lunes, 15 de octubre de 2012

El arbol de la ciencia

Uno es un fervoroso lector de Baroja. Termino ayer su novela El árbol de la ciencia, con una cierta decepción, tal vez la primera con don Pío, después de la trilogía vasca, de las Memorias, de la serie el Mar, tan extraordinaria, de las maravillosas Memorias de un hombre de acción, etc.

La novela no acaba de ser buena, redonda, ni siquiera creíble, y se ha quedado muy acartonada, encajada entre las diversas tesis que maneja, convertida más en esperpento que en novela. Viene a ser una escritura paródica, que sólo se salva por la descripción de tipos, la agilidad narrativa cuando escapa a los momentos de tesis, la descripción de paisajes y ambientes, en la que la mano de Baroja es la de siempre.

No es que lo que cuenta no sea verosímil, es la forma en que sucede, en que se cuenta, lo que falla, lo que no se acaba de creer y eso precisamente tratándose de Baroja es lo extraordinario, que falle la narración. Aunque está lleno de aciertos, y las cien primeras páginas son extraordinarias, se anquilosa rápidamente y acaba en una decepción. Ni siquiera el tratamiento que se da al hombres desesperado redimido por el amor, resulta convincente, pues desde que el amor aparece sabe el lector que le espera, para encajar con la tesis tremendista el más feroz de los batacazos.

Arranca de forma espléndida con la descripción de la vida de Andrés Hurtado y el peregrinaje constante de personajes que van desfilando por delante del lector, página a página, algunos verdaderamente extraordinarios como Lulú. Mucho más esquemáticos y arquetípicos los demás, como colocados al servicio de la tesis, de la discusión teórica entre tío y sobrino con que la novela se partirá hacia la mitad. Se parte, se frena y se enfría. Tal vez lo que más molesta es la constante presencia del narrador manejando los acontecimientos al servicio de lo que quiere demostrar, careciendo los personajes de autonomía alguna. Todo es demasiado unilateral, esquemático, ajustado a lo que se persigue: la demostración de la negrura y absurdez, crueldad y sinsentido de la vida.

Otro inconveniente enorme es la proyección de esa misma tesis (la negrura y absurdez de la vida) sobre España, de una manera muy noventayochista (como es lógico por otra parte, pero aquí con tan poca sutilidad que molesta verdaderamente mucho). El protagonista vive sumido en la depresión, consciente de la inutilidad de todo esfuerzo, deseando la revolución y esto se desarrolla a su vez en otro pozo negro que es la propia España dónde nada sirve, nada hay, todo es inútil. La narración está al servicio de la demostración y el sostenimiento de semejante tesis, de una forma pertinaz, constante, tan arbitraria, tan sesgada, que se torna burda, tosca.

Se aceptaría el retrato de los bajos fondos, el retrato de un personaje neurótico y depresivo, el derecho del autor a escribir un esperpento, poniendo la lupa sobre ciertos aspectos de la vida social a los que voluntariamente se limita, aumentándolos de manera desproporcionada. Pero resulta tremendamente artificial y forzada la proyección de ese esperpento sobre toda España, como si de una demonstración se tratara. La vida de Andrés Hurtado es así porque se desarrolla en un país que es su propio reflejo, que no tiene remedio, en el que no hay nada que hacer. En esto la visión del escritor es sorprendentemente miope, deformante, limitada y falta de todo matiz. Quien haya leído a don Pío sabe que es gruñón y pesimista, pero aquí estos rasgos predominan de tal forma que torpedean la obra, entorpecen al escritor, pesan sobre la narración hasta hundirla.

El esperpento en que se condensa la descripción de la sociedad por la que se mueve Andrés Hurtado, brillantemente narrado, cuando se proyecta sobre el resto del país, sobre la totalidad, para explicarlo o justificarlo, resulta excesivamente forzado y esquemático y acartona la novela hasta hacerla completamente rígida y poco creíble. Resulta decepcionante y por eso tal vez, para introducir a Baroja, la novela puede no ser la más adecuada, pues desanimará sin duda al lector novel de emprender futuras lecturas.

