Cuando se estrenó la película inglesa El discurso
del Rey, fueron muchos los cursis que mirando desde lo más alto con
condescendencia a los demás, explicaron que el titulo original en inglés, The speach
of the King, bien podría haberse traducido por el habla del Rey y que en la
traducción española se perdía el sutil juego de palabras discretamente alusivo
a la tartamudez del monarca británico. Don Pariolo de España fue uno de los que
–una vez enterado de la explicación leída en un periódico- se puso a mirar
enseguida por encima del hombro a los demás, convencido de que su inglés era
inmejorable y de que había sido él, en el fondo, uno de los que había
contribuido a ilustrar a sus mentecatos compatriotas. Y es que en España hoy
sabemos mucho inglés. Don Pariolo de España fue noventayochista finisecular
tras haber leído poco y mal, entendiendo menos, un algo de Baroja, el Idearium
de Ganivet, otro poco de Azorín, un pellizco de Unamuno. De ahí pasó naturalmente
a la cosa progre pop y un tanto melenuda, con la escoba de barrer y nuevos
ánimos de renovación. A todas horas repetía, henchido y pomposo, engallado y
ufano, la expresión en este país, aplicada
a troche y moche, a todas las cosas. A fuerza de usar la muletilla adornada con
todos los complementos posibles (en este país no se piensa, no hay cultura, no
cabe un tonto más, es imposible, etc.), completo desconocedor de que su manía
había sido ya explicada y ridiculizada por Larra hace cien años, las facultades
mentales de don Pariolo de España, sin llegar a perderse, fueron quedando
anquilosadas, tiesas para todo lo que fuera la reflexión histórica, política,
social, análisis de la actualidad, puesto que todo se debía al fatal
determinismo recogido en el veredicto inapelable en que consistían esas pocas
palabras: en este país.
lunes, 3 de agosto de 2020
martes, 21 de julio de 2020
Libros.
De una novela de Nabokov: “(…) era de esas personas para las que un buen libro antes de dormir es algo que uno espera durante todo el día con deleite. Esas personas, al recordar en medio de las rutinas de costumbre que en su mesilla de noche les espera un libro perfectamente a salvo, sienten una oleada de felicidad difícil de expresar.”
viernes, 10 de julio de 2020
De los diarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.
Contexto: Se trata de un apunte primaveral, corresponde a la llamada época de hierro, cuando el gran polígrafo trabajaba por cuenta ajena, lejos de Nava.
C. de Liposthey.
Vimos ayer, posado sobre la barra de un antro del poligó, a un tío grueso, gruesísimo, de nariz chata y gruesa, todo el con un aire como de simio, a punto de gruñido. Se zampaba un plato gigantesco de callos con morcilla a fuerza de pan, pescando en la cazuela con una lengua enorme y gruesa con la textura hedionda del más oscuro y gastado estropajo. Y esta mañana, la prostituta de la rotonda, celebraba provocativa el buen tiempo primaveral, instalada sobre una sofá verde, colocado sobre la acera, tacones de aguja afiladísimos, larguísimas piernas cruzadas y desnudas, o desnudas y cruzadas, gafas de sol, sonrisa blanqueada. Toda una estrella de Hollywood.
Esto me comenta un compañero de trabajo: Un buen lector tiene que leer de todo. Yo empecé a leer las esquelas. Para saber a qué edad moría la gente, coño que viejo es este, oye que joven, o la familia te quiere, o duodécimo aniversario. Y luego me leía los prospectos de las medicinas y las instrucciones de la lavadora, del lavaplatos, de la minicadena, y manuales de instrucciones de muebles de Ikea.
viernes, 3 de julio de 2020
Recuerdo de una tarde toros. II. Mayo en Madrid.
