domingo, 12 de abril de 2015

Apuntes.

Hoy, como quien dice, hemos dado comienzo oficial a la temporada, haciendo cola para comprar unas entradas para la novillada de esta tarde. Tras larga meditación, y resistiendo a la oferta tentadora de un reventa – ¡reventa en una novillada de abril!- nos hacemos con tres gradas del ocho, fila uno, al precio asequible de siete euros cada una. Hemos tenido que hurgar un poco en el portamonedas, pero no tanto. Oiga, que yo portamonedas no tengo. ¿Pero que se ha creído? La tarde dubitativa, nubes, cuatro gotas de agua, aire, aconsejaba estar a cubierto. A nuestra derecha, pero en delantera, el torero Roberto Domínguez, con acompañantes y acompañanta. Los toros son de origen Juan Pedro Domecq. Una voz cercana comenta que… para variar. No nos parecen feos los toros, colorados, castaños, negros. La corrida bien armada, mansea: remolones al caballo, distraídos, se duelen en banderillas, uno de ellos muge como un cordero, otro barbea las tablas buscando el salto con insistencia. Poco ayudan los de a pie, poco amigos de fijar los toros, de poderles, de lidiar con orden. Los animales irán toda la tarde a su aire, eligiendo caballo para la puya, terrenos, pases, y demás. Pero no se caen, aunque dos pierden fuerza durante las larguísimas faenas y doblan por un momento las manos. Media entrada, si llega. Por un lado turistas de todos los rincones del mundo –detrás unos argentinos amables y despistados, delante una líneas de chinos ninja poco respetuosos, pero cualquiera se atreve con ellos. Los toros decimos, porque todos pasan de quinientos kilos, y de novillos tienen más bien poco, uno de ellos la cara todavía tierna, de vaca. De los tres novilleros dos no han toreado el año pasado y otro lo ha hecho en dieciséis ocasiones, imaginamos por lo que enseña, que en plazas más bien de pueblo, dicho sea con todos los respetos, para los pueblos y para el novillero. Los tres son ya mayorcitos. Con todo esto las esperanzas no son muchos, pero la tarde resultará si no del todo interesante, si amena. Porque la otra mitad de la entrada son los autobuses de La Mancha que han venido a apoyar al tercero espada, dispuestos a todo. El enfrentamiento con el gordo despótico que truena en el siete es casi inmediato. El gordo es un poco burro, pero si las formas no son finas - ¿Cómo iban a serlo?- en el fondo razón tiene. Delante la inevitable bolsa de pipas. Detrás dos mujeres con un niño de tres años o así, transmitiendo que es de lo que se trata. Al morir el primero nuestro vecino comenta refiriéndose a quien lo ha despachado: A este nada de pañuelito blanco. No vemos torear. El toro da como picadero alrededor del novillero, en largos círculos, hasta que se harta, se entera y empieza a buscar el bulto a cabezazos. Normal. Como no está rodeado, se hace eterna la estocada porque el animal sigue paseando y no para quito. En el segundo toro, el diestro, de repente se pone derecho, en línea y da una tanda, que nos recuerda lo que es torear. Pero es un espejismo y continúa luego con las postura de la escuadra (el toreo de la alcayata como dice el gran JRM). El toro como todos sus hermanos, es colaborador a más no poder, pero el de a pie se da cuenta cuando ya no hay remedio. Aviso, aviso, el descabello se hace black & decker y suena la bronca merecida. ¡Al novillo hay que matarlo arriba! Más adelante vemos un bonito tercio de banderillas dirigido por Marco Galán, espléndido en la brega como siempre. Se aplaude su economía con el capote y una espléndida larga con la que se trae el toro hasta su burladero para tenerlo sujeto allí hasta que se colocan los del castoreño. Luego, su jefe de filas, coreado en masa por sus paisanos torea como si estuviera en… quien sabe dónde, pero como está más puesto y en forma, corta una generosísima oreja. Con su segundo el presidente, pese a la estocada y a la euforia de los paisanos dirigida por uno con pañuelo naranja sobre la cabeza, dirá que nones, que hasta aquí hemos llegado. Con la primera oreja las protestas son una cuantas. En plan de chanza se le llama dominador y el gordo despótico la arma haciendo que suene por toda la plaza, mientras trabajan los areneros, la palabra regalito, dicha con toda la mala idea y toda la razón. ¡¿Dónde está la autoridad?! El cuarto es alto de agujas, astifino, nos parece descomunal de pitones. Únicas verónicas de la tarde rematadas con una media. El toro parece que se ha tragado una sirena de barco y la hace sonar como si hubiera niebla. Puyazo trasero de vergüenza y la consabida bronca al picador. Normal. En el quinto hasta los chinos ninja se pasan de la raya. Se les lanzan miradas de censura, pero lo dicho, nadie quiere exponerse a una llave de karate. ¡Qué profesión! ¡Qué desamparo allí abajo, que soledad, dando trapazos sin sitio, y ya con años sin fría, jugándose la vida ante el turisteo! Por lo menos la tropa va calzada y con pantalones largos, cosas del aire. Dentro de un mes no tendrán piedad y enseñaran todo lo que no querremos ver. Se oyen recomendaciones cariñosas dirigidas al matador, se le indica con benevolencia y en tono paternal que no deje los estudios, que después de lo que hemos visto vuelva a ellos con más ahínco si cabe. El gordo despótico se ha hecho caverna. Ventrudo y brutal, brama contra todos. ¿Qué sería la plaza sin él?  Una voz hiriente le llama dictador, carcajadas, se oye un gilipollas. Risas. Sale el sexto y la representación manchega decide darlo todo en defensa de su pupilo con el Karajan del turbante naranja dirigiendo con autoridad, dispuestos a echar el pulso más feroz a nuestro gordo despótico, a ritmo de olé frenéticos. Pero no cuela. En esto, cuando salen los del castoreño, nuestros ojos no dan crédito. Va a picar un gordo descomunal y coqueto. Tan grueso que sus formas recuerdan a las de un gigantesco bebé (es la palabra que hay que utilizar, no hay otra) vestido de luces. Las patitas y los bracitos son cortos, pero el abdomen de una redondez esférica perfecta se traga el borrén de la montura. Nos asustamos. Nos parece una irresponsabilidad salir a la plaza en esas condiciones físicas. Si es desmontado podrán pasar dos cosas: que explote al caer o que perfore el albero y haya que cavar una galería para encontrarlo. Sin embargo el amigo se defiende que no veas. Claro que no de forma ortodoxa porque apenas si puede sujetar la vara. Utiliza el método avispa, que consiste en picotear in piedad el lomo del toro, abierto de piernas para no perder el equilibrio. Es una especie de bolo de base redonda, de esos que no se pueden tirar nunca, porque cuando el toro aprieta, levantando la pierna contraria el bolo hace contrapeso mientras picotea sin piedad. No rectifica la puya porque casi no llega a clavar, es un enorme tábano de azabache y verde que zumba mientras sacude con el aguijón. La bronca que se lleva, con toda razón es espectacular. Pero no cuela, decíamos, pese a la estocada. Hemos localizado en una barrera a nuestro amigo inglés, cámara en mano. Nos hubiera gustado charlar con él, intercambiar impresiones. Más adelante será. Al salir de la plaza se ha levantado un aire frío y se ha puesto gris la tarde, quizá a tono con lo que hemos visto en el ruedo, pese a Marco Galán, pese al perfecto y único puyazo de Tito Sandoval, pese a esa única serie con el cuerpo erguido del segundo espada. Nos vamos, pero como dijo aquél en Filipinas, volveremos. Si Dios quiere añadimos nosotros. 






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