Para concluir, ni como esperpento, pues tendría que exagerar más todavía, al modo de Valle Inclán, ni como novela es una obra acabada y redonda. Además, el paso del tiempo y lo que sabemos tanto sobre la Restauración como sobre la generación del noventa y ocho contribuyen a poner evidencia su artificio, su voluntaria y arbitraria desfiguración de la realidad al servicio de un sentimiento de pesimismo no necesariamente fundado sobre elementos objetivos, racionales, que pudieran de alguna forma justificarlo. No es el gran Baroja que conocíamos, pero así es la vida. Hasta don Pío tenía que pinchar alguna vez.

Doroteo

domingo, 14 de octubre de 2012

SERVIDUMBRE

Es evidente que los que, respecto a la política nos quejamos y protestamos, pero sin decidirnos a dar el paso, sin participar aunque sea un poco, algo, en la vida pública, estamos condenados a padecerla y tenemos una parte de responsabilidad clara en lo que suceda. Y seremos responsables incluso aunque seamos buenos trabajadores, excelentes ciudadanos, honrados padres de familia, etc. No es válida la excusa tan manida de “ya tengo bastante con cumplir con lo propio”. Aquél cuyas ocupaciones habituales le impidan participar en la vida política, debe saber que esa situación, esa falta de tiempo, no le exoneran de responsabilidad. Debe asumir, aunque sea paradójico, que su falta de tiempo le hace directamente responsable de lo que suceda. Hay respecto de la política una clara culpabilidad por omisión, que se da aunque la coartada de la falta de tiempo pueda probarse a entera satisfacción del tribunal. Es evidente que la historia se ríe de nuestra falta de tiempo. Los enemigos siguen siendo los mismos, el socialismo, el comunismo y el progresismo, que viene a ser el veneno inoculado por los anteriores en las sociedades todavía libres de la Europa occidental, dónde actúa con tal fuerza, socavando los valores que han hecho posible la libertad y con ella la prosperidad en una parte del mundo (con todos sus defectos), que muchos de los que esto lean, si alguno lo hace, sonreirán escépticos, pensarán que lo anterior no se puede decir o es una barbaridad. Bueno, dejémoslo aquí. Eso sí, con otro parrafito de Von Mises:

“¿Es posible que los herederos de quienes crearon la civilización del hombre blanco renuncien a su tan caramente conseguida libertad, convirtiéndose por propia voluntad en vasallos de la omnipotencia gubernamental? ¿van a limitar sus aspiraciones a vegetar bajo un sistema que les convierte en insignificantes piezas de gigantesca maquinaria que sólo el todopoderoso planificador puede manejar? ¿Será posible que la mentalidad que caracteriza a las civilizaciones fosilizadas barra y aparte aquellas altas ambiciones por cuyo triunfo millones de seres ofrendaron su vida?

Ruere in servitium –cayeron en el servilismo- observaba tácito, con tristeza, refiriéndose a los romanos de la época de Tiberio."

Algunas obras de Hayek y Von Mises en Unión Editorial (maravillosamente traducidas y editadas):

Burocracia. Von Mises
Principios de un orden social liberal. Hayek
Los fundamentos de la libertad. Hayek
Liberalismo, la tradición clásica. Von Mises

POLÍTICA

“Todo movimiento antialgo implica una actitud puramente negativa. Carece de probabilidad alguna de triunfar. Sus apasionados ataques verbales sirven más bien de propaganda al programa combatido. La gente ha de luchar por un ideal; no basta la simple condenación del mal, por pernicioso que sea.”

Ludovico Von Mises
La mentalidad anticapitalista
Unión Editorial

viernes, 12 de octubre de 2012

DE HACE UNOS DÍAS

8 de octubre del 2012.- Ayer corrida de Palha en Las Ventas. Leídas las crónicas de Zabala, Amorós, estupenda, como la del día anterior y Márquez, no varía mucho la mía, que ahí va:

Grada del tres, buenas entradas. La sensación de plaza llena, después de tantas novilladas en las que se quedaba a media o tres cuartos, sobrecoge. Hay como un revoloteo producido por las conversaciones, como si las voces fueran un batir de alas y toda la luz fuera a echarse a volar.

