sábado, 20 de febrero de 2016

Diario de Alcides Bergamota. Excursión, segunda parte.

Siempre por gentileza de Calvino de Liposthey.


Parte II

El bar ha cambiado, lo han renovado manos femeninas sin duda. Hace como cosa de un año, nos explica la espléndida camarera que nos atiende y que tal vez sea también dueña del lugar. Una venus rural, rotunda y hermosa con un punto de urbana y morbosa sofisticación. Desprende un magnetismo y una sensualidad que intimidan al caminante que no quiere pasar ninguna prueba, que no quiere ser medido ni tentado por esa visión de la mañana. Ella sonríe enseñando los blancos dientes, con los ojos encendidos, mientras su pecho serrano palpita al ritmo de una respiración que se agita un algo al atender a los caminantes. Estas soledades montaraces. Los caminantes se asustan un poco. Desde lo más profundo de su memoria asoma insinuante el viejo romance y se azoran. Reducidos a casi nada, saludan a la serrana quitándose el sombrero, mirando a hurtadillas, sin arrestos para afrontar el evidente convite de la gran venus retadora, cuyos blancos dientes, cuyos grandes ojos brillan por momentos con una luz de viejo cuento de hadas. Rompen el hechizo, impiden el conjuro, pidiendo un pincho de tortilla para dos. La decepción se pinta en los ojazos, en los colores, en los aires espléndidos de la moza sin par, de la fundadora de razas y estirpes, de la reserva genética de occidente, que sin duda esperaba más viriles ademanes. Sirve resignada una ración como para un pajarillo con remilgos de viejo bujarrón. Se despiden.



Empiezan el camino de vuelta. Van pensativos, ensimismados, tal vez deslumbrados. ¿No había que haber tirado de capote? ¿Intentar un lance, requebrar al pimpollo? ¡Sultana, jenízara! El aire frío les devuelve a otras hermosuras: las del paisaje. El herrerillo, la espléndida pareja de águilas, de vuelo silencioso y suspendido en la altura, como si fuera el mundo quien a sus pies girara, los fresnos sin hoja pero cargados de brotes.


Ahora sí que las masas han hecho su aparición. Del corral han soltado a cien ciclistas, parecen espectros escapados de algún enterramiento, estridentes, silbantes, los ruidos de su máquina semejan el arrastre de cadenas, y dan aviso al incauto caminante de su temible proximidad. Como las ánimas en pena con el negro y deshecho sudario, de negro van ellos vestidos, sobre negros artefactos, con negros cascos, mallas negras, gafas negras, negra velocidad, negro mirar, negra tropa. Un intento de exorcismo casi acaba a tortas, cuando los caminantes se interponen en el camino con los brazos en cruz y gritando un vade retro satanás. Se produce un atasco y poco falta para que rueden por el suelo diez o doce de esos fantasmales pájaros negros. El asno rebuzna, la oveja bala, las vacas pastan, y todos por un momento se asoman a la extraña escena. Los caminantes salen por pies, risco arriba, dónde no pueden seguirles los gentucillas de negras mallas. La sierra vuelve a su ser. El toro brama, la cabra bala, la paloma gorjea, el pájaro gorgorita, la cigüeña crotora, el cuervo grazna, el elefante barrita… ¿Oiga pero que dice?

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