lunes, 11 de marzo de 2019
viernes, 8 de marzo de 2019
Melancolías del poligó. De los papeles del eximino polígrafo A. Bergamota. Cortesía de C. de Liposthey, biógrafo.
jueves, 7 de marzo de 2019
Una película de Carl Dreyer: GERTRUD.
Gertrud, de
Carl Dreyer.
¿Quién hace la crítica Tato o Enrico Silverstein Dubrokowsky? ¿Y qué
diferencia hay? Hombre, pues está claro. Vamos a decir que Tato será más
directo, más crudo, mientras que Enrico tirará más hacia un estilo Cahier du
Cinema… No sé si me entiende. Para que se haga una idea, Tato dirá algo así:
- No sabemos si Dreyer se ríe de nosotros, de su
personaje, si es un misógino o si la película es simplemente un tostón. La tía
es un petardo, una auténtica pesadilla para todos, para su primer novio – que
es medio tonto pues no es capaz de darse cuenta de la suerte que ha tenido
escapando del monstruo-, para su pobre marido al que reprocha no dedicar su vida
a adorarla, y hasta para sí misma.
En cambio el estilo de Enrico será más del siguiente modo:
En cambio el estilo de Enrico será más del siguiente modo:
- En la filmografía dreyerana la inescrutable Gertrud
viene a representar la autoexploración freudiana de la neurosis de los
sentimientos a través, paradójicamente, de un personaje femenino, sí, pero con
una más que insinuada dosis de androginia, con el que Dreyer por medio de una
identificación de contrarios, o en espejo, diseccionará implacablemente los
resortes de la afectividad femenina.
¿Y a usted que le parece? Pues mire, yo el día que la vi tenía sueño y sin embargo me mantuve despierto y atento.
¿Y a usted que le parece? Pues mire, yo el día que la vi tenía sueño y sin embargo me mantuve despierto y atento.
Creo que lo
que me mantuvo en vilo fueron la forma de contar, la belleza del blanco y negro
y una hermosa teatralidad. Los gestos son precisos, la composición cuidada y
siempre vistosa, los decorados hermosos y sin un detalle equivocado, puede verse
como han sido concebidos con toda intención para enmarcar y reforzar el
desarrollo de la historia (el juego con los espejos sería todo un ejemplo).
Es verdad que
el asunto de fondo –la búsqueda del amor absoluto y la posibilidad o no de
encontrarlo- a mí me interesa más bien poco, por tan manido ya, y tan manoseado
por la literatura, el cine y el teatro. Y mi vecina del cuarto que siempre da
la matraca con lo mismo. ¡Fíjese!
Flota sobre la
película una severidad protestante sin duda. Y a uno le asaltan visiones
contrapuestas de alegría católica, un San Juan por los caminos, una Santa
Teresa llamándole mi medio fraile, Fray Luis por la floresta o Santo Tomás
contemplando la hermosura del mundo, la belleza de la realidad.
Volvamos a
Dreyer y a Gertrud. La complejidad mental del personaje protagonista, Gertrud,
que creyéndose de una alta exigencia y complejidad moral, es en realidad
bastante simplón y egoísta, resulta lo suficientemente interesante como para
querer indagar. No pueden disociarse ni su forma de ser, ni el retrato que de
ella traza Dreyer, de su esterilidad. Esterilidad física pues no tiene hijos e
incluso espiritual, pues no crea a su alrededor más que sequedad. Un personaje
sin duda consentido y egoísta, pero hasta cierto punto valiente pues será
consecuente e irá cortando amarras con situaciones que considera falsas por no
responder al ideal que busca. Que al cortar la amarra rueden por los suelos los
que están a su alrededor eso es a algo que le preocupa menos. Se ve que a
ustede le molesta. No me distraiga por favor.
Durante toda la proyección uno se pregunta si Dreyer está explicando y desmontando el personaje en el sentido que nosotros apuntamos – habrá entonces una mezcla de muy sutil ironía con una ácida crítica- o si le concede la importancia de la que, según nosotros, carece… la pájara (que diría Tato).
Durante toda la proyección uno se pregunta si Dreyer está explicando y desmontando el personaje en el sentido que nosotros apuntamos – habrá entonces una mezcla de muy sutil ironía con una ácida crítica- o si le concede la importancia de la que, según nosotros, carece… la pájara (que diría Tato).
Vean la carga simbólica de los personajes contemplando el tapiz dónde puede verse a su vez una mujer, desnuda, atacada por una jauría. |
miércoles, 6 de marzo de 2019
Santa Maria del Paular.
