lunes, 23 de abril de 2012

El ESCRIBA


UNA INVENCIBLE PASION  NAUTICA


Una buena mañana del año de gracia de 1962 el Escriba -ya por entonces enteco y desmirriado pero todavía no tan renqueante y menesteroso como se nos presenta ahora-, asistía junto con otros noventa o cien compañeros invariablemente provistos de chaqueta y corbata y menos de una docena de compañeras ataviadas con sumo recato, a la clase de Derecho del Trabajo que impartía, en tonos grises, el catedrático titular de la asignatura, Don Gaspar Bayón Chacón.

En la primera fila del aula se sentaba un joven de algo más edad que la mayoría de sus compañeros, de muy buena estatura, rubio el cabello ligeramente rizoso, ojos azules, y en su conjunto casi ofensivamente aristocrático. La llegada, ya avanzado el curso, de aquel apuesto mozo había producido un enorme revuelo en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense.  Grupos muy numerosos de individuos conocidos con el nombre de “carlistas”  y otros igualmente nutridos de los denominados “falangistas”  (especies hoy en peligro de inminente extinción), colmaban el amplio vestíbulo de la facultad y la galería que lo rodea en la planta superior y recibieron  al recién llegado con banderas, pancartas y estruendosos gritos de hostilidad que su destinatario acogió, todo hay que decirlo, con admirable serenidad y entereza.

En aquella clase se produjo un hecho notable que entonces pasó casi desapercibido pero que el Escriba no puede por menos de evocar ahora, con menos nostalgia que oportunismo. Recuerda el Escriba que en cierto momento el catedrático comenzó a dar muestras de un creciente nerviosismo. Vacilaba e interrumpía su exposición con pausas prolongadas que extrañaban y desazonaban a sus alumnos. Parecía esperar, de alguien, un gesto liberador, que sin  embargo ese alguien no se dignó emitir. Al fin el profesor, con voz alterada por la ira, declaró que la clase había terminado;  y todos los alumnos abandonaron el aula, la mayoría de ellos sin  saber ni entender la razón de tan extraño comportamiento.

El motivo no tardó en saberse:  El joven alto, rubio y de ojos azules, sentado en la primera fila del aula  -como correspondía al Alto Destinado al que había sido llamado-  se había puesto a jugar a los barcos  -agua, tocado, hundido- con  su compañero de pupitre;  abstraído, se deduce, por el disfrute de la afición náutica arraigada en la Dinastía, hasta el punto de no reparar en el sofoco del profesor ni, menos aun, en las exigencias del propio decoro.

Ahora, a toro pasado y cuando las cosas han llegado a un punto de difícil arreglo, al Escriba se le ocurre preguntar qué habría pasado, que estaría pasando ahora en este atribulado país, si en aquella mañana de la primavera de 1962 el digno profesor Bayón Chacón hubiese superado  su comprensible temor reverencial, y expulsado de la clase, con el debido respeto, a ese ilustre alumno, a él y a su adversario naval, pero sólo a ellos dos y no al centenar de compañeros que no tenían porque pagar las culpas de quien ya en tan temprana ocasión demostró ser un frívolo irresponsable. El Escriba considera que de aquellos polvos vinieron estos lodos, porque siete años después aquel apuesto joven fue nombrado Sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey, y otros seis años mas tarde Rey de España.

Sin perjuicio de todo lo cual el Escriba, siempre juicioso, reconoce la necesidad de algunas importantes matizaciones.

1 comentario:

  1. Así que metiéndose con la corona, haciendo leña del arbol caído...Sus vais a enterar como os pesque... señoritos a mi, me los como a pares.

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