A nuestro alrededor cierto turisteo, pero a izquierda y derecha, personal nacional. Un señor de buena pinta, con su mujer y amigas, más que mediana edad y por lo visto aficionados asiduos. El en silencio toda la corrida, sólo se le oye murmurar en momentos inesperados, ante ciertas reacciones de los toros. También aplaude. A mi derecha, un chico que protesta mucho, con otros dos, más prudentes. Hablamos un poco. Desde luego mi vecino parece poco enterado pues le indigna que los picadores traten de picar antes de que el toro haga contacto con el peto… Totalmente enseñado por las cientos de veces en que la suerte de varas se hace al revés, es decir mal y desvirtuándola completamente, ha acabo por pensar que consiste en esperar al toro sobre una mole comparable a una pared de adobe, y una vez se ha estrellado el animal, picarle entonces a placer. En fin.

Delante, tres señores entrados en años que hacen comentarios interesantes y con los que intercambiamos impresiones. Pasado el tercer toro, la señora que va con ellos, delgada como alambre, cabeza pequeña de perfil aguileño y pelo blanco corto, me tiende un folleto que confundo al principio con el programa de la tarde. Es un díptico contra bancos y clase política que no he leído todavía. Un poco más lejos un señorín grita de vez en cuando frases que no se entienden, pero al parecer son de indignación, pues sí se distingue algún taco, algún “¡conio!”. Una señora de las de la izquierda explica que grita lo mismo todas las tardes, pero que nadie le entiende. Desde lejos parece lo que antes se llamaba un tontito. Estratégicamente colocados por la plaza, los gordos habituales para dar ambiente. Frente a nosotros el siete al completo, y debo decir que afortunadamente.

El espléndido espectáculo que es el paseíllo surge extraordinario una vez más ante nosotros.

Los toros de Palha de aspecto y pelaje variados, con fuerza menos el cuarto, imponentes en general, muy armados de pitones. Acuden pronto al caballo y repiten, aunque uno de ellos mansea y al cuarto que se queda parado, apenas si se le puede picar. Nos quedamos con las ganas de ver a Tito Sandoval. Javier Castaño pone los toros largos y la gente lo agradece. La suerte de varas se transforma, surge la emoción, vuelve el torneo y lo que se produce es único, con el toro arrancado de lejos. Uno de los momentos más intensos y hermosos, cuando se hace bien claro, y cuando hay toro, cuando el animal es el centro del espectáculo y sobrecoge.

Es una de esas corridas en la que es difícil pronunciarse. Los toros son difíciles sin duda, pero ¿lo son por falta de bravura o de nobleza o tal vez por casta mal canalizada por los diestros? Parece que hay un poco de ambas cosas. Desde luego desarrollan sentido y no parece que puedan permitir esa forma de torear que mucha gente quiere ver. También parece que en varios momentos la lidia ha sido muy desordenada, con carreras y exceso de capotazos y que eso ha podido sin duda estropear el juego de al menos dos de los toros. Por momentos parecía como si alguno de los toreros no fuera consciente de a que toros se enfrentaba, con descuidos de toreo moderno, descubriéndose, destapándose, lo que los animales, con mucho sentido no perdonaban. El resultado es que la corrida es emocionante, no carece de interés en ningún momento para quien sea consciente de las dificultades a las que se enfrentan los toreros, que sólo por torear Pahla merecen nuestro aplauso. Quien piense que una corrida de toros tiene que ser sistemáticamente la de la faena de los cuarenta pases, si o si, se habrá sentido decepcionado, e incluso habrá criticado a los diestros por no darlos y a los toros por no prestarse a ello. Y con ello, nadando en paradojas, contribuirá a la lenta extinción del espectáculo. Quien haya sabido deleitarse con la breve faena de Javier Castaño a su primero de pinta jabonera, viendo como empezaba por alto, moviendo la mano como si no hubiera gesto, la muleta quieta en movimiento, siempre a la distancia justa, sin que la rozara una sola vez el toro con los pitones, habrá visto torear y se lleva el recuerdo a casa. Lo mismo podemos decir de muchos otros detalles: los dos pares de banderillas puestos por uno de sus subalternos a su segundo toro, lo encelados que estaban los animales a la tela, pegajosos, codiciosos, con fuerza y presencia, el valor de Alberto Aguilar, el toreo por bajo, de sometimiento, de Fernando Robleño a uno de los suyos. Una tarde de toros, porque había toros en el ruedo, aunque nos hayamos quedado con ganas de más, aunque sea difícil darle nota alta al ganado, al que le faltó nobleza, clase, fijeza, pero que tenía fuerza, presencia, trapío, carácter, poder. En fin lo que es una corrida de toros, algo que encaja mal en esquemas rígidos y simplificados. Y tan difícil de ver.

