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martes, 27 de diciembre de 2011

EL TERCER NÚMERO: Indice


Contenido
El Tercer Número
Fernando VII y la estadística circulista Pág. 4.
Crónica del Nuevo Mundo Pág. 5.
Despropósitos y desahogos Pág. 7.
El Decano en la  cocina Pág. 9.
Así fumó Tato Pág. 10.
Vintila Oria Pág. 13.
Entrevista del Presidente Pág. 16.
Crónica Mundano Purera Pág. 20.

Rincón poético de Mr. Renard Pág. 22.
Perros, coyotes y circulistas Pág. 23.
Que no salgan los sacerdotes Pág. 25.
El habano en la red Pág. 30.
Un artículo de Julio Camba Pág. 32.
Galería de fumadores, H. Villa-Lobos Pág. 35.
Página final con marquillas cigarreras: la Virgen de la Caridad del Cobre y una de la serie la Vida del la Mulata. 


jueves, 15 de diciembre de 2011

INTERLUDIOS Y ENTREMESES

¡Que escena tan amable la del regreso al hogar, la butaca cómoda frente a la chimenea y la pipa o el cigarro minúsculo antes de cenar!

El antiguo hombre europeo hacía esas cosas casi cada día y no sufría trastornos nerviosos ni indigestiones, y eso que guerras y desastres hemos vivido unos cuantos en los últimos tres siglos por datar una fecha cercana..

Sentarse hoy a leer el periódico o a escuchar la radio y arrepentirse es todo uno.

Comenzamos por evitar la televisión y eludimos todo contacto con realidades paralelas tales como la BBC, CNN, Fox.. 

Exorcizamos los diarios hablados y los noticiarios televisados de la melé hispana por razones obvias que no precisan de explicación sin insultar la inteligencia del lector avisado.

Nos refugiarnos en pocas y escogidas fuentes, pese a ello no podemos evitar el sonrojo, el enojo, el espanto y el llanto.

En estos tiempos de convulsión la estupidez se manifiesta con toda su virulencia.

Los más soberanos cretinos sientan cátedra y cacarean sus memeces con total impunidad.

En estos casos al hombre prudente no le queda otra que acomodarse en el sillón, tomar una buena novela y encender el maltrecho cigarro. 

Queridos míos, convenceros, buena literatura es la única medicina que protege contra el cretinismo crónico.


Se recomienda el siguiente ejercicio de relajación (no va a ser todo yoga y zen, que en Europa también tenemos nuestras formas de relajación, que leñe..):
Cierre los ojos, medite un minuto acerca del hecho imponible o el interés compuesto, justo cuando vaya a quedarse roque comience a cantar a media voz una tonadilla popular cualquiera, siendo muy útil por su belleza y brevedad la que copio a continuación:



Estaba la pájara pinta
a la sombra de un verde limón.
con las alas cortaba las hojas,
con el pico cortaba la flor,
¡Ay! ¡ay!, cuándo veré a mi amor,
¡Ay! ¡ay!, cuando lo veré yo.

Que usted se relaje bien...y no olvide la novela hombre..no la olvide


Sanglier.

martes, 6 de diciembre de 2011

Y con esto termina el segundo número por fin.


En el próximo número de la gaceta el Sr. Director, desaparecido hasta la fecha, responderá a las insidias vertidas contra él y a las cartas recibidas.

El Círculo no se hace responsable de las opiniones y comentarios vertidos en las colaboraciones.
Hasta dónde conoce, piensa sinceramente que las aportaciones, al menos las escritas, son originales.
Quedan reservados todos los derechos sobre los textos.
Segunda edición limitada de ocho ejemplares.

Más cosas del segundo número, del 2009 (no podemos más).


Perros, coyotes y circulistas (y el camarada narcóticus)

Me alegra que por fin el camarada Narcóticus haya dado rienda suelta a sus obsesiones, animando por fin esta pequeña y exhausta tertulia. Me pregunto si nos quedarán fuerzas para chupar del cigarro cuando se inaugure el Pigeonnier.

Él dice la lucha, la herida venganza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.

Señores, es extraordinario, el cepogordismo avanza sin detenerse. Para compensar.

