domingo, 21 de marzo de 2021

Recuerdo de una tarde de toros. De los cuadernos de A. Bergamota, cortesía, como siempre, de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Se nos ha quedado la retina cárdena y como afilada, con la impresión de los toros de Saltillo Albaserrada, de José Escolar. Calor abrasador, pero, esta vez, excepcionales entradas de sombra, que no son del todo aprovechadas por aquello de que, a los toros, mejor sólo que mal acompañado, oiga usted. A medida que avanza la tarde se mueve el sol por la plaza y cambia la luz, de cegadora a más ligera y etérea.

Dominan los toros la escena: de salida son impresionantes, con un trapío que impone un respeto repentino, lindante con un amago de pavor. Su presencia llena la plaza, son el centro absoluto, no hay nada más que ese centro móvil que se desplaza a sus anchas, sobrado de poder, por el redondel. Salvo uno que dobla una vez, no se caen. Tienen fuerza, pies, codicia… y sentido. Aunque todos humillan y se les adivina la posible faena, las pocas veces que los diestros les bajan la muleta y se la dejan en la cara, tirando con temple y sin brusquedad, la faena no cuaja. ¡Porque qué difícil es eso, que sitio y que técnica hay que tener! Y junto con la vista, el sitio y la técnica, es necesario además, el valor para batirse con el mirar y las arboladuras extremas de los cárdenos de José Escolar.
 
El agua de una tubería rota corre por la acera de una calle del barrio de las Ventas, ladrillo rojo, cerramientos abigarrados, persianas verdes y antenas por todos lados, como excrecencias metálicas del ladrillo, en este barrio tan de Madrid en su pobretería, o en su modernez pueblerina. El agua corre por la acera y llena el alcorque de una catalpa en flor. En este rincón de Ventas, al caer la noche, las acacias han cedido el lugar a las copas verdes, de hojas anchas y gruesas, de la catalpa.

sábado, 20 de marzo de 2021

Fragmentos de un cuaderno. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Larga lectura ayer con un inmenso habano sabrosísimo que cumplió a la perfección su papel de silencioso compañero de lecturas.

Madrid en invierno con el aire purificado, limpio, con las transparencias de la luz llevadas a su máxima expresión por unos días de lluvia previa, es hoy la ciudad de las mil perspectivas. Cruzando Fuencarral para llegar a Alonso Martinez vemos la calle moverse infinita, como una inmensa pasarela aérea, como si fuera una brillante y límpida cinta de tela de raso. Baja primero, sube luego hasta las nubes. La perspectiva y las distancias modificas son el efecto de las torres y de las cúpulas de las iglesias. A lo lejos, bajo un cielo espléndido, los perfiles de la Gran Vía.

Los ojos del archiduque Alberto, un poco globulosos, nos miraron melancólicos. Mucho más firme en la expresión el rostro de su mujer, la infanta Isabel Clara, hija del Rey prudente.

Tereso Infante, que tomó café con nosotros ayer, asegura que todos los seguidores de las series ofrecidas por las plataformas digitales son unos perfectos tarados. Hombre, no diga eso, le dice Luis Mogroviejo que había traído unas pastas. Sospechamos que Luis Mogroviejo no está enganchado a una serie sino a varias de forma simultánea y, por lo tanto, no hace otra cosa. Tereso Infante no le hace caso y remata: Quieren ser masa, sentirse unidos al prójimo de alguna manera, incluso por lo más bajo, ahora que la religión ya no cumple para ellos ningún papel. Cambiamos el tema con una larga cambiada, imperceptible de tan ligera.

En Añe, breve charla con Teófilo G. A. Nos dice que en el pueblo hay treinta personas. Todos jubilados menos uno que es agricultor. Cuando era joven salían a trabajar al campo con mulas, machos y bueyes sesenta o setenta personas. Ninguno de sus cuatro hijos vive en el pueblo.

La espléndida iglesia de Zamarramala, día de inmensas perspectivas, siempre con la montaña nevada al fondo, como si se desplazara con los caminantes. Siempre para admirar el espléndido paisaje nos volvemos y volvemos mientras avanzamos. Silencio, luz, brisa, alturas. En los cielos se desenvuelve en silencio la vida alada de buitres, milanos, águilas, cigüeñas, que planean en lo alto sin emitir sonidos que podamos oír.