Pero los animales no estaban solamente en el ruedo. A nuestra izquierda un potente polichinela grueso y de pelo cano vocifera que él ha pagado una entrada para ver torear. Por una parte está claro que quiere los cuarenta pases, que con estos toros no se pueden dar. Por otra que en su casa manda poco, que la Paqui lo tiene bajo el yugo, que hace la compra, pasea a los nietos y probablemente friegue. Además, de pecar poco. Volviendo a la cosa taurina, lo que quiere es el ballet con las poses y estiramientos que estos animales no toleran. Quiere el toreo que hacen algunos con los animales descastados y sin fuerza, con los que la emoción desaparece y con ello los toros. Otro espectador se encara y le suelta la estupidez esa de que si no está contento que baje él, suprema memez del espectador moderno, que limita su análisis de lo que ve en el ruedo a ese comentario que es una bobada, un no saber nada. El gordo que hasta ahí si llega se pone frenético y patalea, encendido como una bombilla. Interviene la autoridad y entre todos les callamos.

Uno sabe que no es bueno para la salud ser uno de esos gordos poderosos que gobiernan la plaza. Al menos que creen, a ratos, gobernarla. No es así en realidad. Pero se sueña a veces con tener el poder de reventar la camisa y asesinar de un botonazo a algún molesto pelele. Como el crimen no es bueno y la gordura está perseguida, habrá que pensar en ir un día disfrazado a la plaza con un gigantesco cojín, sobrepuesto a la panza propia. Nadie diría nada. En los toros se fuman cigarros puros magníficos y modestos, se bebe, tintorro y güisqui de malta (los horterillas que los hay), se calla, se grita, se aplaude, se tiembla de emoción, se charla y a veces hasta se aburre uno, sin el menor incidente. El espectador es libre.

Una semana después, esta tarde, despedimos la temporada. Para no hacer la cosa muy larga diremos que si su tipo de toro ibarreño impresiona y alguno de los animales es espléndido, los toros de Samuel Flores decepcionan y preocupa ver la tremenda mansedumbre de más de uno. Se lidian dos hierros, resultado de la partición de una misma ganadería.

Varios sustos serios, aumentados por la dimensión de los pitones astifinos, sobrecogedores, una faena casi completa del sevillano Jose Miguel Delgado y Arturo Saldivar, como buen mejicano, magnífico con el capote. Eduardo Gallo, revolcado con violencia por su primer toro, manso perdido, no tiene su tarde, pese al cariño del público y a la presencia que tiene en el ruedo.

Nos vamos de Las Ventas con una cierta melancolía, la plaza diremos que medio… llena. Todos de puente. Y en primer lugar las autoridades. Es el día de la Hispanidad, la fiesta nacional, pero el palco real está vacío y los palcos de la administración, Comunidad y Ayuntamiento también. Otra de sus prebendas. Están los amiguitos, y los amigotes, pero ningún representante del pueblo soberano. Pica el sol y hasta hace calor y uno no puede más de sol, calor y bochorno. Se acerca la lluvia y el cielo, por encima de la plazen, se carga de color, nubes azules orladas de blanco tapan el sol que las atraviesa con los primeros rayos de su declinar, refulgen las chaquetillas que parecen encendidas por la llegada de la noche. Se anuncia de nuevo el otoño que no acaba de llegar, se vacía la plaza, caen las primeras gotas de agua. Una vez en casa, habrá que encender el habano más largo que encontremos en las oscuridades de la tabaquera.

ESCÁNDALO

Desvelar el significado de eso que hoy denominamos “justicia social” ha sido una de mis grandes obsesiones durante algo más de una década; y reconozco no haber logrado mi propósito. La conclusión a la que he llegado es que referida a una sociedad de hombres libres la expresión de referencia carece de sentido.