El real
Monasterio de Santa María del Paular se encuentra como todos saben en el valle
del Lozoya, sobre la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama, cerca del
pueblo de Rascafría. Fue la primera fundación de la orden de San Bruno en
España. Mandó construir el monasterio Enrique II de Trastámara, el llamado de
las Mercedes o el fratricida. En el habitaron los cartujos hasta la
desamortización impulsada por el malvado Mendizábal, que supuso la
exclaustración de la orden, la ruina del monasterio y la dispersión de las obras
de arte que custodiaba. También de lo que al parecer era una espléndida
biblioteca.
Y llegábamos nosotros
al Paular dándole vueltas como siempre a ciertas cuestiones. Y mientras los
ojos se nos iban a las hermosuras del lugar y recorrían el valle con las
crestas de la sierra circundante coronadas de nieve, el emplazamiento del
edificio y su arquitectura, dimos con el lema de la orden cartuja:
Crux dum volvitur orbis
Se traduce según
parece por la Cruz estable mientras el mundo da vueltas. También podría ser Cruz
constante mientras el mundo cambia. Y que a la mano viene esta divisa de los Cartujos
para recordarnos como son las cosas y como deben ser, y que no tiene sentido,
ni será pagado ni agradecido, que sea la Cruz la que se ponga en movimiento,
para abrazar a un mundo que ha sido siempre uno de los enemigos del alma.
miércoles, 27 de febrero de 2019
Conferencias y motines de Alcides Bergamota. Episodio suelto.
Así concluía
la larga conferencia dictada por el eximio polígrafo y ya estaban en plena
batalla campal, arrancando sillones.
Una cita anterior ya había calentado los
ánimos, la de José Mor de Fuentes refiriéndose a la Administración en fecha tan
temprana como 1833: “(…) pero con tal de
que tengamos muchas secretarías y oficinas, con secciones y subdivisiones, y
sueldazos bestiales con alamares y relumbrones, poquísimo importa que expire la
labranza entera. Está demostrado que todas las plumadas imaginables de todas
las oficinas del universo, ni producirán una espiga, una aceituna o un racimo,
ni plantearán jamás un telar o un ramo de industria. Pero vamos adelante… y
¡viva el delirio![1]”
Había sentado como un tiro a los miembros de la asociación de opositores a un
empleo público, la AOEP, que había fletado un autobús para acudir a la
conferencia pensando que se trataría algún asunto aprovechable para el temario.
En lugar de eso les habían llamado parásitos y desecho de tienta. Cosa
extraordinaria, el conferenciante había logrado que los acochinados y
descastados opositores se enfurecieran.
El joputismo
aludido en la conferencia daba rienda suelta a su odio y con un berrinche de
mil pares de narices se lanzaba al ataque dispuesto a linchar al
conferenciante. Se había celebrado el acto en el salón de actos de la casa de
cultura de Navalcojón, barriada de la capital provinciana, antaño distante de
pocas leguas de la plaza del mercado y hoy unida a la vieja ciudad por
ensanches y arrabales. Se habían formado primero con desmontes y pequeñas naves,
más que industriales cobijadoras de oficios insignificantes, talleres y pequeñas
fábricas, almacenes, depósitos, garitos y cubiles de mala reputación. Más tarde
fueron sustituidos por un urbanismo aséptico de limpios inmuebles, amplias
avenidas flanqueadas por hileras de afilados plátanos plantados como palillos
en resecos alcorques, con carriles para bicicleta, supermercados, cajeros automáticos,
varios gimnasios, un montón de gilipollas corriendo por la calle (¡oiga no
insulte!), unos cuantos bares, varios establecimientos para tatuar las carnes
de los vecinos y garitos y cubiles de mala reputación.
[1] Citado por
Azorín en su libro Lecturas españolas, publicado por Espasa Calpe, 1998,
colección Austral Summa.
miércoles, 20 de febrero de 2019
Apuntación antigua. De los diarios de A. Bergamota Elgrande.
A la
hora de comer, en el restaurante, indescriptible escena en la mesa de al lado porque el camarero
explica que para dividir la cuenta cada uno tiene que decirle lo que ha comido.
Unos jovenzuelos de pinta siniestra, trajes de medio pelo y corbatas exageradas, le dicen de todo con grandes aspavientos,
con expresiones que revelarían su zafiedad y grosería rabiosamente actuales si
uno no pudiera verles. Que les vio. Me hubiera gustado levantarme a montar la
gorda. Pero se encargó Tato al dirigirse a uno de ellos, al de traje más feo y corbata más chillona y relamida: “niño ponnos un café
cortado y luego te vas a fregar, y –refiriéndose a su acompañante- no te
traigas fulanas al trabajo que te podemos despedir”. En la mesa de al lado dos
matrimonios. Entre los cuatro les falta poco para juntar los trecientos años.
Su tema de conversación es la salida de Morata del Real Madrid. Así están las cosas.
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