Sueños del Amigo Pulardo.

Muerte y juicio, infierno y gloria, ten cristiano en tu memoria.

El amigo Pulardo ha soñado que le decía su mujer que bebía demasiado. Se ha despertado con un sobresalto, recordando de repente que es soltero. Se ha vuelto a dormir y ha vuelto a soñar. Ha soñado que era norteamericano, que se llamaba Johnny Poulard, que era ecofriendly, foodie y lefti. Y también activista en pro de varias causas nobles, defensor de las gallinas, patrocinador generoso de un canal en abierto para cluecas y presidente de un club de ayuda para gallos capados.  Se ha asustado un poco, ya semiconsciente y, alargando la manina ha palpado en la penumbra del cuarto, sobre la mesilla de noche, las entradas de tendido alto para el no hay billetes de mañana a las siete. No ha soñado más.



domingo, 14 de marzo de 2021

Cosas crudas (absténgase por favor) y un apunte de J. Nippon.

Dice Tato que está la meada cafetera y la meada esparraguera y que vuelve el botinismo y que a partir de ahora el hablará en castilla.




Gregorio Mayans y Siscar, que escribía, en 1737, en su libro Orígenes de la lengua española lo siguiente: Por «lengua española» entiendo aquella lengua que solemos hablar todos los españoles cuando queremos ser entendidos perfectamente unos de otros.


J. Nippon, nuestro down, hablando de un compañero de clase ladrón: es como Fefé pero en down, yo le llamo Fefédown.

viernes, 12 de marzo de 2021

Ensoñación

Visto con la perspectiva de hoy mismo, lo que viene a continuación parece sacado de un sueño, de otro mundo, de otra época. Prepárense, ahí va:

Fin de semana en Segovia, recorriendo una etapa del Camino de Santiago. Volvíamos ayer a casa, a Madrid, como si hubiéramos estado fuera un mes, con la sensación de volver de un viaje largo y extraordinario. Zamarramala, Añe, Santa Maria la Real de Nieva, Nava de la Asunción. Largas etapas, veintitrés kilómetros el primer día y veintiséis el segundo. Durante dos días vivimos en un paisaje, plenamente inmersos en él, descubriendo sus matices, sus cambios, al ritmo lento de nuestros pasos. Han quedado atrás todas las rutinas, el cálculo de alternativas, la evaluación de posibilidades, etc.