He aprovechado mi hora de comer para dar una vuelta a pie por los alrededores y tomar un poco el fresco. Sentado en un banco me he comido primero un reconfortante bocadillo de bonito, pimientos y cebolla frita. Me ha dado tiempo a leer dos monstruosos relatos del enloquecido Edgar Allan Poe. Lectura terrorífica bajo el cielo plomizo, con el otoño batiéndose en retirada ante el avance por fin despiadado del general invierno. Lectura muy propia trabajando en este barco fantasma lleno de orates, de chiflados aterrorizados que pasean su miedo y su pequeñez por los pasillos, mientras afilan uñas y cuchillos. Me cruzo can Jacorra y Jacaza que taconean bestiales. He paseado luego por los jardines abandonados, árboles crecidos, descomunales, un tulipero de Virginia entre las nubes, setos tupidos e infranqueables, gama extraordinaria de colores, matiz otoñal, como si hubiera una única mano detrás de cada planta, de cada árbol, arreglando nubes, luz, aire. El silencio era absoluto, las calles estaban desiertas hasta un punto en que parecían abandonadas, los jardines vacíos, lujo muerto, ambiente tenebroso. Parecía como si toda la zona residencial hubiera sufrido un terrible accidente, y hubiera quedado perdida en el medio de la nada, desconectada de todo. Tal vez eso suceda incluso en los días más soleados, porque al final esos inmensos enjambres de casas que no acaban de formar una ciudad, en la que no puede haber urbanidad, puesto reina en la calle el coche vacío, acaban por formar un lugar extraño, en el que se crece faltando algo que los padres tendrán que afanarse por sustituir, para no crear seres socialmente deformes. Volviendo a mi paseo: se oían mis pisadas sobre la arena húmeda, y sensación maravillosa, se me encendía la cara por la mezcla de frío y humedad. Guardado Poe en el bolsillo, no sé que fatalidad ha guiado mis pasos hasta un indescriptible centro comercial, diseñado como si de una cárcel de castigo se tratara. El edificio prematuramente envejecido da la espalada a todos los jardines que le rodean, enseñando una pared de aberturas sórdidas, tapizada de carteles anunciando las tiendas del interior. Me acerco a mirar. Escaleras de barandillas oxidadas y baldosas quebradas de un blanco sucio que me reciben al salir de la humedad viva, del barro y la hierba de los jardines. Y mientras me acerco se acentúa la sensación de haber abandonado ya completamente España. He entrado sin darme cuenta en los Estados Unidos, en aquél recuerdo, en la sensación de que todo es presente, no hay pasado ni futuro, ni proyectos, sólo una demasiado apacible ciudad residencial, poblada de solitarios gordos en chándal rosa, dónde no se ve a nadie. Al acercarme veo anunciada una Academia Coleman, y ya en la puerta Flores Vanessa. La flor esencial es la dueña, todo poder y vitamina. Una vez dentro, en dos alturas, como las dos galerías de metal y blanco de una cárcel, sin contacto ni aperturas sobre el exterior, multitud de puertas, de otras tantas tiendas que parece cerradas o en liquidación, un par de cafeterías sórdidas –todo lo es a la fuerza en semejante edificio-, una oficina de pago al extranjero, y hasta una asociación de consumidores de productos ecológicos de nombre algo así como espiga o avena. El edificio, semi vacío, parece habitado por fantasmas, que ni se hablan ni se ven unos a otros. Vuelvo al jardín y a pasear entre las casas, cerradas todas ellas a cal y canto, personas echadas, luces apagadas. Sólo a ratos algún resplandor. Quien sabe lo que habrá detrás de cada pared. Presto oído pero no llegan a oírse jadeos, ni se asoman al balcón ansiosas, excitadas por el aburrimiento. Total ausencia de lujuria en este jardín frío y callado. No sabe uno al final si ha transitado en realidad por un tercer relato de Poe. Así sería sin duda, a no ser por la cara del que escribe estas letreras, que sigue fresca y viva, con algo del color que le han dejado el frío, las cuatro gotas de lluvia, las avanzadillas del invierno.
NBF

Varias cosas del segundo número


Carta al Director.  Sr. Director,
La solución al acertijo publicado en la página 11 de Cepo Gordo (nº1) parece sencilla pero no lo es. Se ha convertido en una obsesión ya que no consigo resolverla. Para tratar de distraerme he dedicado una tarde a preparar la terrina de perdices, cuya receta facilita en la página tercera de su revista. El médico que me salvo de la oclusión intestinal me recomienda cancele mi suscripción y pase una temporada larga tomando las aguas en algún balneario lejano.
Atentamente, Avelino García Torpedo – Licenciado.

