jueves, 9 de junio de 2016

MUSLEO CONTEMPORÁNEO


Con la llega ya definitiva del calor verdadero, se declara oficialmente inaugurada la temporada oficial de

Musleo Contemporáneo 2016.

Como todos los años, nos apoyamos en un aguafuerte de D. Francisco, Muslero mayor del Reino (entre otras muchas cosas) para dar mayor relieve e ilustración a esta lúdica circunstancia.  


martes, 7 de junio de 2016

CITA A CIEGAS

A muchos compatriotas les gusta desayunarse en "el bar de abajo". Ya sea cerca de su casa o cerca del trabajo, lo que importa es que sea un bar y que siempre sea el mismo. La modernidad no ha podido con esa costumbre y "naide" va a poder con ella salvo el populismo que dejara al personal sin los dos euros cincuenta que necesitan para completar la operación.
 
Yo, que nunca he sido muy urbanita, practico el desayuno domiciliario, básicamente porque así aprovecho un rato para escuchar la radio o leer algo. Hoy he hecho una excepción a la regla (que para eso está la regla, para excepcionarla excepcionalmente) y me he tomado un café con leche (muy bueno) y un cruasán (muy malo) mientras ojeaba un periódico (malísimo) y asistía, muy a mi pesar, a la conversación que mantenían a voces el patrón y uno de los habituales. 
Resulta que ahora emiten un programa en televisión dónde se organizan "citas a ciegas".
 
Al parecer, la gracia del programa consiste en visualizar el encuentro y escuchar los comentarios (mayormente despectivos según decía el patrón) que hacen los participantes acerca del congénere con el que le ha tocado reunirse. 
 
A mi esta historia de las citas arregladas me ha recordado una anécdota de la que fui testigo indirecto hace unos años.

¿Se acuerdan ustedes de Bernardo Carpa Loureiro? ¡Hagan memoria!, se lo ruego...  ¿Aún no? no se dejen vencer por la  pereza.....ven como era fácil, claro, ya está...¡si! ese es el Bernardo Carpa al que me refiero, el hijo de doña Prudente Loureiro, el nieto de Don Antonio el fundador de licores Carpa y Bermejo. 

Pues bien, el amigo Carpa Loureiro cuando era más joven tuvo un amago de enamoramiento cuyo fatídico resultado dejó huella eterna en su corazón y en su psique. Todo aconteció gracias o mejor dicho a causa de una de esas  "citas a ciegas". La cosa sucedió de la siguiente manera, pero esperen un momento  que antes de relatar el suceso debo de ponerles en antecedentes acerca del carácter y peculiaridades de Bernardito (así lo llamaba su adorable mamá).
 
Bernardo Carpa se crio como hijo único del matrimonio  Carpa Loureiro, una pareja añosa y acaudalada que instaló su hogar en el número 2 de la Calle de la Reconquista con vistas a la Plaza del Caño. La casa contaba con un bonito huerto cerrado sobre el que colgaba una solana dónde doña Prudente bordaba tapetes para la catedral y Bernardito jugaba con sus soldados de plomo y sus construcciones.
 
Desde temprana edad Bernardito mostró un gran interés por la comida de calidad y muy poco interés por el género humano en general y por el género humano ajeno a su familia en particular. Doña Prudente, que venía de familia de dinero viejo, tenía una cocinera de las que ya no existen y claro Bernardito fue creciendo al ritmo de las sopas, potajes y  guisos, los asados de pelo y pluma, los pescados en salsa y al horno y la interminable lista de los postres de cocina, desde el espeso arroz con leche hasta el petit-choux de crema pastelera o la tarta de moras con crema inglesa.
 
Bernardito había heredado la consistencia de su amado progenitor y aunque trasegaba a dos carrillos su anatomía no denotaba los excesos calóricos. Andando el tiempo Bernardito se había convertido en un buen mozo, misógino, solitario y glotón, pero paciente y tranquilo, amante de la familia y persona de orden estricto, puntualidad y costumbres higiénicas.
 
