sábado, 9 de julio de 2016

DE UN RATO DE LECTURA

T. que es todo un gentleman, se siente muy irritado, hasta casi perder los estribos, ante las hermenéuticas sexo-místicas tan de moda en los mismos estudios académicos sobre San Juan de la Cruz, pero no menos ante la literatura religiosa sobre estos temas que, desde luego, es tan ridícula, y tan azucaradamente vomitiva. Mañana se irá a su país, y esta noche misma tendrá que estar en Madrid, así que, cuando salimos de nuestra visita a la iglesia de Fontiveros, y recapitulando nuestro encuentro, mientras tomamos una taza de café, me dice que, en suma, tenemos que rezar para que, si no se nos otorga el don del genio, del que hablaba la Weil, para sentir y contar la desgracia y la alegría, al menos se nos niegue el talento según las medidas del mundo que nos ha tocado vivir, y que éste se compre un mono que le ría las gracias.
Le digo a esto que Schopenhaeur decía que “lo que me consuela es que no soy un hombre de mi tiempo”, y que Louis Calaferte comentaba que eso “más que una consolación es una salvaguarda”. Y me contesta que no es cierto, que ese anacronismo, sin el cual no hay ni siquiera la más elemental cultura, es también un don, y hay que pedirlo.

José Jiménez Lozano
Los Cuadernos de la letra pequeña
Editorial Pre-Textos

jueves, 7 de julio de 2016

HABANOPIPISMO

En la mayoría de los casos, el cepogordismo suscita terribles reacciones, es una constante fuente de polémicas y nos pasamos el día eliminando agresivos comentarios y quemando cientos de cartas incendiarias, que lógicamente arden con suma facilidad.

Sin embargo, en contadas ocasiones recibimos mensajes de otra naturaleza, de otro nivel, en verdadera sintonía con el más egregio espíritu cepogordista, incluso si de disentir o simplemente de matizar se trata. Esto es lo que ha sucedido en el caso de la breve entrada pipista (que no pipera) publicada ayer. Damos a conocer, para el deleite de nuestros lectores, la breve y luminosa carta que comentando dicha entrada acabamos de recibir.

Sr. Cepogordista,
Por favor explique a sus correligionarios cepogordistas (si le parece oportuno; no pretendo intervenir en la línea editorial de su excelente publicación) que "la lentitud, la languidez, el tiempo suspenso" son precisamente lo característico de la pipa, para no entrar en disquisiciones históricas sobre si la pipa se difundió en Europa antes o después que el cigarro de tabaco puro, para lo cual carezco de bagaje.

(Otra cosa es que la pipa sea más versátil, porque se puede disfrutar incluso paseando --una especie de pequeña y ridícula superioridad que no estoy dispuesto a comentar porque opino, con fuerte convicción, que la disposición competitiva y polémica es intrínsecamente incompatible con el sosiego filosófico que se requiere para disfrutar correctamente del tabaco).

He sido fumador de pipa varios años, y después de cigarros, tabacos y puros (depende de la localización geográfica), durante bastantes más. Ahora ya llevo muchos (años) retirado de todo ello --como sin duda sabe-- y no soy en absoluto beligerante. Pero todo tiene un límite. Amicus Plato, sed magis amica veritas.
Un gran abrazo
A.


miércoles, 6 de julio de 2016

Pipismo crítico.

La Pipa. La cuestión de la pipa no es el habano, ni mucho menos. En la pipa priman sin duda la belleza del gesto y del objeto sobre el fumar. Belleza, estética, gesto, no es poca cosa. Pero fumar, fumar, el habano. Porque el habano tiene como supremo atributo, la lentitud, la languidez, el tiempo suspenso.

ESPAÑOL SIN FRONTERAS


Leído en la prensa, en la que se puede leer toda clase de cosas, a cada cual peor, normalmente. Este tiene su punto de gracia, al menos para el gusto simplón del cepogordismo neto. Se refiere a un español de sorprendentes giros: “Novia potoca desgarró a Farfán a punto de perreo”. Es decir, novia baja y entrada en carnes o rechoncha desgarró (se refiere a una lesión muscular en un muslo) a Farfán (nombre del futbolista) a punto de perrero (eso ya no lo hemos averiguado, puede ser lo que cada uno interprete). Esto apareció en un periódico chileno. El diccionario de la Real Academia recoge el término potoco, como de uso en Chile y lo deja en rechoncho, nada más.

viernes, 1 de julio de 2016

CAFÉ DE LA GARE. Acotación a ciertos insidiosos comentarios a la entrada anterior que asegura Café está en el sequito de la presidenta.


