miércoles, 15 de enero de 2025

Una nota crítica, aparecida en el Heraldo de Nava. Por Genaro García Mingo Emperador.

Nada hay más cierto que lo secreta que es España. Pero no hay más que buscar y quedar deslumbrado. No hay más que saber mirar y asombrarse ante el tesoro infinito que ante nuestros ojos aparece. Y no espera sino que nuestras manos ávidas y un algo ansiosas, nuestras manos temblorosas, se sumerjan en él. Pero cuanto le cuesta al español de este instante, de tan toscas y breves razones, quitarse las cien amargas vendas que sobre los ojos lleva puestas que insiste en apretar con obtusa cabezonería, cuanto le cuesta despojarse de cegadoras simplezas. ¡He dicho! 

Se queda con lo menos valioso del 98, su pesimismo, y lo adoba con simplezas renovadas al estilo de “este país” y de ahí no pasa este buen señor, como diría Alfonso Reyes que supo verlo todo ya en los años 20 del siglo pasado. No hay más que ir de su mano. 

Y cuando el español contemporáneo da el paso, se quita la venda, a menudo lo hace con la misma simpleza, la misma tosquedad, manchándolo todo. Oía hace poco a uno de estos decir que no se podía atribuir a Nelson el triunfo en el combate de Trafalgar puesto que había muerto al principio de la batalla naval. Me quedo asombrado. ¿No pudo Nelson decidir que se daría el combate, diseñar la estrategia, ordenar las formaciones? ¿No fue él quien pronunció la famosa arenga? Y para poner las cosas en su sitio, en su realidad, ¿vamos a acudir a expediente tan miserable? En fin. 




La poética de Sinforoso García Pote. XIX.

Espléndidas manos, excelente barba, espléndido anciano. Charles Le Goffic (1863-1932), un año antes de su muerte. 



martes, 14 de enero de 2025

Apunte del poligó. De los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía, una vez más, de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Vuelvo de tomar café y noto la presencia de alguien que anda por delante de mí. Es decir, ando con la vista levantada, como debe ser, como un cazador, aunque con las gafas de ver de cerca. La silueta, la forma de moverse y el porte característico, algo recogido como preparado para el salto o la carrera repentinos, como si de un animal característico del bosque se tratara, me resultan familiares y le reconozco. Pero es como si reconociera a su equivalente en la fauna silvestre de un cuento, como si su silueta y sus aires fueran en realidad prestados de un relato antiguo. No es alto, pero si corpulento, macizo. El cuerpo parece oscilar al andar. El cuello es grueso y parece siempre girado hacia un lado y echado hacia delante, como si venteara un rastro. Una bonita cabeza cuadrada y maciza exhibe el remate de un buen mechón de pelo hirsuto, erguido y vibrante como si de un penacho se tratara. Falta verle lanzarse al trote, profiriendo un gruñido. 

Todos los días al salir de comer en el polígono hay un hombre sentado en el quicio entre dos ventanales. Va con ropa de trabajo y con una gorrilla que le esconde un poco el rostro. Además, como está siempre liando un pitillo, no se lo he visto nunca por ahora. 


sábado, 11 de enero de 2025

Lo cotidiano. Nota, de los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liphostey, biógrafo.

Comemos, la casa es bonita, ellos son excelentes, en el sentido primero, es decir, que sobresale por sus óptimas cualidades. La conversación es un tanto deslavazada, inconexa, algunas voces son un poco altas para mi gusto del día, vuelven a oírse cosas que ya sabemos, nos repetimos un poco. Pero aparecen cosas nuevas y, sobre todo, estamos bien en aquel salón bien amueblado que es como estar en casa. Con perdón, oiga. 

sábado, 7 de diciembre de 2024

TABACO. Nota tabaquera aparecida en el Heraldo de Nava hace pocos días. Se reproduce con permiso de su autor, Genaro García Mingo Emperador, publicista.

En una de sus novelas sobre Maigret, Simenon describe a un personaje que fuma unos cigarros de color negro conocidos como “clou de cercueil”, es decir, clavos de ataúd. Ahí es nada.

Otro asunto peliagudo es el del mascar tabaco, costumbre prácticamente desaparecida.