Llegó el tiempo de marchar a Santiago de Compostela a cursar Derecho y para nuestro amigo Bernardo la experiencia fue traumática. No sin muchos ruegos y mediante los sabios consejos del canónigo don Celestino Grelos, consiguieron los Carpa Loureiro que Bernardo se instalará en Santiago y comenzará su carrera. Los años compostelanos fueron a mejor y al final Bernardo pensaba en ampliar con un doctorado hasta que la muerte de su padre lo llevó de vuelta a la Calle de la Reconquista con vistas a la Plaza del Caño, ahora llamada de la Constitución. 
 
Transcurrieron dos décadas sin que nada alterara la vida de la casa. La cocinera murió de un catarro contraído durante un viaje a Palencia a ver a su familia. Pero enseguida heredó su puesto una  santanderina de genio torcido que venía de una casa de más apariencia que sustancia y que enseguida apreció la abundancia de los Carpa Loureiro, cuya despensa era famosa en la ciudad y su bodega en la provincia entera.
 
En el primer año de la tercera década, Doña Prudente comenzó a sentirse mal. Las visitas anuales a Mondariz no conseguían mantener su salud a la altura de tantos años. Su estampa de ciprés y sus andares firmes se habían trocado en un perfil encogido y un caminar dubitativo apoyada en su bastón de ébano y marfil.
 
Bernardo, al que ya nadie llamaba Bernardito salvo su señora madre, estaba preocupado y por eso no pudo negarse a la petición que una tarde de primavera, quizá la última, le hizo en la intimidad de su querida galería. Doña Prudente quería morir viendo a su hijo casado y para cumplir tal sueño a Bernardo no le quedaba otra que buscar a una mujer adecuada, dirigirle la palabra, al menos una pregunta y obtenida la respuesta afirmativa contraer matrimonio.
 
Hombre de palabra y más tratándose de agradar a su señora madre, Bernardo se dirigió a un antiguo condiscípulo en busca de consejo. El amigo consultado, Manuel Barbosa, llevaba ya quince o veinte años casado con Brígida Montes de Azur, una rubia grande y fogosa de pelo trigueño y ojos obscuros que le había dado cinco hijos, todos rubicundos y bastante brutotes.
 
Tras tantos años ausente del  mercado, el bueno de Manuel andaba casi tan perdido cómo Bernardo en cuestiones de dónde y cómo conocer al personaje adecuado, pero la diosa Fortuna que no descansa ni pierde ocasión en recompensar a los que aún la invocan, hizo que por aquellos días estuviera en la ciudad Beatriz Lauzeta, una prima de Brígida que estaba recuperándose de un desengaño doloroso y que estaba invitada en casa de su familiar por aquello de que el yodo hace maravillas y los paseos al bordes del mar recuperan a un herido de Monte Arruit.
 
Así que la cosa quedó concertada y Bernardo y Beatríz fueron convocados a una muy moderna y formal cita a ciegas en el Café del Arenal.
 
A la hora en que Bernardo salió de casa camino de su cita comenzó un calabobos. Protegido bajo su paraguón negro,
Bernardo iba cavilando acerca de la tal Beatriz de la que sólo sabía que dirigía una publicación por suscripción dedicada a las aves y las plantas de jardín.  
 
Beatriz resultó ser una versión portátil de su imponente prima. Su cabello rubio tenía un tono pajizo, sus ojos de un azul verdoso con reflejos dorados (de color Chartreuse que diría un escritor romántico) su talla menuda, las facciones delicadas y una leve inclinación de cabeza que a Bernardo le recordaba los gorriones de su infancia.
 
Por su parte Beatriz estaba más nerviosa que un zorzal en primavera. Ni por todo el oro del mundo hubiera accedido a la petición de su prima si no fuera porque esta había sido siempre buenísima y su tía era siempre generosísima y su marido era amabilísimo y todos le habían asegurado y reiterado y certificado que Bernardo era un hombre muy formal, de costumbres sanísimas y al que no se le conocían vicios salvo su afición a la cocina y a las armónicas inglesas.
 