Me parece obvio que cree el ladrón que todos son de su condición. Es evidente que el tal Café de la Gare tendrá los defectos propios de su baja condición, pero a pesar de su oficio, no parece una persona servil y no veo que se preste a cobijar bajo su mágica sombra a los infames reyezuelos de las mediocres burocracias contemporáneas. No se arrastra, como parece que harían los comentaristas de nuestra anterior entrada. No babea ante esas primeras damas de medio pelo y chancleta que pasean por España soltando repugnantes dosis de moralina puritana. Ver a la tal Miguela Obama, secundada por la Leti, soltar discursillos para explicarnos cuales son nuestros deberes y obligaciones hace que a uno se le revuelva el estómago. Café de la Gare ha servido a damas de verdadera alcurnia y gloriosa prosapia, a señoras de verdad, y prefiere pasear la sombrilla por el polígono que arrimarse a semejante gentuza meritocrática, de dudosos principios, dudosa condición y evidente hipocresía. Y no se diga que eso es así porque es negra la tronca, que a Café de la Gare, en eso de la negritude a lo Senghor, no le gana nadie.

martes, 28 de junio de 2016

CAFÉ DE LA GARE, apunte. De los papeles dispersos de Alcides Bergamota el Grande.


Con esto de que los tiempos cambian y todo fluctúa, Café de la Gare ha tenido que emplearse en distintos oficios, al quedarse sin el empleo de ayuda de cámara del Conde de la Croqueta, que en paz descanse. El avispado lector habrá entendido porqué perdió Café de la Gare su empleo. No porque fuera despedido, ni por su color de piel negro azulado, ni por su distinguido porte de dos metros de contenida elegancia. Al contrario. Perdió el empleo por haberla espichado, sin previo aviso, el empleador, su patrono, padre de nuestra querida amiga, Countess Croqueta. Los amos ya no son lo que eran aseguraba Café de la Gare a quien quisiera oírle. Antes duraban más.

 

La última vez que charlamos con Café de la Gare se alquilaba en un polígono. Por favor, que no se disparen su malicia, su cinismo ni sus malos pensamientos. No se alquilaba para lo que están imaginando enfermizamente.

 

Con la llegada del verano el asfalto de la calle se derrite, y el ambiente del polígono se hace aún más cargante y espeso, se achancleta, se densifica, se carga de los más tumefactos olores, como víctima de una insana hinchazón provocada por el bochorno, el sudor, la goma de camión derretida, la fritura de aceites viejos, el descampado polvoriento. Ahí fue dónde Café de la Gare vio una oportunidad de negocio, modesto y transitorio, para salir del paso juntando unos cuartos. Por una cantidad modesta y negociable, Café de la Gare acompañaba a los ejecutivos de medio pelo a cruzar la calle, dándoles cobijo bajo una inmensa sombrilla. Se trataba de andar con ellos apenas quinientos metros, pero al tener que cruzar dos calles y una avenida, el trayecto incluía varias paradas, reguladas por la lentitud de dos semáforos indiferentes a la densidad del tráfico, a la intensidad del olor, a la podredumbre del ambiente, a la luz cegadora, al sol inclemente. Así que los quinientos metros se hacían eternos y los ejecutivos de medio pelo iban y venían descompuestos por el calor, rematados por la ingesta de las más atroces ponzoñas veraniegas, desfigurados por los efectos corrosivos de avinagrados gazpachos, capaces de cortar la digestión mesurada de un hipopótamo del Nilo. Es ahí donde Café de la Gare actuaba. El reclamo era doble. En primer lugar su apariencia alargada y exótica, su atildada elegancia de británico mayordomo, o podían dejar de llamar la atención en aquél desabrido páramo urbano, en aquél desierto sucio. Pero enseguida y sobre todo, su extraordinaria sombrilla, tejida de las más frescas y ricas sedas. Aseguraba que había pertenecido a un emperador de Siam, o tal vez a un Gran Turco de Anatolia. Abierta era inmensa y podía cobijar bajo su sombra a un grupo grandes de torpes y desaliñados ejecutivos de medio pelo, encantados de adentrarse en el frescor perfumado de aquella gran sombra movida por Café de la Gare, amplia como la carpa de un circo, a la que los dos metros de Café de la Gare servían de mástil, de largo y moviente palo mayor. Café de la Gare contrataba con un grupo, a tantas monedas por pasajero, luego daba un paso hacia el centro de la calle, bajo el sol abrasador y en un instante, con un movimiento ligero, aéreo, apenas perceptible, abría la sombrilla del emperador de Siam, el quitasol del Virrey de la Nueva España, el paraguas del Gran Mogol, que al desplegarse movía el aire, levantando una brisa inexplicablemente fresca, que agitaba el rendido mediodía, mecía los árboles sedientos y atraía a mirlos y gorriones. A una señal de Café de la Gare, el grupo se colocaba a su alrededor y echaban a andar hacia la tasca, el bar de carretera, el antro expendedor de menús al por mayor, la gruta de la fritura, la covacha de la gran ponzoña que previamente indicaran a Café de la Gare. Allí les esperaba, para llevarles de vuelta a las oficinas, cobijados bajo la sombrilla, intoxicados, asfixiados por el calor abrasador y los aceites saturados, por la margarina revenida, los congelados maltratados, las venas del cuello hinchadas, los ojos encendidos y el ánimo entre abotargado y excitado por el más infame de los brebajes, el recuelo expreso. A Café de la Gare le duro el asunto mientras quiso, hasta que se hartó de tanta medianía y partió en busca de más frescos y aireados parajes.

