Espléndidas manos, excelente barba, espléndido anciano. Charles Le Goffic (1863-1932), un año antes de su muerte.
miércoles, 15 de enero de 2025
martes, 14 de enero de 2025
Apunte del poligó. De los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía, una vez más, de Calvino de Liposthey, biógrafo.
Vuelvo de tomar café y noto la presencia de alguien que anda por delante de mí. Es decir, ando con la vista levantada, como debe ser, como un cazador, aunque con las gafas de ver de cerca. La silueta, la forma de moverse y el porte característico, algo recogido como preparado para el salto o la carrera repentinos, como si de un animal característico del bosque se tratara, me resultan familiares y le reconozco. Pero es como si reconociera a su equivalente en la fauna silvestre de un cuento, como si su silueta y sus aires fueran en realidad prestados de un relato antiguo. No es alto, pero si corpulento, macizo. El cuerpo parece oscilar al andar. El cuello es grueso y parece siempre girado hacia un lado y echado hacia delante, como si venteara un rastro. Una bonita cabeza cuadrada y maciza exhibe el remate de un buen mechón de pelo hirsuto, erguido y vibrante como si de un penacho se tratara. Falta verle lanzarse al trote, profiriendo un gruñido.
Todos los días al salir de comer en el polígono hay un hombre sentado en el quicio entre dos ventanales. Va con ropa de trabajo y con una gorrilla que le esconde un poco el rostro. Además, como está siempre liando un pitillo, no se lo he visto nunca por ahora.
sábado, 11 de enero de 2025
Lo cotidiano. Nota, de los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liphostey, biógrafo.
Comemos, la casa es bonita, ellos son excelentes, en el sentido primero, es decir, que sobresale por sus óptimas cualidades. La conversación es un tanto deslavazada, inconexa, algunas voces son un poco altas para mi gusto del día, vuelven a oírse cosas que ya sabemos, nos repetimos un poco. Pero aparecen cosas nuevas y, sobre todo, estamos bien en aquel salón bien amueblado que es como estar en casa. Con perdón, oiga.
sábado, 7 de diciembre de 2024
TABACO. Nota tabaquera aparecida en el Heraldo de Nava hace pocos días. Se reproduce con permiso de su autor, Genaro García Mingo Emperador, publicista.
Otro
asunto peliagudo es el del mascar tabaco, costumbre prácticamente desaparecida.
Encontramos
la siguiente descripción:
Para
mascar el tabaco (verbo impropio si los hubo pues no se masca, sino que se
exprime por presión), se corta de la cuerda un trozo como de media pulgada, se
enrosca, se introduce en la boca y con el índice se hunde en el lado izquierdo
de ella entre las llamadas muelas del juicio. Un movimiento dulce e insensible
de las mandíbulas tritura poco a poco el tabaco; de vez en cuando se da una
vuelta a la mascadura con la lengua; cuando el tabaco no sabe a nada y parece
paja se trae la pelota adelante, se aprieta entre la lengua y los dientes y se
arroja.
El
arte de fumar. Tabacología universal, por Leopoldo Garcia Ramón, Paris 1881,
edición facsímil de editorial Maxtor.
En caso de que la descripción anterior no produzca el suficiente rechazo en quien la lea, se podrá rematar la jugada acudiendo a las descripciones que del hábito de mascar tabaco -y del constante escupir que lleva a aparejado- hace Dickens en su novela Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit. Insiste particularmente en ello en los capítulos que relatan las aventuras del protagonista en los Estados Unidos. La descripción inmisericorde que hace del país y de sus habitantes se encuentra constantemente aderezada y recrudecida por la general falta de higiene y en particular por todo lo relacionado con los esputos del tabaco.
Veamos
un ejemplo en el que un personaje norteamericano reúne tanto la costumbre de
mascar tabaco todo el día como la falta de higiene y de modales elementales. Es
un párrafo del capítulo xxxiv, en la edición magnífica de Alba Editores: “Enfrente
tenían a un caballero exaltado por el tabaco, con una barbita hecha de los
desbordamientos de esa hierba que se habían secado en torno a la boca y la
barbilla: un adorno tan común que apenas llamó la atención de Martín; pero ese
buen ciudadano, ardiendo en deseos de afirmar su igualdad con los recién
llegados, chupó el cuchillo y cortó con él la mantequilla, justo en el momento
en que Martín iba a servirse un poco. Lo hizo con tal jugosidad que le habría
revuelto las tripas a un carroñero.”
***
martes, 19 de noviembre de 2024
Le guste o no, suburbio. De los dietarios de Alcides Bergamota.
