Hoy,
como quien dice, hemos dado comienzo oficial a la temporada, haciendo cola para
comprar unas entradas para la novillada de esta tarde. Tras larga meditación, y
resistiendo a la oferta tentadora de un reventa – ¡reventa en una novillada de
abril!- nos hacemos con tres gradas del ocho, fila uno, al precio asequible de
siete euros cada una. Hemos tenido que hurgar un poco en el portamonedas, pero
no tanto. Oiga, que yo portamonedas no tengo. ¿Pero que se ha creído? La tarde
dubitativa, nubes, cuatro gotas de agua, aire, aconsejaba estar a cubierto. A
nuestra derecha, pero en delantera, el torero Roberto Domínguez, con
acompañantes y acompañanta. Los toros son de origen Juan Pedro Domecq. Una voz
cercana comenta que… para variar. No nos parecen feos los toros, colorados,
castaños, negros. La corrida bien armada, mansea: remolones al caballo,
distraídos, se duelen en banderillas, uno de ellos muge como un cordero, otro
barbea las tablas buscando el salto con insistencia. Poco ayudan los de a pie,
poco amigos de fijar los toros, de poderles, de lidiar con orden. Los animales
irán toda la tarde a su aire, eligiendo caballo para la puya, terrenos, pases,
y demás. Pero no se caen, aunque dos pierden fuerza durante las larguísimas faenas
y doblan por un momento las manos. Media entrada, si llega. Por un lado
turistas de todos los rincones del mundo –detrás unos argentinos amables y
despistados, delante una líneas de chinos ninja poco respetuosos, pero
cualquiera se atreve con ellos. Los toros decimos, porque todos pasan de
quinientos kilos, y de novillos tienen más bien poco, uno de ellos la cara
todavía tierna, de vaca. De los tres novilleros dos no han toreado el año
pasado y otro lo ha hecho en dieciséis ocasiones, imaginamos por lo que enseña,
que en plazas más bien de pueblo, dicho sea con todos los respetos, para los
pueblos y para el novillero. Los tres son ya mayorcitos. Con todo esto las
esperanzas no son muchos, pero la tarde resultará si no del todo interesante,
si amena. Porque la otra mitad de la entrada son los autobuses de La Mancha que
han venido a apoyar al tercero espada, dispuestos a todo. El enfrentamiento con
el gordo despótico que truena en el siete es casi inmediato. El gordo es un
poco burro, pero si las formas no son finas - ¿Cómo iban a serlo?- en el fondo
razón tiene. Delante la inevitable bolsa de pipas. Detrás dos mujeres con un
niño de tres años o así, transmitiendo que es de lo que se trata. Al morir el
primero nuestro vecino comenta refiriéndose a quien lo ha despachado: A este
nada de pañuelito blanco. No vemos torear. El toro da como picadero alrededor
del novillero, en largos círculos, hasta que se harta, se entera y empieza a
buscar el bulto a cabezazos. Normal. Como no está rodeado, se hace eterna la
estocada porque el animal sigue paseando y no para quito. En el segundo toro,
el diestro, de repente se pone derecho, en línea y da una tanda, que nos
recuerda lo que es torear. Pero es un espejismo y continúa luego con las
postura de la escuadra (el toreo de la alcayata como dice el gran JRM). El toro
como todos sus hermanos, es colaborador a más no poder, pero el de a pie se da
cuenta cuando ya no hay remedio. Aviso, aviso, el descabello se hace black
& decker y suena la bronca merecida. ¡Al novillo hay que matarlo arriba!