Tras un tímido saludo se sentaron en una mesa discretamente situada en una esquina del salón frente a uno de los ventanales que se abren sobre la bahía. El calabobos se había tornado en tormenta primaveral y gruesos goterones golpeaban con violencia contra el cristal. Llegó el café, cargado y aromático y las pastas secas, asténicas, necesitadas de una buena dosis de mantequilla y azúcar de primera calidad cómo la que sólo se gastaba en la casa de los Carpa.
 
Bernardo se sorprendió a si mismo con un irreprensible arranque de romanticismo. La piel blanquísima de Beatriz, sus ojos que ahora habían tomado la tonalidad de azul cantábrico, la delicada línea de su cuello, todo le iba predisponiendo para ese momento que nunca jamás había pensado que podía sucederle. Absorto, con la mirada perdida, Bernardo tomó la mano izquierda de Beatriz y con una voz ronca, como la de un chamán en trance, comenzó a pronunciar una suerte de letanía que surgía de lo más profundo de su ser:
"querida Beatriz, tu dulzura es sólo comparable a la de los más dulces pestiños sevillanos, tu carne es tierna como la del cochinillo recién asado..." Al llegar a ese punto Brígida dio un respingo y se puso en pie. Sin pronunciar palabra apoyo ambas manos sobre el mantel que cubría la mesa y alzando la cabeza comenzó a imitar el canto de la alondra, al que siguió el del búho chico, el petirrojo y por último el del colimbo chico.
 
El café permanecía en silencio, de las mesas adyacentes se alzaban miradas que mezclaban el estupor y la risa.
 
Pasados unos días, Bernardo recibió una nota de su amigo Manolo en la que le rogaba que se abstuviera de volver a poner un pie en su casa. Beatriz acabó ingresada una larga temporada en una institución de Málaga, una bonita villa rodeada de palmeras por cuyos caminos de albero pasea acompañada por una monjita que escucha el trino de todos los pájaros del Edén.
 
Bernardo no volvió a reunirse con ninguna otra mujer. Su madre murió aquel verano una mañana en la que el aire parecía más puro que de costumbre. La madreselva cubre la solana y los gorriones se han apoderado de la balustrada de granito cubierta de musgo por donde corretean cada tarde mientras Bernardo los observa atento hasta que anochece y las lágrimas caen sobre su poblada barba. Es hora de cenar, hoy hay crema de marisco y merluza rebozada. Las "citas a ciegas" son peligrosas, corres el riesgo de enamorarte de una vez y para siempre, hasta el final.  

LA ACTUALIDAD (de los diarios de Alcides Bergamota El Grande)


Como todo el mundo sabe, el bar de Juanqui es un lugar de ficción. Lo mismo pasa con Juanqui, cuando nos da la mano y estruja la nuestra, menuda, con la suya, gruesa y húmeda por el trapo de fregar, en realidad, no está ocurriendo. Esto es lo que uno se dice a si mismo cuando ve a Juanqui tocar con el dedillo, sólo un poco, lo justo, el pincho de tortilla que nos acaba de servir. No puede ser. Sólo para ver si está caliente, hombre. Agradecemos todos estos detalles que no son otra cosa que el intento bienintencionado de evitar que nuestro sistema inmunológico se atrofie, se anquilose por falta de actividad. Antes de que Juanqui nos sirviera el café, Doroteo, inconscientemente, se limpiaba la mano recién apretaba, con una servilleta de papel, silbando luego al ver el ojillo de Juanqui fisgarle el gesto. Por sesenta pavos, así lo dice, asumimos que al mes, Juanqui nos pone una planchadora. La verdad, nos dice, yo lo primero que veo al fijarme en una persona es si lleva la camisa planchada. ¡Y vosotros…! ¡Miraros en el espejo! Doroteo se agita un poco y se mira la camisa por debajo de la papada y luego pone cara de que el problema no es la plancha. Juanqui entiende y a manera de asentimiento hincha carrillos y abre los brazos: vamos que la camisa se abre porque te has puesto fuerte, como dicen en mi pueblo. Tato cambia el tercio: los que planchan bien son los chinos, pero los chinos con coleta trenzada hasta la cintura, y gorrillo negro. Este chorizo es de Burgos, veréis que sabor deja en la boca. Es obsequio, ¡por raciones no lo vendo! De Villarcayo de no sé dónde, Burgos y del PP. Tato ataja: católico y de derechas, así que del PP nada tú. ¿Así que de Burgos? Bueno no, de Valladolid, pero hemos cortado la etiqueta con el primer tajo. Para que el café no estropee el sabor que deja el chorizo, nos prepara Juanqui, que es un personaje de ficción, otra muestra, para después. ¡Tomaros un bollo que invito yo! Apuramos el café y la verdad es que el chorizo es de primera.
Y la actualidad, ¿no la comenta? ¡Hombre pero que más quiere!