Encontramos la siguiente descripción:

Para mascar el tabaco (verbo impropio si los hubo pues no se masca, sino que se exprime por presión), se corta de la cuerda un trozo como de media pulgada, se enrosca, se introduce en la boca y con el índice se hunde en el lado izquierdo de ella entre las llamadas muelas del juicio. Un movimiento dulce e insensible de las mandíbulas tritura poco a poco el tabaco; de vez en cuando se da una vuelta a la mascadura con la lengua; cuando el tabaco no sabe a nada y parece paja se trae la pelota adelante, se aprieta entre la lengua y los dientes y se arroja.

El arte de fumar. Tabacología universal, por Leopoldo Garcia Ramón, Paris 1881, edición facsímil de editorial Maxtor.


En caso de que la descripción anterior no produzca el suficiente rechazo en quien la lea, se podrá rematar la jugada acudiendo a las descripciones que del hábito de mascar tabaco -y del constante escupir que lleva a aparejado- hace Dickens en su novela Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit. Insiste particularmente en ello en los capítulos que relatan las aventuras del protagonista en los Estados Unidos. La descripción inmisericorde que hace del país y de sus habitantes se encuentra constantemente aderezada y recrudecida por la general falta de higiene y en particular por todo lo relacionado con los esputos del tabaco.

Veamos un ejemplo en el que un personaje norteamericano reúne tanto la costumbre de mascar tabaco todo el día como la falta de higiene y de modales elementales. Es un párrafo del capítulo xxxiv, en la edición magnífica de Alba Editores: “Enfrente tenían a un caballero exaltado por el tabaco, con una barbita hecha de los desbordamientos de esa hierba que se habían secado en torno a la boca y la barbilla: un adorno tan común que apenas llamó la atención de Martín; pero ese buen ciudadano, ardiendo en deseos de afirmar su igualdad con los recién llegados, chupó el cuchillo y cortó con él la mantequilla, justo en el momento en que Martín iba a servirse un poco. Lo hizo con tal jugosidad que le habría revuelto las tripas a un carroñero.

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martes, 19 de noviembre de 2024

Le guste o no, suburbio. De los dietarios de Alcides Bergamota.

Se ha venido el atardecer de golpe y ya es casi de noche y la casa se ha como enfriado. Todo el día ha sido mortecino y gris, con el sol escondido como si no quisiera volver. Y no hace frío, pero hay una punta de humedad que no es de aquí. Humedad, cielo bajo y gris, como si casi todas las luces se hubieran apagado, y quedaran sólo algunas bombillas sin pantalla proyectando una luz tristísima. Se quita el sol y esto parece una tarde triste de París, de cuando llegamos con quince años, con mis padres, para vivir allí una corta temporada. No conocíamos entonces la ciudad y esa atmósfera húmeda, de cielo bajo y anochecer temprano se nos hizo cuesta arriba. Y ahora esta tarde tristona me lo recuerda, claro que, en cutre, sin el empaque de aquella ciudad. Esto de esta tarde es el gran Madrid, la expansión acelerada de los últimos cuarenta años. Aunque esta parte por la que paseo accidentalmente hoy es la mejor desarrollada, la parte pensada y rica, no deja de ser una zona impersonal, de burguesía media viviendo a la americana, en urbanizaciones con coches que van y vienen sin parar, niños a los que se lleva y se trae, autobuses de colegio, frenazos, bocinazos, paradas en doble fila, rotondas. Una señora con el inevitable perro. Otro perro cuya correa sujeta una chica que viste calcetín blanco y chanclas de goma, algo realmente feo. El perro es mucho más digno y elegante que ella. Árboles, cuatro tiendas, algún bar, de repente una calle con más solera, mejor pensada, un poco de urbanismo, y de nuevo el pueblito parcheado por el crecimiento con edificios de toda condición. Así es esto. Y no digo que esté mal, no del todo. Pero esta vida motorizada cansa a veces un poco. 

martes, 29 de octubre de 2024

El cliente.

Un cliente difícil sin duda. Manolo Urbano es un enano. Un tío correoso que se ha leído hasta la letra pequeña. Manolo Urbano es un obseso. Un tío rabioso que ha pedido cambios, que ha escrito, que ha tachado. Manolo Urbano es un marrano. Un tío exigente, pegajoso, protestón. Manolo Urbano es maricón. Si, si, así a lo bruto. Pero por fin se ha rendido, le hemos podido, ha cedido, ha firmado. ¡A Manolo Urbano se la han hincado! Ha mordido el polvo. Oye, ¡pero que le has mandado al cliente! ¡Se ha puesto como una furia, ha dicho que en su vida le habían insultado de esa manera, que nos vamos a enterar! ¡Vete empaquetando que estás en la calle!