Federico Hayek, de su conferencia, El atavismo de la justicia social.

miércoles, 10 de octubre de 2012

TATO Y ALCIDES (absténganse almas sensibles)

A Tato y a Alcides les ha tenido que dar un toque Doroteo. Les ha dicho que no pueden ir por la calle diciendo en voz alta todo lo que piensan. Han sido ya varios los incidentes. No deben mantener por ejemplo el siguiente diálogo:

-          ¡Tócate los cojones que tía más basta!
-          Y aún diría vasta, querido Alcides, porque es inabarcable.

Los dos se quedan mirando, asombrados por las hechuras y la pinta del gorrión: botín sadomasoquista, pantalón de cuadros, superposición de camisetas, chaqueta vaquera con hombreras de clavos, como para llenar una caja de herramientas, cara de pastel, pegotes de maquillaje, chiclorro y hablando medio en inglés, con unos acrónimos y siglas atroces. Cuando Alcides la señala con el dedo y Tato no sujeta más la carcajada, la sujeta se revuelve sobre su zapato pezuñero, como un Miura furioso, y como es una mula, amenaza con un bolso brutal. Rápidamente la calman con un billete de veinte euros, para que se compre un kilo de pipas y ahorre lo que sobre. Aseguran que son productores y que la llamarán para el casting de un reality verdaderamente horrible, sucio, mísero y lujurioso. Discustin, decía Tato. Con este caramelo se ha aplacado la bestia.

Doroteo les ha reprochado tanta prepotencia, tanto machismo, tanta falta a la caridad, aunque se deslizaba entre los reproches, por lo bajini, algo así como un ¡quien pudiera!

martes, 9 de octubre de 2012

Donde Sanglier responde al muy ilustre Ambrose Rose Polidori

Hace bien poco que de la almibarada pluma de nuestro corresponsal Ambrose Rose Polidori ha surgido una colaboración que con desmedida generosidad dirige a mi insignificante persona.

A tenor de su prosa, uno diría que Polidori es uno de esos autores decimonónicos que colecciona chucherías y "postales artísticas" de bellezas rubensianas. Un sujeto de aspecto atildado y modales   afectados que a su paso deja un ligero aroma de agua de lavanda y que a cada rato succiona con devoción un caramelo de violeta. No es así, conocemos a Polidori y nos consta que pese a sus requiebros untuosos es hombre cabal y de conducta masculina, un tipo más bien castellano viejo que conoce el arte inigualable de cortar la perilla del cigarro, de acercar la llama y dar el fuego justo y encender al fin el veguero con la calma y deleite que requiere semejante momento supremo. 

Siendo así, ¿que explicación cabe para esa invitación a la liviandad, esa exacerbación de lo inguinal y balánico, ese canto a la cópula entre arrayanes?. No soy capaz de ofrecer una respuesta congruente. Se me antoja que el calor de este verano eterno que la naturaleza nos regala ha hecho mella en la facunda sesera de nuestro corresponsal y ha terminado por ablandarle el bulbo raquídeo y el bulbo bajero al mismo tiempo.

No puedo estar de acuerdo con sus observaciones acerca de la belleza serena de Recoletos o del Retiro. Al amparo de la canícula los nacionales y extranjeros llenan las calles, pero el espectáculo lejos de ser edificante y armonioso es más bien una suerte de catálogo de vulgaridades postindustriales.

Cuan difícil resulta cruzarse con una mujer que vista como tal o con un caballero que haga honor al nombre. Qué imposible ver unos niños de aspecto sano que no sean presa de la modernidad mercantilizada en su vestir y proceder. Qué poco seductora resulta la vista del cuerpo que nada esconde, todo muestra y todo lo que exhibe anda decorado con tatuajes y tachuelas.


Querido Polidori, dilecto Ambrose, le sugiero con todo aprecio que en su próxima incursión por el centro turístico madrileño evite a toda costa los espirituosos y los caldos añejos, no abuse usted de los coñases y anisados, refrénese, evite el brandy y las espumosas copas de cerveza y así podrá ver el mundo que desfila ante usted sin el tinte amable del buen Baco.

Con todo afecto de su lector y amigo.

Sanglier.