lunes, 8 de julio de 2019

Toc, toc, toc.


Sonaron los tres golpecitos secos de siempre y quedó fijada la escarpia. No necesitaba más Doroteo que había colgado personalmente toda la galería de retratos que adornaba el rincón literario del Café de Nava de Goliardos.
  - Ya era hora de tener aquí a Pepe Conrad, dijo satisfecho Doroteo, dando un paso atrás para asegurarse de que el pequeño retrato no colgaba torcido.
  - Desde luego –le contestó Tato- pero lo de llamarle Pepe no sé si me parece excesivo, tanta familiaridad con un señor tan serio…
  - Quite, quite, ya sabe que así tratamos a todos los que acceden a este rincón de ilustrísimos, además, haberle leído entero, de proa a popa, como quien dice, le permite a uno concederse ciertas licencias.
- La verdad es que sólo por El duelo, ese extraordinario relato, se habría ganado el lugar más alto en el podio del bien contar.
- Sin duda, con ese retrato extraordinario, en cuatro pinceladas sueltas, del viejo emigrado vuelto a la Francia de la restauración, el caballero de Valmassigue.
Por casualidades de la disposición del lugar, a Pepe Conrad le cupo en suerte colgar cerca de una fotografía de don Luis Fernández Salcedo.
Oiga, pero es que no tienen nada que ver. Ya lo sabemos hombre, no diga obviedades. Lo que ocurre es que los dos, cada uno en lo suyo, son maestros.

martes, 2 de julio de 2019

Palo.


Al que se meta con Azorín, palo.

No hay duda de que a día de hoy, y pese a todos los peros y problemas, una tarde de toros es un acontecimiento mayúsculo, algo único, el espectáculo público más extraordinario, auténtico e interesante de un occidente que crea poco y está dedicado a repasar y a sobar lo hecho hace años por las generaciones anteriores. Una fuente de impresiones y estímulos de toda suerte, única.

lunes, 1 de julio de 2019

Soldado azul.


Hemos vuelto a ver la película Soldado azul. Son notables las diferencias respecto de la novela del mismo título que adapta, y es mucho lo que debe a una buena banda sonora setentera que le da un aire de juvenil rebeldía de otra época, siendo el fondo de la historia que cuenta, la espantosa masacre de Sand Creek, terrible. Hay escenas de una violencia excesiva, violencia que podía haberse tratado o transmitido de otra manera sin perjudicar al relato. Fue todo un escándalo entonces y siguen siendo excesivas incluso para mellada sensibilidad actual. Afortunadamente se concentra muy al final, casi en el desenlace. Pero hasta entonces tiene la película un aire setentero y como de contracultura que hace sonreír en algunos diálogos, una pareja de protagonistas que funciona muy bien en esa clave de época –no nos preguntemos si la Cresta de 1860 podía o no parecerse a Candice Bergen o si es verosímil un soldado como Peter Strauss, prácticamente objetor de conciencia desde el principio de la historia- y una trama principal clásica, bien tratada y entretenida, durante la que se nos cuenta como los dos protagonistas escapan a un ataque indio y su odisea campo a través para llegar a Fort Union, con el consiguiente proceso de conocimiento mutuo y enamoramiento.

Decíamos que aunque el hilo argumental es el mismo, las diferencias con la novela de Olsen son notables y la principal el tratamiento de la protagonista femenina. Frente a la más bien ruda y recia campesina de la novela, nos encontramos con una atractiva, deslenguada y un tanto cínica activista de los derechos humanos encarnada por una de esas suecas espléndidas que enloquecieron al hispánico carpetovetónico del desarrollismo. Tampoco les fue mal allende los mares.
Volviendo a la banda sonora, le da a la película –que se leyó en clave de denuncia de la guerra de Vietnam- una aire de inocencia traicionada, de fe hippy en un país joven en pleno crecimiento y al que se quiere (“Yes this is my country/ Young a and growing/ free and flowing. See to see (…)”). Crecimiento, esperanzas y visiones idealistas quebrantadas por la inmoralidad de los mayores y de los dirigentes, personificada en el coronel al mando de los voluntarios de Colorado, viejo, seco, rígido, incomprensivo, racista…


La del vozarrón protesta es Buffy Sainte-Marie, activista amerindia, canadiense de origen Cree, autora e intérprete de música folk, étnica, de lánguidas melenas, desgarrada, rebelde, la imaginaos meneando la cabeza, haciendo que se agite al viento el largo cabello suelto, mientras toca la guitarra como quien blande un arma para el combate…
Los Estados Unidos siguen a vueltas con todo esto, el racismo y la violencia insertos en la raíz de su nacimiento como nación, y de paso la redención de esa culpa nos la hacen pagar a todos con el alumbramiento puritano de lo políticamente correcto y las discriminaciones positivas que son eso, una prolongación del racismo y la violencia. ¡Dichoso el dominico Montesinos que ya en la Hispaniola nos evitó a los españoles este terrible camino de expiación…!
Para el Heraldo de Nava, A. Bergamota.


Los calores.

¡Que calor…! exclamó Tato al llegar. Vengo de una comisaría de policía de presentar una denuncia. Calor, calor y calor. En el pasillo principal de la Fundación, nuevamente, pájaro y pájara timándose con descaro. Se notaba que bajo una conversación insulsa de míseros cotilleos, latían las irrefrenables pulsiones de la naturaleza, la llamada a la polinización, ¡la gallina y el pavo real! Sin embargo, escéptico, Doroteo comentaba: ¿Pero que pavo ni que nada? ¡¿Pero tú has visto la pluma del pájaro?! Esta chica, la pobre es que no se entera. Maricón perdido y ella poniendo ojitos de ¡soy tuya Fermín!