domingo, 28 de febrero de 2021

Bernanos. De los cuadernos de A. Bergamota, cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Toda la tarde con Doroteo repasando el jardín y esa inmensa huerta, tomando nota de los desperfectos de Filomena. Hay unos cuantos. No ha sido un nublado, no. Y Tato a la hora de comer nos ha dado un poco la brasa con que, si la tía esa está buenísima, que algo hay que hacer. Le miramos Doroteo un poco sobresaltados. Le dimos un giro a la conversación pensando los dos que tal vez tuviera que internarle unos días en su propio sanatorio. Está cansado no hay duda. He terminado hace un rato el libro Journal d’un curé de campagne, de George Bernanos. Hace días que quería apuntar algunas impresiones. La primera de ellas es que estoy seguro de haberlo leído una primera vez. Esta sería por tanto la segunda lectura. Pero esto me parece inexplicable. ¿Qué pude entender de la primera lectura? No debí probablemente entender nada. Pero quien sabe. Es todo menos un libro fácil. Todavía estoy bajo la impresión. Justo en estos días en que la muerte de P. está omnipresente. Recordaba la parte de la condesa, las visitas del sacerdote a la gran casa de campo (el chateau francés) y el desenlace inesperado, que es uno de los momentos importantes del libro, si es que alguna de las páginas puede colocarse por encima de las demás, lo que bien mirado no parece posible. El libro es un bloque, de una altura y densidad que apabullan un poco.  Es un libro sobrecogedor, denso, ya lo he dicho, espeso, a veces pringoso, como ese suelo de arcilla que sólo seca en verano y esa lluvia de gotas gruesas, casi aceitosas que tan bien se describen. Parece que la humedad rezuma de sus páginas, que vamos a tener que secarnos las manos que sujetan el libro. Otras veces son la miseria, el desamparo las que se hacen presentes de una manera desconcertante. Un libro desasosegante, leído desde nuestra pequeña y cómoda poltrona. Pero también leído teniendo presente nuestra propia vida en perspectiva y nuestra muerte por delante, tal vez ahí mismo. Si. Y no hay en ello – en la muerte, en la vida que concluye cuando lo hace- ninguna injusticia, nada que reclamar. Lo expliqua bien el pobre sacerdote cuyo diario leemos, al sentirse enfermo, casi moribundo : « Même sur la Croix, accomplissant dans l’angoisse la perfection de sa Sainte Humanité, Notre-Seigneur ne s’affirme pas victime de l’injustice : Non sciunt quod facient ». Es un texto largo, doloroso y de una gran belleza. Nos hace pasar por tanto dolor, tantos personajes rendidos, castigados por una vida implacable con ellos, sumisos y cargados de una bondad que parece casi la de un animal inocente. Y están también, en grado feroz, la maldad, el orgullo, el egoísmo, la obstinación y la perseverancia en el mal de que somo capaces, que habitan en lo cotidiano como una mancha casi indeleble. Y este sacerdote, párroco pueblerino, de un ínfimo origen social, de pobre salud, fruto de una estirpe en la que se han transmitido de padre a hijo los frutos de la miseria encarnados hasta en una genética adulterada por generaciones de mala alimentación, de alcoholismo, este pobre sacerdote, que tanto duda de sí mismo, está sin embargo en gracia de Dios y lee en los demás, en las almas de los demás. Casi sin darse cuenta, a veces a su pesar, de una forma que puede hasta desconcertarle pues, por su torpeza, timidez y pobre aliño se cree incapaz de dirigirse al prójimo de manera conveniente, cuanto menos como sacerdote y director espiritual. Y sin embargo… Se dicen ante él, cosas que se han callado durante años, cosas que no se han dicho ni a uno mismo.  Junto a él, un desfile de personajes entre los que destaca por su fortaleza, su prudencia, su bondad, el cura de Torcy que se hará de alguna manera cargo, en la medida de lo posible, al menos como una presencia amiga, de su compañero más joven. Y creo que hasta aquí estas apuntaciones sueltas. Il est plus facile que l’on croit de se haïr. La grâce est de s’oublier. Mais si tour orgueil était mort en nous, la grâce des grâces serait de s’aimer humblement soi-même, comme n’importe lequel des membres souffrants de Jésus-Christ.

martes, 16 de febrero de 2021

De los cuadernos de A. Bergamota ELgrande. Un apunte de febrero. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Termino ayer el pequeño libro de relatos de Lampedusa, el autor del Gatopardo, que compré hace unos días. No sabe uno con que quedarse: si con lo que son relatos en si, por ejemplo, el extraordinario titulado La sirena, o con los recuerdos de infancia que abren el pequeño volumen, dónde aparecen personajes, lugares, recuerdos y sensaciones que luego desarrollará en la famosa novela. Un pequeño libro verdaderamente notable. Tal vez los recuerdos, que nos llevan en amoroso paseo por aquellas casas sicilianas, por salones y jardines, son en su evocadora sencillez de un mundo desaparecido (el eterno tema, es cierto) verdaderamente conmovedores. Lampedusa escribe, por ejemplo, con toda naturalidad y sencillez: “La preferida era Santa Margherita, en la que pasábamos largos meses, incluso en invierno. Era una de las casas de campo más bellas que jamás he visto. (…) Situada en el centro del pueblo, precisamente frente a la sombreada plaza, se extendía en una superficie inmensa y contaba, entre grandes y pequeñas, con trescientas habitaciones. Daba la impresión de ser una especia de conjunto cerrado y autosuficiente, una especie de Vaticano, digamos, que abarcaba salones de recepción, salas de estar, aposentos para treinta huéspedes, cuartos para la servidumbre, tres patios inmensos, cabellerizas y locales para guardar los coches, teatro e iglesia privados, un enorme y bellísimo jardín y un gran huerto.” Nada más y nada menos.