miércoles, 22 de junio de 2016

TERAPIA (receta de Alcides Bergamota el Grande)

 Cuando el europeo contemporáneo, ante la situación actual, necesita una pequeña inyección de moral, puede acudir a distintos remedios: el descanso, el cigarro, la copa, la memoria. Y también, por supuesto, el cine. Habrá que acudir a una fuente anterior a las terribles guerras que asolaron el continente en el siglo XX, eso se da por supuesto. Se puede empezar, por ejemplo, por la adaptación al cine de la novela de Mason, Las cuatro plumas, y para ello lo más recomendable es acudir a la primera versión, la que dirigió el gran Zoltan Korda, producida por su hermano, Alexander. Un segundo paso puede ser zambullirse en la novela, muy recomendable. La derrota de los derviches, la morisma al fin y al cabo, ya reconforta mucho, casi tanto como identificarse, aunque sea sólo un poco, y desde la butaca, con aquellos magníficos caballeros ingleses, cuidadosos tanto del fondo, el honor (¡oiga pero como se atreve!), como de la forma, su magnífica apariencia. Las volutas del habano llenan la atmósfera, tanto de la novela como de la película. Imprescindible que el ejercicio se realice fumando un cigarro grande, por supuesto hecho del tabaco de la Habana, de nuestra grandísima y desgraciada isla, la que fue perla de las Antillas, joya de la corona española. Atrévase con un Lusitania de Partagás, comprado especialmente para la ocasión. Ya casi nadie los fuma. Así estamos. Se puede hacer un ejercicio parecido con Kim de la India, la novela de Kipling, también magníficamente adaptada al cine, con un Errol Flin en el papel de Mahbub Alí, el tratante de caballos afgano, protagonista del Gran Juego. Retrocediendo en el tiempo, se puede acudir a Baroja, por ejemplo, y a su trilogía del mar, que son en realidad cuatro libros. Shanti Andía y el capitán Chimista son magníficos compañeros. Y para quien quiera seguir el viaje, déjese llevar por las memorias de nuestro capitán Contreras que puede adquirir fácilmente si no las tiene ya en casa. Todo esto le habrá preparado para llegar a la cumbre, al gran libro de aventuras por antonomasia, a la Verdadera historia de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo. La culminación del itinerario podrá celebrarse con una alegre comida en Medina del Campo, en el Continental, por ejemplo. No podrá faltar, a los postres, un nuevo y magnífico cigarro. Tal vez un gran Sancho Panza. El europeo contemporáneo, se sentirá, al final, un poco mejor.