LA SOLUCIÓN (POR FIN) A UN PROBLEMA DE LOGICA

            El problema de lógica viene recogido en el Libro de Tabucchi, “La gastritis de Platón”, visto que ningún lector ha sido capaz de resolver el problema, la solución es la que sigue:
¿Qué pregunta debe de formular el condenado para salvarse del patíbulo? deberá preguntar a uno de los dos centinelas cuál es la puerta que según su compañero conduce a la salvación (o al patíbulo) y después elegir la puerta contraria a la que le sea indicada.
            Si se dirige al guardián sincero, éste, refiriendo lealmente la mentira de su compañero, le indicará la puerta equivocada.
            Si se dirige al guardián mentiroso,  éste, refiriendo engañosamente la verdad de su compañero, le indicará la puerta equivocada.
            En conclusión: resulta necesario en cualquier caso cambiar de puerta.
            Moraleja: para llegar a la verdad, resulta necesario en cualquier caso trastocar la opinión de una opinión.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Cosas del segundo número. Un verano.


Crónica estival mundano Purera



La temporada estival se anuncia con la celebración de las corridas de San Isidro. Suelo acudir a ellas. Allí trato siempre encenderme un puro pero no es tarea fácil ya que las dos horas del espectáculo están acompañadas por una abundante merienda y es imposible aliar el tabaco con la comida. Si lo hago se trata siempre de una Faria que me fumo antes de entrar en la plaza, considero que es un tabaco perfecto para la ocasión (corto y seco) se fuma rápido; vamos que es mejor no traerlo a mi Palco tan chic.

El mes avanza y se anuncian las bodas. Ese si que es un buen momento para degustar uno. En una de las bodas muy "comme il faut" (Jerónimos-Ritz- Chaqué) los hermanos de la novia tuvieron a bien traer tres tamaños de cigarros. Haciendo uso de mi rango en el Círculo del Humo Azul, escogí el reservado a los fumadores profesionales. Un tamaño Churchill de Romeo y Julieta reserve. Sólo se me apagó una sola vez en las dos horas de fumata, dejando el pabellón bien alto; seguramente no tenía andullo. En otra boda de este verano en el Escorial la cosa fue más clásica. Sólo se ofrecía el clásico Montecristo. Aquí también hice valer mis dotes como fumador y no se me apagó ni una solo vez, al contrario de mis vecinos de mesa. Buena tradición que es de servir unos puros en acontecimientos nupciales.

Un día con la calor apretando también de noche, un señor me ofreció acompañarle a cenar con dos señoritas (de buena educación) al club de Puerta de Hierro. Tras acabar los postres (para mi siempre un coronel) concluimos la velada con licores y puro. La cava esta bien vacía así que el maître nos facilitó lo poco que quedaba y optamos por un Punch. Buena terraza tiene este establecimiento en verano.

                Un fin de semana me baje a Sotogrande donde fui a cenar al Real Club de golf frente al Drago (ver grabado de M. de Roux). Allí me presentaron a un señor con una camisa habanera que nos dijo que un amigo suyo le invitó al Caribe para su cumpleaños. El atuendo debería ser vestido por los miembros del Círculo, ya que lleva incorporado un bolsillo del tamaño de un puro. Con el smoking cap remataríamos el conjunto.

                Entrando agosto me refugio en la campiña y allí siempre tengo puros que me facilita un amigo. El es el maître en los cócteles que se sirven en la Zarzuela. A Su Majestad La Reina al terminar las recepciones le gusta reparar con mi amigo, ya que los dos hablan alemán, y le ofrece cada vez que se lleve los puros sobrantes. El no fuma, así que heredo el presente Real del que hago buen uso. La cosecha es muy variada y gustosa haciendo fácil la elección del habano a consumir en el silencio de la noche.

                A la vuelta del estío sabiendo de una amiga que tuvo una operación quirúrgica y que todo había salido bien, fui al estanco mas cercano; concretamente la Expendeduría nº 99 de Madrid para hacerme con un puro y fumármelo en su memoria. No había gran cosa así que opte por un Condal Canario tras hablar con el estanquero. Me despedí de el y me fui a fumarlo a un bar. Al rato apareció el estanquero y seguí la conversación. El, viendo mi interés por los cigarros, me advirtió que el acto que estaba haciendo en este local ya no podrá hacerse con la nueva ley del tabaco. Me indicó que poseía una cava para seis personas debajo de su estanco y que, a cambio de traer unas botellas de vino, el nos dejaba su espacio para el disfrute. Quizás ya entrado el invierno podríamos hacer una visita a las catacumbas de la plaza del Ángel.



