pátina ligera de sofisticación, Argi tuvo que reconocer su destreza sobona, pues logró con el simple probar de una chaqueta, tocar mano, muñecas y dedos, acariciar hombros y espaldas al ajustar la prenda para tomar medidas, con peligrosa cercanía. Enano, con estudiada barbilla de tres días, enfundado en un traje a medida de dandy decimonónico que Beau Brummel hubiera aprobado sin reservas, pero un tanto desconcertado ante la amable y divertida compostura de Argi, que esquivando fintas y estocadas permanecía, con media sonrisa, indiferente a las zalamerías del buen marica y excelente encargado de la tienda. En honor a la verdad, contribuyó sin duda a que Argi guardara la calma el que la compra en curso no necesitara de probador y se ciñera al poner y quitar de la chaqueta, a ajustar y medirla repetidas veces, a comprobar el talle y ajustar las mangas. Imaginad por un momento al amanerado pulpo acorralando al inocente Argi hacia las cortinas del probador, con su sonrisa invertida e insinuante y un par de buenos pantalones sobre el brazo:
–“Pruébese, pruébese que yo le ayudo…”
N.B.F - Septiembre 2010

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