lunes, 6 de junio de 2016

COBARDÍAS RADICALES

Unos nenes que juegan a canallas revolucionarios han golpeado a unas jóvenes defensoras de la selección española en el centro de Barcelona.
 
Esos "jóvenes aguerridos" que odian la rojigualda y que están dispuestos a derramar su sangre por la llibertat del pueblo oprimido demuestran ser radicalmente cobardes.
 
El otro dio pasearon por Barcelona un nutrido grupo de caballeros legionarios, me pregunto dónde estaban los nenes  apaleadores de jovencitas.
 
En su covachuela rumiando su cobardía, me imagino. 

LOSA DE GUIJARRO

Me escribe Eutimio Pedraja, empleado del Ayuntamiento de Losa de Guijarro.
 
Conozco a Eutimio desde hace tantos años que prefiero ni acordarme. Eutimio mantiene su empleo municipal desde los primeros años de la restauración juancarlina.
 
Por el Ayuntamiento de Losa  han pasado corporaciones de todos lo colores y Eutimio ha permanecido en su puesto indiferente a los vaivenes de las marejadillas políticas locales.
 
Losa no es Washington pero Eutimio, que cobra unos cientos de euros por ocuparse del almacén municipal y hacer los pequeños trabajos que nadie aprecia, ha visto más puñalás  que en una reyerta calé y más zancadillas  que en un besamanos zarzuelero de los ochenta. Eutimio creía haberlo visto y oído todo o casi todo, eso hasta hace unos meses.
 
En sus ratos libres, que no son muchos ni pocos, Eutimio se ocupa del huerto de su tío Acislo donde cultiva acelgas, berzas y puerros en invierno y lechugas, tomates y cebolletas en verano. ¿Porqué les habló del huerto?, sencillo porque mientras arregla sus verduras, Eutimio se dedica a la meditación profunda, es decir que le da al cerebro, cosa rara en su especie y quizá por esa singularidad (además de por su habilidad en el reclamo de la perdiz e imitando al cuco en celo) a Eutimio se le aprecia, y mucho.
 
Eutimio me escribe para preguntarme por Podemos. Las noticias le han llegado por la lectura del Correo y los programas de la radio que cada tarde, mientras se prepara la cena, escucha  en la Telefunken que le regaló mi tía Petronila el año que Eutimio regreso de Ceuta, donde cumplió con la patria en una compañía de Regulares.
 
Eutimio ha escuchado al "nuevo" Pablo Iglesias y no entiende nada. Ha oído su verbo blando y sinuoso, su tono de maestrillo pedante con requiebros de hortera saldando un lote de telas y claro, Eutimio no se ha creído ni una palabra.
 
En Losa no hay representante de Podemos, ni círculo (amén del Católico) ni confluencias ni mareas ni leches en vinagre. En Losa hay cuatro ganaderías, una fábrica de mantecados y un obrador de pan que sirve a las tahonas que cerraron sus hornos por falta de rentabilidad. En Losa han votado a la derecha y a la izquierda, pero nunca han votado a la "nueva política" que según dicen en el casino suena a parienta de un primo a la que se recibe en casa de aquella manera, como no podía ser de otra forma. Natural.
 
Eutimio me escribe para que desde la atalaya urbanita le aclare algo de esa gente con pinta desastrada y ayuna de plato de cuchara que ahora aparece por todas las partes con ínfulas de haber descubierto el Mediterráneo e ingeniado la palanca y que están lideradas por el "nuevo" Pablo Iglesias.
 
