Lo que más me llama la atención es como en ese
inmenso y severo edificio, dónde hasta el león parece diminuto y casi
insignificante, el pintor consigue que el rincón dónde trabaja el santo
transmita sensación de paz y recogimiento, con ayuda de la madera de la tarima
y del techo que presta su calidez al ambiente de ese rincón, en contraste con
la piedra fría del resto y de la chimenea gigantesca y apagada.
¿Qué decir de Carpaccio? La respetuosa y sutil comicidad de la escena no es lo menos destacable desde luego, con ese Santo un tanto orondo y tal vez algo guasón, el ojillo encendido y como una sonrisa contenida, apenas esbozada tras la espesa y extraordinaria barba blanca.
Supongo que mi aproximación es muy superficial,
pero esto es lo que me sugiere a bote pronto.
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