viernes, 29 de junio de 2012

CALOR Y MAIGRET


La llegada del calor, los sofocos, julio a la puerta con su aliento cazallero, de fuego azul y rojo, todo lo trastoca. Cualquier otro acontecimiento añadido a las perturbaciones propias del calor sume al cepogordista en el desconcierto, incapaz de otra cosa que no sea chupar del cigarro, para zafarse de piscinas, actividades, fútbol, reuniones, celebraciones, entusiasmos, planes, vacaciones. El más grande cigarro, la mayor humareda, la nube más densa. El primer libro que Georges Simenon publicó de las aventuras del comisario Maigret se llama Monsieur Gallet, décéde. Podría traducirse como Ha palmado el viejo. Lo escribió Simenon en 1930 y lo publicó la editorial Fayard en 1931, con el título La chasse à l’ombre. Lo que podría traducirse como Cazando en pelota. En este primer episodio Maigret lleva sombrero hongo (es decir, si no me equivoco, un bombín) y cuello duro que se le deshace con el calor. La acción transcurre, precisamente, a finales de un mes de junio, a treinta y muchos grados, y el comisario, para no deshacerse, se ve obligado a tomar el aperitivo, una y otra vez. Uno de los personajes deja que se caliente su Armagnac, manteniendo la copa de balón dentro de la palma de la mano, cerrada alrededor, como debe hacerse. Ni que decir tiene que no es necesario ahora, en junio en España, hacer nada con el brandy para que se ponga a temperatura adecuada. Entran por la nariz y se mezclan con el cigarro infinidad de sensaciones exacerbadas por el calor, hasta que el cepogordista cae de rodillas al borde del desmayo. Quede claro que Simenon es mucho más que la escena de un personaje bebiendo una copa de Armagnac bien descrita. Aunque ser sólo eso ya sería ser mucho. Lo decimos porque hay en la prosa de Sime, permítasenos este apelativo familiar, la más precisa, sutil y delicada descripción de toda una Francia y de toda una época. Su talento para captar con pinceladas breves el campo, un pueblo, los barrios de París, una tarde de calor, o las gabarras remontando los canales del Sena, remolcadas por inmensos percherones avanzando lentamente por el camino de sirga es deslumbrante. Y Maigret tiene un aliciente adicional, y no menor. Gracias a la investigación policíaca, por una parte, y a la naturaleza del personaje por otra, carente de maldad o de retorcimiento, parisino de padres de pueblo provinciano, feliz y pacíficamente casado con Madame Maigret, observador de la naturaleza humana, los libros que recogen sus aventuras carecen de la deprimente y desoladora sordidez de otros títulos en los que Maigret no aparece. Como pueden ser, por ejemplo: Oncle Charles s’est enfermé; Le rapport du gendarme; Faubourg o Le cheval blanc. La simple evocación de estos títulos le pone al cepogordista los pelos de punta.

De política no hablaremos, aunque casi caemos en la tentación al ojear La casa de Lúculo, de Julio Camba, y ver que uno de las capítulos se titula El cochino y su familia. Hay en la política española varios cochinos, pero lo que es más grave, tienen cada uno una familia inmensa. Cientos, miles de cerdas y lechones trotan, hozan y gruñen, escarban por dónde haya cosa alguna que llevarse a la boca. Cualquiera les mete ahora en vereda. No hay en estos momentos en España porquero capaz de dominar semejante piara. Confiamos en que no tarde en aparecer.

Por cierto, Maigret, como su creador, fuman una pipa magnífica. ¡Fuman! Simenon, además, viste pajarita. Habrá que volver sobre este asunto de la corbata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.