Más adelante vemos un bonito tercio de banderillas dirigido por Marco Galán,
espléndido en la brega como siempre. Se aplaude su economía con el capote y una
espléndida larga con la que se trae el toro hasta su burladero para tenerlo
sujeto allí hasta que se colocan los del castoreño. Luego, su jefe de filas,
coreado en masa por sus paisanos torea como si estuviera en… quien sabe dónde,
pero como está más puesto y en forma, corta una generosísima oreja. Con su
segundo el presidente, pese a la estocada y a la euforia de los paisanos
dirigida por uno con pañuelo naranja sobre la cabeza, dirá que nones, que hasta
aquí hemos llegado. Con la primera oreja las protestas son una cuantas. En plan
de chanza se le llama dominador y el gordo despótico la arma haciendo que suene
por toda la plaza, mientras trabajan los areneros, la palabra regalito, dicha
con toda la mala idea y toda la razón. ¡¿Dónde está la autoridad?! El cuarto es
alto de agujas, astifino, nos parece descomunal de pitones. Únicas verónicas de
la tarde rematadas con una media. El toro parece que se ha tragado una sirena
de barco y la hace sonar como si hubiera niebla. Puyazo trasero de vergüenza y
la consabida bronca al picador. Normal. En el quinto hasta los chinos ninja se
pasan de la raya. Se les lanzan miradas de censura, pero lo dicho, nadie quiere
exponerse a una llave de karate. ¡Qué profesión! ¡Qué desamparo allí abajo, que
soledad, dando trapazos sin sitio, y ya con años sin fría, jugándose la vida
ante el turisteo! Por lo menos la tropa va calzada y con pantalones largos,
cosas del aire. Dentro de un mes no tendrán piedad y enseñaran todo lo que no
querremos ver. Se oyen recomendaciones cariñosas dirigidas al matador, se le
indica con benevolencia y en tono paternal que no deje los estudios, que
después de lo que hemos visto vuelva a ellos con más ahínco si cabe. El gordo
despótico se ha hecho caverna. Ventrudo y brutal, brama contra todos. ¿Qué sería
la plaza sin él? Una voz hiriente le
llama dictador, carcajadas, se oye un gilipollas. Risas. Sale el sexto y la
representación manchega decide darlo todo en defensa de su pupilo con el
Karajan del turbante naranja dirigiendo con autoridad, dispuestos a echar el
pulso más feroz a nuestro gordo despótico, a ritmo de olé frenéticos. Pero no
cuela. En esto, cuando salen los del castoreño, nuestros ojos no dan crédito.
Va a picar un gordo descomunal y coqueto. Tan grueso que sus formas recuerdan a
las de un gigantesco bebé (es la palabra que hay que utilizar, no hay otra)
vestido de luces. Las patitas y los bracitos son cortos, pero el abdomen de una
redondez esférica perfecta se traga el borrén de la montura. Nos asustamos. Nos
parece una irresponsabilidad salir a la plaza en esas condiciones físicas. Si
es desmontado podrán pasar dos cosas: que explote al caer o que perfore el albero
y haya que cavar una galería para encontrarlo. Sin embargo el amigo se defiende
que no veas. Claro que no de forma ortodoxa porque apenas si puede sujetar la
vara. Utiliza el método avispa, que consiste en picotear in piedad el lomo del
toro, abierto de piernas para no perder el equilibrio. Es una especie de bolo
de base redonda, de esos que no se pueden tirar nunca, porque cuando el toro
aprieta, levantando la pierna contraria el bolo hace contrapeso mientras
picotea sin piedad. No rectifica la puya porque casi no llega a clavar, es un
enorme tábano de azabache y verde que zumba mientras sacude con el aguijón. La
bronca que se lleva, con toda razón es espectacular. Pero no cuela, decíamos,
pese a la estocada. Hemos localizado en una barrera a nuestro amigo inglés,
cámara en mano. Nos hubiera gustado charlar con él, intercambiar impresiones.
Más adelante será. Al salir de la plaza se ha levantado un aire frío y se ha
puesto gris la tarde, quizá a tono con lo que hemos visto en el ruedo, pese a
Marco Galán, pese al perfecto y único puyazo de Tito Sandoval, pese a esa única
serie con el cuerpo erguido del segundo espada. Nos vamos, pero como dijo aquél
en Filipinas, volveremos. Si Dios quiere añadimos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.