Medito mi respuesta. El honrado Eutimio no sabe que la atalaya urbanita no sirve para nada en estos casos ya que la explicación no está en estar o no estar más o menos informado. La información hoy día abunda, el problema es que se trata de desinformación, de "niebla y humo" de propaganda pura y dura escondida tras una suerte de misticismo progre que rezuma almíbar y hiel.
 
Explicarle a Eutimio lo que es Podemos no va a resultar cosa sencilla. Me pongo a ello y al rato enfundo la pluma y rompo las cuartillas, la faena no va por buen camino. Medito. Beso un vaso de agua y enciendo un pito. Me entretengo observando un rato a los gorriones (infalible fuente de inspiración) y nada. Pasan los minutos. Segundo pitó, nuevo vaso de agua. No hay forma. Cojo una nueva cuartilla y le mando unas líneas a Eutimio diciéndole que en unos días voy al campo y que pasaré a verle, que nos tomaremos un chato en el bar del Círculo y que allí tendré mucho gusto en hablarle del asunto que le preocupa.
 
La única ventaja que tiene Eutimio es que en Losa no hay presupuesto para eventos culturales, ni presupuesto para la igualdad social ni presupuesto para nada más que una novillada y un concurso de fuegos artificiales, así que los adalides de la nueva política no tienen nada interesante que mangonear ni una gran audiencia a la que redimir de los horrores del capitalismo salvaje.
 
En Losa lo que hay son muchos prados ganaderos, cercas de piedra, fresnedas, y  un riachuelo cangrejero a cuya ribera se puede ir en verano a comer y cuyas aguas refrescan muy bien las botellas de clarete y gaseosa.

domingo, 5 de junio de 2016

Miscelánea taurina: faena de aliño, aseada, pero sin más. El público agradece el gesto, la voluntad.

Esto de los toros es dificilísimo. A manera de resumen, cuatro impresiones generales, que necesitarían desarrollo y matices. Ahí van.


El estado actual de la Fiesta nos lo resume Gregorio Corrochano en un párrafo publicado en un ABC del año 1921. Lo que en el momento en que describe es un caso concreto, pues se lidian otros toros, hoy se ha generalizado.

 

“(…) Un ligero apuntamiento de lo que llevamos visto para que el lector se dé una idea. El domingo se lidiaron toros de Rincón. Unos toros chiquititos que parecían un producto artificial, como fabricados a la medida de los fenómenos. Con estos toros no hay término medio: o son bravitos y el torero se luce porque no le da miedo y lleva al público el recreo de su arte gracioso, o no son fáciles al lucimiento y entonces la corrida fatiga y cansa, porque no queda el recurso de la emoción, de ese miedo del público al peligro, que es la única razón de existencia de las corridas de toros (…)”.

Cogida de Belmonte (ABC, 21 de abril de 1921)

 

La emoción, el miedo, la variedad, lo distinto han venido a este San Isidro por la técnica y dominio de Enrique Ponce, por la vuelta de David Mora y ese toro de Alcurrucén como regalado del cielo (emoción), por la corrida de Baltasar Ibán (con su segundo, el toro de la Feria se percibía el poder descomunal del todo bravo, y por tanto el miedo), por la corrida de Victorino Martín, con todos los peros que se quieran poner, y en menor medida la de Adolfo Martín y de Miura, y por el bombazo de Saltillo (el peligro, el pavor, el viaje en el tiempo, el toro escapado de manos de sus criadores y como salido de una estampa de Goya). Sin las tardes anteriores, sin duda incompletas, discutibles, generadoras de gran polémica: monotonía, fatiga, cansancio.

 

Una de las cosas que más asombra al leer a Corrochano es su manera de ver. Su manera de acercarse y mirar todo ese espectáculo que son las corridas de toros. Todo lo mira, todo lo observa, todo lo comenta, todo cabe en sus crónicas. ¿Tiene una idea de lo que quiere ver, de lo que es torear? Por supuesto. ¿Lo acepta todo? ¿No rechaza nada, no censura nada? Por supuesto que critica, que censura, que prefiere. Lo que no hace es echar fuera de la fiesta lo que no aprueba, lo que no encaja en sus preferencias, en su concepto teórico. Sabe que la corrida de toros no se reduce a ese presupuesto teórico, que la lidia no se reduce a filtrarlo todo por un único tamiz, que por el contrario, incluye y debe incluir un conjunto de elementos variadísimos, y que en eso radica su esencia, en esa variedad. Sabe que la fiesta de los toros es así. Incluye cosas que no nos gustan, pero que forman parte de ella.

