lunes, 31 de octubre de 2016

Mejor en cajas de veinticinco.


Querido Tío,
Ayer estuve con mis primitos, que claro, puesto que yo soy su sobrino, también lo son ellos, sus sobrinos. Ya ve como me enredo yo sólo. Como siempre que les veo, le doy el parte. Supongo que ellos, cada uno por separado, harán lo mismo. Pero a ellos no les haga mucho caso. Ya sabe que yo soy más objetivo y le cuento las cosas sin filtrar, y sin segundas intenciones, solo para entretenerle. Y también para que los otros sobrinos no le enreden, hay que reconocerlo. A ver si nos vemos los cuatro juntos y así nos ahorramos la correspondencia. ¿Qué cómo están? Pues que quiere que le cuente, como siempre, pero con más años. Yo le pongo el diminutivo a primos por cariño, pero los años son los años. Esto significa que están más gruñones y rutinarios y un poco más feos. Con la edad la verdad es que no mejoran. No son como el buen vino. A pesar de que van bien empapados siempre de los mejores caldos. No me malinterprete. Con esto no quiero decir que sean unos borrachines, sino que se cuidan. Se cuidan bien a pesar de que son quejicosos y se lamentan enseguida por una cosa o por otra. Que si esto, que si lo otro. Con la edad hay que reconocer que tampoco han cogido el empaque y la solera de los grandes destilados que también consumen con moderación más bien escasa. Si acaso algo de la forma de las botellas redondas y panzonas y el color tirando a verde. Andan metidos en sus rutinas, como viejos funcionarios de remotas provincias y cualquier novedad les altera, les perturba, les hace dudar. Andan temerosos y timoratos, cada uno en su estilo, sopesando, calculando, suspirando. ¡Cuánto tardan en decidirse! Les falta poco para ser los reyes del parque de al lado de casa, con su kilo de alpiste. Pitas, pitas, pitas. Ya ve como está el patio. Tampoco se tome todo lo que le cuento al pie de la letra. Aunque mi descripción es precisa, rigurosa y objetiva, cargo un poco las tintas para darle color. ¡Claro que hablamos de usted querido Tío! Seguro que se estaba preguntando eso. Es un tema con el que se animan los dos y hasta se les encienden los ojillos y sacan una chispa de ingenio. Por un momento se les quita el aire de portera vieja. Aunque no siempre les entiendo las gracias. Ya sabe que discurro con parsimonia y ellos son más acerados y malignos. Por ejemplo, cuando dijeron eso de “A ver cuando se retrata el viejo lagarto”. Me quedé un poco sorprendido. Nunca se me ha ocurrido compararle con un lagarto y menos con un lagarto viejo. ¡Usted está hecho un crío querido Tío! Me quedé pensando. Se me aparecía la imagen de usted y sobre ella, adoptando sus rasgos, alternativamente se superponían el lúbrico león, rugiendo en la sabana, vigilando a las hembras, lánguidamente tumbado a la sombre de un árbol; el alegre y zumbón moscardón, un algo molesto es cierto, y como antihigiénico; y el enfurruñado gorrión copulador, de plumas grises y revueltas, dando brincos furiosos. Me quede un poco absorto pensando en todo esto, con tanta carga testicular. Ellos, malignos como le digo, esperaban que se me cayera el hilillo de baba. Pero no. Luego el gorrión se zampó al moscardón que daba alaridos y el león apresó al gorrión bajo su enorme pata relamiéndose y entonces volví en mí. Claro, ¡no se retrata porque no hay pintor que pueda hacerlo! Hoy el retrato clásico no se lleva ya como antes. Usted querido tío, para retratarle, no merecería menos que un pintor como Pepe Gutiérrez Solana. Ya estoy viendo la pintura: espesa, negra, con usted en traje de pana negra también, con aire de sacristán fúnebre, cetrino, y boina encasquetada hasta las orejas, tapando su pulido cráneo. Por Gutiérrez Solana tengo auténtica debilidad. Más aún como escritor. Describía el otro día un baile de máscaras protagonizado por gente baja y tiorras, cruzando un desmonte por Ventas, y me vinieron a la mente los primitos, sus sobrinos. Allí estaban, cada una con una máscara a cual más fea y graciosa. Una de borrico y la otra de marrano. Hacían ruidos mientras bailaban siguiendo el entierro de la sardina y bebiendo morapio. Ya ve usted las cosas de la imaginación. Les dije que Pepe Solana ya estaba muerto y que seguramente por eso el Tito, el querido Tío, no se retrataba. Se les puso una cara como agria, ya sabe cómo son en cuanto no se les hace la pelota. ¡Sólo les gusta que les rían las gracias! Se pusieron a murmurar. Dijeron algo como que “a retratarse al Serengueti”. Me costó un poco reaccionar. He consultado el teléfono. Se trata de un gran desierto. Lo recorrió en coche un periodista polaco en los años sesenta. Está por las cataratas Victoria, en el África. El polaco dice en su libro que aquello es como el jardín del Edén antes de la llegada del hombre, la Creación en el momento anterior a que Dios pusiera a Adán. Así que vea usted como le quieren los sobris. Para ellos es usted el nuevo Adán del Serengueti. Le ven a usted allí, entre las fieras, como gran padre del Mundo, en pelota picada. Esto último es lo que no acabo de ver. Pero no quise preguntar más porque no paraban de refunfuñar abriendo mucho los ojos y mirando como enfurecidos la caja que me dio usted ayer. Estoy muy contento. Aunque me gustan más de veinticinco, ya la se lo dije querido Tío, tiene usted mala memoria. Hoyo de Monterrey siempre me ha gustado. Se lo dije a los primos. También les dije que es la segunda vez que me regala Hoyo (abrieron un poco más los ojos) pero que en la variedad está el gusto y que para la próxima vez, es mi santo enseguida, le he pedido Partagás. Me gusta mucho Partagás. Acuérdese querido Tío, en caja de veinticinco y cuanto mayor el calibre mejor. Acuérdese de la que me regaló para mi cumpleaños, esos cigarrones grandes, los Lusitania. La caja es preciosa y como es tan grande la tengo llena recortes de prensa, lápices y caramelos, con un compartimento para cada cosa que fabriqué pegando las láminas de cedro de las cajas que me ha ido regalando, querido Tío. No sé porque los primos iban poniendo mala cara. Sinceramente, y aunque no me gusta decir estas cosas, creo que tienen envidia de mi afición a las manualidades y de lo bien que se me dan. Ellos aficiones, ya sabe, más bien pocas. Quejicotear. Eso sí, el fumeque les gusta. Eso sí, y mucho. Vea si no. Me preguntaron con mucho interés y con una sonrisa, bueno, media sonrisa, que los cigarros dónde los tenía, que me querían ayudar a conservarlos bien para asegurarse de que no se me secaran. En el fondo son buenos chicos. Les dije que no hacía falta, que los cigarros en casa no se secan porque me los fumo todos. Se quedaron como pasmados. Como no decían nada me despedí muy educado. Hemos quedado en vernos pronto así que enseguida le volveré a dar noticias, querido Tío. Las reuniones familiares son algo estupendo. Esperamos contar con usted la próxima vez.

Reciba un afectuoso abrazo de su sobrio preferido,

Genaro G.M.

(Post data: acuérdese que son más bonitas las grandes cajas de veinticinco cigarros que las de diez).

2 comentarios:

  1. Si no es indiscreción, el tío es de calzón fino?

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  2. El tio ese debe ser muy desprendido, desinteresado, generoso, espléndido, obsequioso, liberal, rumboso, caritativo, y Genaro un cara dura.

    !Vaya tropa!

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SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.