domingo, 2 de diciembre de 2012

Café y farias.

“Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando de reír a cuantos os conocen, y no os conocen.”

El jurista, aunque sea medianejo, sabe que las cosas son lo que son y no lo que las partes dicen que son. Lo mismo sucede con la historia, cuando lo es. Y así, la historia del descubrimiento, conquista y población de América es lo que es, y no lo que algunos, muchos en el siglo XIX y mucho bobalicón aún hoy, dicen que es.

De la misma forma que perduran hoy con mucha fuerza y nublando el entendimiento de muchos, esquemas sobre España acuñados por el pesimismo de la generación del noventa y ocho, paradójicamente sin duda lo menos estimable y valioso de su extraordinaria producción, perviven sobre la América española, toscas ideas preconcebidas, que se superponen con sorprendente fuerza, pese a su torpe tosquedad, sobre lo que las cosas fueron y siguen siendo. En ambos casos recibidas sin espíritu crítico y mantenidas por la falta de curiosidad y el complejo de inferioridad, por españoles de uno y otro lado del mar, de ambos hemisferios, según la expresión famosa del año 1812. Ideas mantenidas hoy, con torpe pasión ciega por esa forma de no pensamiento que es el sentimiento progre, porque difícilmente se le puede calificar de pensamiento, que como el pulgón se extiende sobre el rosal en primavera y lo ahoga, privándole de flores.

Alcides, en su exilio provinciano, no renuncia sin embargo. Fue difícil al principio. Su fama de mujeriego, de temible don Juan, le cerró al principio las puertas del casino, temerosos sus socios por la virtud local. Luego se conoció las historia de sus batacazos sentimentales y la aparición, fugaz, para la firma de unos papeles, de Toñi la socialista, el error de los años progres, en coche oficial conducida por el chofer de las cortes autonómicas, ajamonada y brutal, le granjeó la inmediata simpatía y compungida solidaridad de todos el personal. Pronto tuvo sitio en la tertulia y compartió café y cigarro en las sobremesas de los sábados. Fue allí, cuando pudo reanudar, constante y paciente, con una de sus obsesiones favoritas, el desfacer entuertos. Comentaba Aquilino sin ánimo de picar en el ojo de nadie, que los mejicanos no tenían idioma propio, puesto que el español era nuestro. Con delicadeza replicó Alcides que tan suyo es el español como nuestro, pues en rigor no existía Méjico cuando arribaron allí las primeras naves. Es decir, no existía un Méjico anterior al descubrimiento que se pudiera conquistar y sobre el que se impusiera lo nuestro. En rigor, lo que allí había era otra cosa y el nuevo mundo, fue el resultado de lo que allí sucedió. Y el resultado fue lo que deslumbró al viajero alemán cuando describió la América española, pocos años antes de la independencia, de su triste independencia, porque se hizo al amparo de un error intelectual, cuando podía haberse hecho de otra forma, sin la ceguera de sus caudillos españoles. No se impuso el español como algo ajeno a los ancestros de Juan Rulfo, por ejemplo, porque no había ancestros de Juan Rulfo antes de la llegada de los grandes barcos. Como le decía Alcides a su contertulio de casino provinciano, si usted no quiere ver, no culpe a las generaciones pasadas, siga ciego, pero bajo su responsabilidad, sin retroactividad. Pero no alarguemos esto, que aburriremos al lector. Le dejamos, para escándalo de cegatones bien pensantes y amigos de revoluciones, con el soriano Franciso López de Gómara:
diéronle bestias de carga para que no se cargue; y de lana para que se vistan no por necesidad sino por honestidad, si quisieren; y de carne para que coman, nunca les faltaba. Mostráronle el uso del hierro y del candil con que mejoran la vida. Hánles enseñado latín y ciencias, que vale más que cuanto oro y plata les tomaron; porque con letras son verdaderamente hombres, y del la plata no se aprovechan mucho ni todos. Así que libraron bien en ser conquistados, y mejor en ser cristianos”. Se hizo en la tertulia del casino provinciano un algo de silencio, tanto sorprendió la rotundidad de la frase de Gómara que sonó a la más extraordinaria de las provocaciones. Pero como no son los socios del casino, amigos de Alcides, gente empanada del todo todavía, se atrevió uno de ellos, a preguntar casi en voz baja:
- Oye, ¿y este Gómara quien era…?

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