 

Y esa forma de ver las cosas es el resultado de mirar primero y ante todo, al toro. Corrochano observa, mira, analiza y participa en la corrida de toros, partiendo del toro. Y por el toro y desde el toro, llega al torero. Fundamenta la fiesta en el toro. Y el torero se mide en función del toro. Y como el toro es variado, produce emoción, y el torero que se aplaude es el torero capaz de afrontar esa variedad, esos toros tan distintos unos de otros, un reto cada vez, un desafío en primer lugar técnico, al conocimiento de las reses y de la lidia y a las facultades para torear, propias de cada torero. El torero y el toreo en función del toro, y no al revés.

 

Una tarde ve torear a Granero:

“Granero es un torero que tiene condiciones que no se pueden negar. Nosotros le vimos hoy con dos toros muy buenos; esperemos a verle con toros difíciles.”

 

Cuando el aficionado oye comentar a Fidelio Lentino Spotti, la pústula de los Abruzzos, el cartel de por la tarde y decir que torea fulano, pero que no se sabe con qué toros, el aficionado mide la profundidad del bache que atraviesa la fiesta. Cuando el aficionado oye al pájaro Lentino decir, mientras agita sus entradas caras en la mano, que si el toro tuviera un poquito más de gas, o metiera un poco más la cabeza o transmitiera un poco más, el torero estaría más a gusto… al aficionado se le ponen los pelos de punta y le entran ganas de cargar el trabuco con posta. No por intransigente, ni troglodita, ni radical, sino porque ve que de esa manera, se acaba con su afición, al convertir al toro en ayudante del torero, en colaborador de la postura, una sola postura, un solo toro, y pronto, monotonía, fatiga, cansancio. Como nos decía un excelente aficionado que además es criador de toros de lidia: lo que no puede ser es el mismo toro y la misma faena, todas las tardes.

 

El Amigo Pulardo, vecino de abono, lector de Ortega, gran aficionado, dueño de una colección de magníficos zapatos abotinados de piel de potro, nos hace una observación con la que estamos plenamente de acuerdo:

 
- Vivimos una época grosera. Las mentalidades groseras no conciben las cosas más que a la medida de su simpleza dogmática y, en general, miope, a veces brutal.

 

Oiga pero es que se va usted por la ramas, escurre el bulto. Mire usted, yo lo que me hago es cien, mil preguntas y poco a poco voy tratando de lidiarlas:

 

¿Debe el toro criarse, construirse para permitir el lucimiento del torero o es el torero el que con su técnica debe salir airoso, dominador, vencedor ante toros de distintos tipos? ¿Debe el público entender que si esto no es así, deben existir y admitirse faenas distintas, formas de torear diferentes según el toro, y que eso, vencer a un enemigo imprevisible, distinto cada vez, es la variedad que da sentido a la fiesta? ¿Debe entender el público que no es figura ni puede serlo quien no torea más que un mismo tipo de toro, tarde tras tarde? ¿Debe entender el público que no pueden expulsarse de la fiesta determinados encastes, determinadas dificultades, que no puede la crítica descalificar, vociferar, desterrar aquello que no encaje con su limitadísima, interesada y menguada forma de mirar, porque supone ir cercenando el espectáculo hasta acabar con él?

 

Pues usted dirá. Hombre, dentro de un orden, claro, dentro de un orden.

Firma las líneas anteriores la terna siguiente:
Alcides Bergamota Elgrande, Tato y Doroteo. Se adhieren inquebrantables Genaro Garcia Mingo y El Ameba.

Y CON LA DE MIURA, NOS DESPEDIMOS...


...con un no se qué, que nos tiene como cavilando. Las tardes de toros, el aire suave de pausados giros, la vida que pasa. ¡Vaya usted a saber!