Terminamos el sábado La cartuja de Parma, de Stendhal. Me decía un amigo hace pocos días que le había decepcionado. Yo diría que esa decepción se produce durante la lectura de los primeros capítulos que siguen a ese extraordinario comienzo que nos traslada rápidamente a la gran batalla napoleónica. Después de eso, es verdad que nos sorprende la novela con su continua relación de aventuras casi a manera de folletín o de novela bizantina, acción, acción y más acción. Surge entonces el punto de decepción, pero se va difuminando a medida que la lectura prosigue. Logra que nos metamos en la historia, que durante las muchas páginas de lectura nos traslademos a Parma y acompañemos a los personajes como si fuéramos un miembro más de aquella corte, como si conociéramos palacios, bosques, montañas y lagos, por haberlos paseado infinidad de veces en su compañía. Cuando cerramos la novela queda una sensación luminosa, pese a todo, fruto de la narración.
Con esa luminosidad en la retina leemos a matacaballo una novela que podríamos llamar de serie negra del autor francés P. Lemaitre, ambientada en el mundo de la empresa y en el mundo del paro. Sin duda sería injusto comparar ambas novelas, no hay duda. Pero desde luego, en la segunda, la luminosidad no existe y queda el sabor amargo de muchas de las más feroces cosas de nuestra época que no es otra que la de forma de vida norteamericana.
Sin duda lo intuía Stendhal al escribir en la Cartuja de Parma esto:
« Le comte discuta le mérite de chaque juge, et offrit de changer les noms. Mais le lecteur est peut-être un peu las de toutes ces intrigues de cour. De tout ceci, on peut tirer cette morale, que l’homme qui approche de la cour compromet son bonheur, s’il est heureux, et dans tous les cas, fait dépendre son avenir des intrigues d’une femme de chambre.
D’un autre côté, en Amérique, dans la république, il faut s’ennuyer toute la journée à faire une cour sérieuse aux boutiquiers de la rue, et devenir aussi bête qu’eux ; et là, pas d’Opéra. »
Podría traducirse como sigue:
“El Conde discutió los méritos de cada juez y se ofreció a cambiar los nombres. Pero el lector quizá esté un poco cansado de tanta intriga cortesana. La moraleja que cabe extraer de todo esto es que un hombre que se acerca a la corte compromete su felicidad, si es que es feliz, y en cualquier caso hace depender su futuro de las intrigas de una camarera.
En cambio, en América, en la república, hay que aburrirse todo el día cortejando a los tenderos de la calle, y volverse tan estúpido como ellos; y allí, ¡nada de ópera!”.