Se ha venido el atardecer de golpe y ya es casi de noche y la casa se ha como enfriado. Todo el día ha sido mortecino y gris, con el sol escondido como si no quisiera volver. Y no hace frío, pero hay una punta de humedad que no es de aquí. Humedad, cielo bajo y gris, como si casi todas las luces se hubieran apagado, y quedaran sólo algunas bombillas sin pantalla proyectando una luz tristísima. Se quita el sol y esto parece una tarde triste de París, de cuando llegamos con quince años, con mis padres, para vivir allí una corta temporada. No conocíamos entonces la ciudad y esa atmósfera húmeda, de cielo bajo y anochecer temprano se nos hizo cuesta arriba. Y ahora esta tarde tristona me lo recuerda, claro que, en cutre, sin el empaque de aquella ciudad. Esto de esta tarde es el gran Madrid, la expansión acelerada de los últimos cuarenta años. Aunque esta parte por la que paseo accidentalmente hoy es la mejor desarrollada, la parte pensada y rica, no deja de ser una zona impersonal, de burguesía media viviendo a la americana, en urbanizaciones con coches que van y vienen sin parar, niños a los que se lleva y se trae, autobuses de colegio, frenazos, bocinazos, paradas en doble fila, rotondas. Una señora con el inevitable perro. Otro perro cuya correa sujeta una chica que viste calcetín blanco y chanclas de goma, algo realmente feo. El perro es mucho más digno y elegante que ella. Árboles, cuatro tiendas, algún bar, de repente una calle con más solera, mejor pensada, un poco de urbanismo, y de nuevo el pueblito parcheado por el crecimiento con edificios de toda condición. Así es esto. Y no digo que esté mal, no del todo. Pero esta vida motorizada cansa a veces un poco.
martes, 29 de octubre de 2024
El cliente.
Un cliente difícil sin duda. Manolo Urbano es un enano. Un tío correoso que se ha leído hasta la letra pequeña. Manolo Urbano es un obseso. Un tío rabioso que ha pedido cambios, que ha escrito, que ha tachado. Manolo Urbano es un marrano. Un tío exigente, pegajoso, protestón. Manolo Urbano es maricón. Si, si, así a lo bruto. Pero por fin se ha rendido, le hemos podido, ha cedido, ha firmado. ¡A Manolo Urbano se la han hincado! Ha mordido el polvo. Oye, ¡pero que le has mandado al cliente! ¡Se ha puesto como una furia, ha dicho que en su vida le habían insultado de esa manera, que nos vamos a enterar! ¡Vete empaquetando que estás en la calle!
miércoles, 14 de agosto de 2024
La corte y los tenderos, breve apunte de dos lecturas. De los dietarios de A. Bergamota.
Terminamos el sábado La cartuja de Parma, de Stendhal. Me decía un amigo hace pocos días que le había decepcionado. Yo diría que esa decepción se produce durante la lectura de los primeros capítulos que siguen a ese extraordinario comienzo que nos traslada rápidamente a la gran batalla napoleónica. Después de eso, es verdad que nos sorprende la novela con su continua relación de aventuras casi a manera de folletín o de novela bizantina, acción, acción y más acción. Surge entonces el punto de decepción, pero se va difuminando a medida que la lectura prosigue. Logra que nos metamos en la historia, que durante las muchas páginas de lectura nos traslademos a Parma y acompañemos a los personajes como si fuéramos un miembro más de aquella corte, como si conociéramos palacios, bosques, montañas y lagos, por haberlos paseado infinidad de veces en su compañía. Cuando cerramos la novela queda una sensación luminosa, pese a todo, fruto de la narración.
Con esa luminosidad en la retina leemos a matacaballo una novela que podríamos llamar de serie negra del autor francés P. Lemaitre, ambientada en el mundo de la empresa y en el mundo del paro. Sin duda sería injusto comparar ambas novelas, no hay duda. Pero desde luego, en la segunda, la luminosidad no existe y queda el sabor amargo de muchas de las más feroces cosas de nuestra época que no es otra que la de forma de vida norteamericana.
Sin duda lo intuía Stendhal al escribir en la Cartuja de Parma esto:
« Le comte discuta le mérite de chaque juge, et offrit de changer les noms. Mais le lecteur est peut-être un peu las de toutes ces intrigues de cour. De tout ceci, on peut tirer cette morale, que l’homme qui approche de la cour compromet son bonheur, s’il est heureux, et dans tous les cas, fait dépendre son avenir des intrigues d’une femme de chambre.
D’un autre côté, en Amérique, dans la république, il faut s’ennuyer toute la journée à faire une cour sérieuse aux boutiquiers de la rue, et devenir aussi bête qu’eux ; et là, pas d’Opéra. »
Podría traducirse como sigue:
“El Conde discutió los méritos de cada juez y se ofreció a cambiar los nombres. Pero el lector quizá esté un poco cansado de tanta intriga cortesana. La moraleja que cabe extraer de todo esto es que un hombre que se acerca a la corte compromete su felicidad, si es que es feliz, y en cualquier caso hace depender su futuro de las intrigas de una camarera.
En cambio, en América, en la república, hay que aburrirse todo el día cortejando a los tenderos de la calle, y volverse tan estúpido como ellos; y allí, ¡nada de ópera!”.