Así se fumo Tato la última compra (o febrerillo loco, de todo un poco)
Tato fuma. A Tato le gusta fumar. ¡Como fuma Tato! Tato es un provocador. Trata el hombre de serlo a su manera, en este tiempo en que sólo produce asombro el hombre honrado, el gesto cortés. Tato trabaja algo. Tato despotrica, pero sabe que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Tato quiere ser simple y no meter aquí ni a Proust ni a los bollos de Proust. Pero vamos al asunto. Como por el mes de julio, Tato fue con sus amiguitos a comprar cigarros. Unos habanos como de cuento de hadas, de porche y mecedora, de linos y jipijapa. Tato es práctico, no sueña con cosas imposibles. Con estas cuatro líneas, algo de humo, cuatro libros, algo de licor, tres paseos, una siesta, Tato vive el presente y los mundos que se le antojan. ¡Tato es la pera! Tato es discreto, guarda los secretos de su corazón y no los expone a las miradas de la gachupia. Los habanos, los habanos de las Indias españolas, los humos azules de Pla. Tato fuma leyendo o de tertulia, así que cuando fuma no hace tonterías. Es cosa seria, Tato crece fumando. ¡Regaladle cigarros! ¡Cajas y cajas de cedro español, crudo o barnizado, de a diez, de a ocho de a veinticinco! ¡Fomentad la lectura! ¡Fomentad las instituciones españolas! Así que fueron los amigos y apoquinaron. Tato se enfada: la mitad del precio palatontalaministra. En los días siguientes a la compra Tato, metódico, cuadriculado, con manías de anciano solterón fue tomando algunas notas. Luego lo dejó. Tato es inconstante, voluble, cansino, amigo de metas inalcanzables, vive en perpetuo incumplimiento. ¡Que calor pasó al fumar! Recordad que era julio. Se derretía el mundo, nos acosaban los agitadores de la cuestión climatológica, la gente enseñaba los pies, chancla de goma, espanto indecible.
14 de julio.- Fonseca cosacos (en adelante “Fonseca”): con brandy español Casajuana 100 años. Tato cree que fumó leyendo Cepo Gordo, ese panfleto. Pero lo recuerda como entre brumas, nieblas espesas. Precioso cigarro, capa nervuda y aterciopelada, buen sujetar, no le pondremos pegas.
15 de julio.- Más calor todavía. Rey del Mundo Coronas de Luxe (en adelante “Rey del Mundo”), un poco de ron con lima es apropiado para la estación. Lenta, larga y deliciosa lectura de Alvaro Cunqueiro que nos hace olvidar el “Luxe” tan feo y chillón. ¿No es una contradicción hallar la maravillosa primera parte (Rey del Mundo), para estropearla con la segunda (de Luxe). Ya lo dice el dicho. El cigarro se deja fumar sin resistencia y es aromático. La noche estrellada, estrellas y más estrellas a medida que el tiempo pasa y se mezclan Merlín y Familia, el aroma del cigarro, el Pasajero en Galicia, Casajuana y lo demás.
17 de julio.- Tato sigue leyendo y sigue haciendo calor. Ramón Allones Specially Selected (pronúnciese selezted y en adelante “Ramón Allones”). Que molesto es eso de que quieran enseñarnos inglés nuestros administradores. Esta vez cine, la Púrpura y el Negro. Pero Tato se distrae: el cigarro es más fuerte, al final como un puñetazo, fantástico. Quedaba algo de lo de Tomelloso y no se hicieron ascos.
18 de julio.- Rey del Mundo, en un sarao de disfraces. Si señores, Tato pasó por el aro y volvió a los orígenes: faja, trabuco, polainas, pañuelo en la cabeza y cigarro en boca. Tato es tímido y el humo azulón le acompaña y reconforta, a la vez que lo esconde un poco. Tato, pese al disfraz de trabucaire, es personaje relamido y delicado que no gusta de brusquedades. Tato hubiera querido vestir de maestre de campo del Tercio Viejo de Lombardía y recorrer en sueños el camino de los españoles, con don Luis de Haro, con el conde de Fuentes o el marqués de Leganés, con Sancho de Londoño, con Alba y Gaspar de Robles, o a las órdenes del Cardenal Infante, bajo las aspas coloradas de la cruz de San Andrés.
20 de julio.- Bolívar Petit Corona (en adelante un “Simón”). A Tato como que le gusta fumarse un Simón de vez en cuando. Cigarro de verdad, de los meros meros, humo historiado, un fumar reflexivo, una cosa seria. Simón nos evoca al personaje, un algo triste, español que sembró el odio para separarnos, que no supo ver que habría la caja de Pandora y los truenos feroces del desengaño, para acabar en aquello de que “gobernar en América es como arar en el mar”. ¿Y que fue de Teresa del Toro con quien casó en la Iglesia de San José, cerca de dónde más tarde se abrió nuestra madrileña Gran Vía? Su homónimo torcido, el Simón verdaderamente importante de nuestra historia, que grato y sincero es, fuerte y de una pieza y por eso exigente. Lo fumó Tato esta vez acompañado por dos mujeres, aquella cuyo nombre oculta sigiloso, y Juana Austen, de todos conocida. Si, el cine también casa con el humo. Y digamos que fue necesario el mejor cigarro para vencer la renuencia a sentarse sin tener a Ford delante.
Uno días después (no muchos).- Ramón Allones. Gustó mucho el plan y se repitió. Esta vez con la Abadía de Northanger. La inglesa, ardiente defensora de los buenos modales y de las convenciones sociales de su tiempo, de que las cosas acaben como deben ser, casa bien con el cigarro que arde sabiamente, por utilizar el verso de Mallarmé. Tato fumó con una jarra de agua (y un vaso). La presencia de las buenas influencias se notó ese día.
21 de julio.- ¡Un Fonseca que no tira! No puede transcribirse lo que pensó el Tato del cigarro y de quien lo torció. Hubo que concentrarse plenamente en Mansfield Park. Ya Juana cansa un poquito, los gorritos de seda, los remilgos, todo entre flores y castillos… Pero no seamos injustos, que no pague ella los platos rotos. Esta vez la escritora ha sido más constante en su arte que el veguero (al que no le guste la comparanza como dicen en el solar familiar, que se de una vuelta). Reconozcámosle a Juana Austen el arte de crear algo hermoso, un relato en el que la belleza serena es posible.
22 de julio.- Simón y Jünger. No hay palabras. Y si las hubiera no son para estos apuntes. Tato confunde y entremezcla los tiempos narrativos, siembra la confusión.
¡Me dejaba los San Cristóbal de la Habana! Pues también acompañé a Jünger con ellos, con ron un día, con agua otro, y así, fumando y leyendo, fueron pasando el verano y los calores. Se fueron los días como el humo del cigarro de La Habana. Le hace gracia a Tato recordarlo ahora que el invierno no se acaba. Como me decía hoy un tío con abrigo gris, febrerillo loco, de todo un poco.
Tato
“No me queda un cigarro, hay que convocar a los amigos porque no nos vemos nada. ¡Que ciudad! ¡Que país!” murmura Tato rebullendo en el butacón para mejorar la postura, que la tarde es larga, manta de cuadros sobre las rodillas, gorro de lana, a pie de chimenea, chupando calor cual gato perezoso, mientras fuera llueve a cántaros.