lunes, 3 de agosto de 2020

El discurso del Rey y don Pariolo.

Cuando se estrenó la película inglesa El discurso del Rey, fueron muchos los cursis que mirando desde lo más alto con condescendencia a los demás,  explicaron que el titulo original en inglés, The speach of the King, bien podría haberse traducido por el habla del Rey y que en la traducción española se perdía el sutil juego de palabras discretamente alusivo a la tartamudez del monarca británico. Don Pariolo de España fue uno de los que –una vez enterado de la explicación leída en un periódico- se puso a mirar enseguida por encima del hombro a los demás, convencido de que su inglés era inmejorable y de que había sido él, en el fondo, uno de los que había contribuido a ilustrar a sus mentecatos compatriotas. Y es que en España hoy sabemos mucho inglés. Don Pariolo de España fue noventayochista finisecular tras haber leído poco y mal, entendiendo menos, un algo de Baroja, el Idearium de Ganivet, otro poco de Azorín, un pellizco de Unamuno. De ahí pasó naturalmente a la cosa progre pop y un tanto melenuda, con la escoba de barrer y nuevos ánimos de renovación. A todas horas repetía, henchido y pomposo, engallado y ufano, la expresión en este país, aplicada a troche y moche, a todas las cosas. A fuerza de usar la muletilla adornada con todos los complementos posibles (en este país no se piensa, no hay cultura, no cabe un tonto más, es imposible, etc.), completo desconocedor de que su manía había sido ya explicada y ridiculizada por Larra hace cien años, las facultades mentales de don Pariolo de España, sin llegar a perderse, fueron quedando anquilosadas, tiesas para todo lo que fuera la reflexión histórica, política, social, análisis de la actualidad, puesto que todo se debía al fatal determinismo recogido en el veredicto inapelable en que consistían esas pocas palabras: en este país.


martes, 21 de julio de 2020

Libros.



De una novela de Nabokov: “(…) era de esas personas para las que un buen libro antes de dormir es algo que uno espera durante todo el día con deleite. Esas personas, al recordar en medio de las rutinas de costumbre que en su mesilla de noche les espera un libro perfectamente a salvo, sienten una oleada de felicidad difícil de expresar.






viernes, 10 de julio de 2020

De los diarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Contexto: Se trata de un apunte primaveral, corresponde a la llamada época de hierro, cuando el gran polígrafo trabajaba por cuenta ajena, lejos de Nava.
C. de Liposthey. 

Vimos ayer, posado sobre la barra de un antro del poligó, a un tío grueso, gruesísimo, de nariz chata y gruesa, todo el con un aire como de simio, a punto de gruñido. Se zampaba un plato gigantesco de callos con morcilla a fuerza de pan, pescando en la cazuela con una lengua enorme y gruesa con la textura hedionda del más oscuro y gastado estropajo. Y esta mañana, la prostituta de la rotonda, celebraba provocativa el buen tiempo primaveral, instalada sobre una sofá verde, colocado sobre la acera, tacones de aguja afiladísimos, larguísimas piernas cruzadas y desnudas, o desnudas y cruzadas, gafas de sol, sonrisa blanqueada. Toda una estrella de Hollywood.

Esto me comenta un compañero de trabajo: Un buen lector tiene que leer de todo. Yo empecé a leer las esquelas. Para saber a qué edad moría la gente, coño que viejo es este, oye que joven, o la familia te quiere, o duodécimo aniversario. Y luego me leía los prospectos de las medicinas y las instrucciones de la lavadora, del lavaplatos, de la minicadena, y manuales de instrucciones de muebles de Ikea. 

viernes, 3 de julio de 2020

Recuerdo de una tarde toros. II. Mayo en Madrid.


El sábado compré en una pastelería de la calle de Alcalá unas rosquillas del Santo, la mitad lista y la mitad tontas. Al comprar las tontas me acordé de unos cuantos, al comprar las listas me quedé en blanco. La dependienta estaba enfadada la tía retaca, porque era tarde y no quería ya vender. Seguro que no es la propietaria. Echó bufidos y fue antipática, estuve a punto de regalarle una de las rosquillas, ¿adivinen cuál?

Todavía pasear desde la plaza de Toros por la calle de Alcalá arriba es un espectáculo, queda todavía un mundo con algún rasgo castizo y original, en las pintas, las tiendas, la ropa, el aire, la forma de andar, las cervecerías llenas, las enormes raciones de patatas fritas, por muy igualado que esté hoy todo.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 




Recuerdo de una tarde de toros.


A la salida de los toros, un grupo de aficionados nobles, encastados pero también con algo de genio, declaran su enfado por lo visto, el estado del público, de la plaza, de España. Teniendo parte de razón o mucha, en cuanto a público y plaza, quizá lo visto en el ruedo no nos desagrada tanto como a ellos. Hablando de que al poco tiempo de adquirido lo de Juan Pedro Domecq se les va de las manos a los nuevos ganaderos, lo explican diciendo que es que ahí dentro, en ese ganado, están metidas todas las castas y que sin la receta original –que sólo tiene el vendedor que transmite las reses pero no libros genealógicos, historia, etc.- enseguida se modifica la mezcla y sale por dónde menos se espera. Hacen toda clase de bromas sobre el símil de la cocina, la receta, el coctel, etc. Un momento extraordinario que aquí queda recordado.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 

jueves, 2 de julio de 2020

LA POÉTICA DE SINFOROSO GARCÍA POTE. XVI. Paisaje en verano.


Sinforoso García Pote, el más grande poeta vivo sin obra conocida. No hace falta recordarlo. Procure pronunciar sus apellidos con el acento de un inglés que viviendo desde hace años en España habla bien nuestro idioma, pero con su acento. También podría titularse Nubes en el estío, pero no hay que pasarse tampoco. Eso, no sea redicho. 

Paisaje I.

Paisaje II.

Paisaje III. 

Paisaje IV.

Del otro lado del muro, el paisaje permanece inalterable, desde hace años, no sabemos cuántos. Del lado de acá, el mundo que lo habitó se va deshaciendo como un tabón con el aire.  





jueves, 25 de junio de 2020

Borrador para un pastiche homenaje. De los archivos de A. Bergamota.


- Costa, no fumes.
- Pero mujer, que cosas dices, ya sabes que me debo a la ciencia.

Constantin Arcadievich Panzarov deposita un beso cariñoso sobre la sonrosada mejilla de su hermosa mujercita, botecito perfumado, pimpollito reventón, rechoncho y hermoso blinis, y la envuelve en un cálido abrazo en el que parece que ella desaparece por un momento, agitando los piececillos por un momento en el aire. Se le cae una chinela que se calza veloz cuando Costa la deposita de nuevo suavemente en el suelo. Natacha Vasileva le mira con arrobo mientras Constantin se dirige hacia su despacho, su guarida, su retiro científico. El calor de la noche es sofocante, feroz.
Abre la caja de habanos y elige uno. Todos son grandes.
Se dirige a la magna obra Historia de la Santa Madre Rusia desde la fundación hasta la edad contemporánea. Sin titubear retira el tomo quince, que sale ligero de la estantería. Está hueco. Contiene una magnífica botella de brandy. Vaya, está más que mediada, con este calor se evapora el alcohol, que calamidad.
Sentado en la butaca el cuello duro le aprieta y siente que cuece como un huevo en agua hirviendo.

En realidad el cigarro se lo estaba fumando a él, pues Costa se sentía desfallecer a cada nueva calada. Eran regalo de Tereso Infante Mogroviejo, primer secretario de embajada, con cara de lobo.
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