El sábado
compré en una pastelería de la calle de Alcalá unas rosquillas del Santo, la
mitad lista y la mitad tontas. Al comprar las tontas me acordé de unos cuantos,
al comprar las listas me quedé en blanco. La dependienta estaba enfadada la tía
retaca, porque era tarde y no quería ya vender. Seguro que no es la
propietaria. Echó bufidos y fue antipática, estuve a punto de regalarle una de
las rosquillas, ¿adivinen cuál?
Todavía pasear
desde la plaza de Toros por la calle de Alcalá arriba es un espectáculo, queda
todavía un mundo con algún rasgo castizo y original, en las pintas, las
tiendas, la ropa, el aire, la forma de andar, las cervecerías llenas, las
enormes raciones de patatas fritas, por muy igualado que esté hoy todo.
A. Bergamota, para la Voz de Nava.
Recuerdo de una tarde de toros.
A la salida de
los toros, un grupo de aficionados nobles, encastados pero también con algo de
genio, declaran su enfado por lo visto, el estado del público, de la plaza, de
España. Teniendo parte de razón o mucha, en cuanto a público y plaza, quizá lo
visto en el ruedo no nos desagrada tanto como a ellos. Hablando de que al poco
tiempo de adquirido lo de Juan Pedro Domecq se les va de las manos a los nuevos
ganaderos, lo explican diciendo que es que ahí dentro, en ese ganado, están
metidas todas las castas y que sin la receta original –que sólo tiene el
vendedor que transmite las reses pero no libros genealógicos, historia, etc.-
enseguida se modifica la mezcla y sale por dónde menos se espera. Hacen toda
clase de bromas sobre el símil de la cocina, la receta, el coctel, etc. Un
momento extraordinario que aquí queda recordado.
A. Bergamota, para la Voz de Nava.
jueves, 2 de julio de 2020
LA POÉTICA DE SINFOROSO GARCÍA POTE. XVI. Paisaje en verano.
Sinforoso
García Pote, el más grande poeta vivo sin obra conocida. No hace falta
recordarlo. Procure pronunciar sus apellidos con el acento de un inglés que
viviendo desde hace años en España habla bien nuestro idioma, pero con su
acento. También podría titularse Nubes en el estío, pero no hay que pasarse tampoco. Eso, no sea redicho.
Paisaje I. |
Paisaje II. |
Paisaje III. |
Del otro
lado del muro, el paisaje permanece inalterable, desde hace años, no sabemos cuántos.
Del lado de acá, el mundo que lo habitó se va deshaciendo como un tabón con el
aire.
jueves, 25 de junio de 2020
Borrador para un pastiche homenaje. De los archivos de A. Bergamota.
- Costa, no fumes.
- Pero mujer, que cosas
dices, ya sabes que me debo a la ciencia.
Constantin Arcadievich
Panzarov deposita un beso cariñoso sobre la sonrosada mejilla de su hermosa
mujercita, botecito perfumado, pimpollito reventón, rechoncho y hermoso blinis,
y la envuelve en un cálido abrazo en el que parece que ella desaparece por un
momento, agitando los piececillos por un momento en el aire. Se le cae una
chinela que se calza veloz cuando Costa la deposita de nuevo suavemente en el
suelo. Natacha Vasileva le mira con arrobo mientras Constantin se dirige hacia
su despacho, su guarida, su retiro científico. El calor de la noche es
sofocante, feroz.
Abre la caja de
habanos y elige uno. Todos son grandes.
Se dirige a la magna
obra Historia de la Santa Madre Rusia desde la fundación hasta la edad
contemporánea. Sin titubear retira el tomo quince, que sale ligero de la
estantería. Está hueco. Contiene una magnífica botella de brandy. Vaya, está
más que mediada, con este calor se evapora el alcohol, que calamidad.
Sentado en la butaca el cuello duro le aprieta y siente que cuece como un huevo en agua hirviendo.
En realidad el cigarro
se lo estaba fumando a él, pues Costa se sentía desfallecer a cada nueva calada.
Eran regalo de Tereso Infante Mogroviejo, primer secretario de embajada, con
cara de lobo.
***
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