Capi.

viernes, 21 de octubre de 2011

EL NUMERO CUATRO. Disquisiciones de Tato.


Dónde Tato trata de cuestiones diversas

“El toreo se hace hondo,
a un tiempo se abisma y vuela,
cuando va el toro redondo,
atado el cuerno a la tela.”
Gerardo Diego

Tato, que no ha dado en su vida un pase digno, ha elegido para si nombre de torero antiguo y es extremo y sentencioso en sus volubles querencias. Ahora piensa que no hay nada, salvo las cosas de Dios, fuera del misterio extremo de los toros y de lo que fueron José Gómez Ortega, “Joselito” y Juan Belmonte, en la España extraordinaria de principios de siglo XX.

Tato que algo ha leído, aunque desde todo punto de vista se quede corto, no conoce mejores páginas, mejor literatura, mejor escritura, que las que Gregorio Corrochano dedicó a la tragedia de Talavera. La presenció desde el tendido, y con él habló Gallito al coger la muleta, sobre la condición del toro. Que si ciego, que si burriciego. Lo imposible, lo que no podía suceder ocurrió aquella tarde, “a Joselito le ha matado un toro”.

Escribe entonces Corrochano, aquello de “Yo no sé que es torear. Creí que lo sabía Joselito y vi como le mató un toro”.

Juan Belmonte estaba en casa y no dio crédito a la noticia hasta la tercera llamada, y muy entrada la noche. Lo cuenta Chaves nogales en la biografía del torero que es otro texto extraordinario de esa España extraordinaria. Belmonte está en casa jugando una partida de cartas y no ha dado crédito a una primera llamada anunciando la desgracia. Al poco rato llega su mozo de estoques con la noticia:

“-En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.
-¡No traes más que infundios!- le repliqué malhumorado. (…)
Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.
-¡Es verdad! ¡Es verdad! –decía, con acento estremecido al otro lado del hilo telfónico.
Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos los unos a los otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete, y sin articular palabra estuvimos durante unos minutos en un estado de semiinconsciencia y estupor. Mis amigos fueron levantándose uno a uno, y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon.”

De nuevo Gerardo Diego:

“Un lienzo vuelto, una última voz –toro-,
un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,
y un arroyo de sangre –arenas de oro-
que se lleva –ay, espuma- a Joselito.”
De aquella historia española, de aquél episodio de otro tiempo y de otra España, hoy casi irreconocible, acogotada, perseguida, existe una versión en forma de copla, que cantó Juanito Valderrama, con su voz aguda y cascada, de viejecillo. Tato quedó sobrecogido cuando la oyó por primera vez, le sobrevino una emoción indecible, y hasta una lágrima hizo amago de querer asomarse. Damos a los amables lectores la letra de esta copla española, de título Pena de Juan y José, al final de este desorden.

El humo del cigarro es buen compañero de la evocación. Recuerdo ahora haber visto una foto del hermano mayor de Gallito, de Rafael, fumando un cigarro, con la cara como escondida entre el cuello levantado de su chaquetón y el ala de su sombreo ancho.

Para poder fumar algo en verano, un servidor y los amiguitos compramos género una tarde de julio y nos fuimos a cenar para probar el material y despedir la reunión hasta septiembre. Cenamos juntos en la terraza tropical de un chino majestuoso, llenando una mesa inmensa y redonda, dónde fuimos atendidos con ceremonia y cortesía orientales. A los postres repartimos la mercancía, como contrabandistas en una cueva, con gesto rápido de tahúr. Circulaban los mazos de cigarros alrededor de la mesa como oscuros y preciados naipes.

Se quejó alguno de la falta de solemnidad en el reparto, pero pudieron el ansia y la sensación de nocturnidad. Se ha perdido, es verdad, el sentido de la ceremonia y es una pena que no se cultive un poco más, pues ayuda a veces a alargar y dar relevancia a los momentos buenos.

Luego encendimos. El del encendido del puro es un momento, además de importante, muy agradable. Al encender la gente está a lo que está, a la fuerza, y se tiene que callar y deja de decir bobadas. Tato chiscó un Vega Robaina de buen porte, intenso, untuoso, de humo lento, que ascendía suave pero firme en el frescor relativo de la noche ya cerrada. Tertulia ceporrera, licuada, inconsistente, de sonrisas alegres y mentes agotadas, alguna incluso babeante. Balbuceos inconexos, simplezas, algún cabeceo, uno resbaló de la silla y se dio una culada tremenda. Un cepogordismo de media velocidad, prevacacional, de gente que está ya pensando en ponerse unos bermudas y en enseñar los pies al final de una canilla enflaquecida y peluda, por toda la geografía nacional eso sí. Ya no hay verano moderno que se precie, que no consista en coger los quince días de descanso y dividirlos en periodos de dos días y medio que se pasan, cada periodo en un sitio distinto, a ser posible cuanto más alejado uno de los demás mejor. Por ejemplo, dos días y medio en San Andrés de Teixido[1] para luego trasladarse a una playa murciana, y continuar así con el baile de San Vito. Es la convulsión vacacional lo que se lleva.

Se produjo la estampida y llegó el día siguiente y seguimos fumando. Esta vez se chiscó el que esto escribe un Libertador, es decir un Bolívar, viendo en delicada compañía “Encadenados” de Alfredo Hitchcock. La película contiene una de las más extraordinarias recreaciones que uno recuerda de una resaca, la del personaje encarnado por Ingrid Bergman. Ella, tumbada en una cama, mira hacia la puerta por la que aparece Cary Grant cuya silueta se aproxima y va girando, con un efecto de cámara, a la medida del mareo de Bergman, hasta quedar del todo invertida, cabeza abajo y finalmente de nuevo en su lugar, momento en que se inicia el diálogo. Tal vez uno se asombra con demasiada facilidad, pero la verdad es que este director narraba muy bien sus historias.

El sábado viajamos al frescor. El día tropical cede por la noche y refresca por fin. La tarde ha transcurrido a la espera de la noche, que es el regalo de la Meseta en julio. Ha transcurrido acompañada por el más extraordinario concierto de chicharras que por estos calores se haya oído, para indecible escándalo de las hormigas. Como los clásicos sirven para todo, se pregunta Tato si la España de estos años de bonanza económica (a crédito eso sí) e insufrible incultura no habrá sido una cigarra escandalosa. No sólo frívola y descuidada, alegre y distraída, sino también algo dejada y descarada, drogata, zafia, ostentosa, macarra y travela, promiscua y tontaina. Y ahora a rendir cuentas al crudo invierno y a la despiadada hormiga.

El Círculo no es cohibero y esto tiene su explicación tabaquera y moral, que dejamos para otro día. Esta vez se ha hecho una excepción. Y ha merecido la pena, pues Tato fuma con sus padres un excelente cigarro, de buen agarre, peso justo, proporcionado, perfecto tiro, matizado y aromático, casi tanto como la conversación.

En sus Folletos Literarios, Clarín nos habla de Bartolillo quien, según nos comenta el autor, “ya aborrece sin saber a quien” y es “propagador de la filoxera literaria”. Esto nos hace pensar en ir abreviando, pero como ya hemos dicho que de lidia andamos mal, va y resulta que alargamos la faena.

Me asombro ante este verano novelero y romántico, de claroscuros y humedades, de luz cambiante, que alterna desordenadamente días de calor pringoso con otros que parecen anuncios de un otoño prematuro. ¿Dónde ha ido ese calor seco, implacable, que termina de tostar el cereal y que hace a los pájaros caer redondos? A los pies de los altos muros de la torre antigua se yergue el paisaje que forman campos y arboleda todavía de un verde encendido, que se irá apagando a medida que avance la estación, el sol abrase y los árboles aguarden pacientes la lluvia. Le gusta a uno observar la luz que cambia con las estaciones y le fastidian los valles oscuros y un poco los mentecatos. En abril, con la primavera recién llegada, la luz se filtraba tenue, nítida y sutil por entre los ramajes espesos de la inmensa encina. Se dejaba caer, en la tarde, sobre los comensales, reunidos alrededor del café, tocándolos con un manto dorado de una labor finísima, inasible.

En fin, cuando Tato se pone lírico se le cae la babilla. En cambio, con qué facilidad lo dijo todo el poeta, en aquellos versos que dicen fueron los últimos, “Chopos de la ribera, álamos del camino blanco”.

Uno es un poco hormiga para algunas cosas, para las equivocadas claro, pues se ha hinchado a recoger buena leña, para quemarla en invierno y soñar con algo ante las llamas, si fuera posible fumando un cigarro de la Habana, cálida y salitrosa.
Tato. Septiembre 2010.



[1] San Andrés de Teixido, aldea ubicada en la parroquia de Régoa, al este del municipio de Cedeira, en la Sierra de la Capelada, cerca de los acantilados sobre el mar, comarca de El Ferrol, provincia de La Coruña. Al ladito de todas partes.