Así concluía
la larga conferencia dictada por el eximio polígrafo y ya estaban en plena
batalla campal, arrancando sillones.
Una cita anterior ya había calentado los
ánimos, la de José Mor de Fuentes refiriéndose a la Administración en fecha tan
temprana como 1833: “(…) pero con tal de
que tengamos muchas secretarías y oficinas, con secciones y subdivisiones, y
sueldazos bestiales con alamares y relumbrones, poquísimo importa que expire la
labranza entera. Está demostrado que todas las plumadas imaginables de todas
las oficinas del universo, ni producirán una espiga, una aceituna o un racimo,
ni plantearán jamás un telar o un ramo de industria. Pero vamos adelante… y
¡viva el delirio![1]”
Había sentado como un tiro a los miembros de la asociación de opositores a un
empleo público, la AOEP, que había fletado un autobús para acudir a la
conferencia pensando que se trataría algún asunto aprovechable para el temario.
En lugar de eso les habían llamado parásitos y desecho de tienta. Cosa
extraordinaria, el conferenciante había logrado que los acochinados y
descastados opositores se enfurecieran.
El joputismo
aludido en la conferencia daba rienda suelta a su odio y con un berrinche de
mil pares de narices se lanzaba al ataque dispuesto a linchar al
conferenciante. Se había celebrado el acto en el salón de actos de la casa de
cultura de Navalcojón, barriada de la capital provinciana, antaño distante de
pocas leguas de la plaza del mercado y hoy unida a la vieja ciudad por
ensanches y arrabales. Se habían formado primero con desmontes y pequeñas naves,
más que industriales cobijadoras de oficios insignificantes, talleres y pequeñas
fábricas, almacenes, depósitos, garitos y cubiles de mala reputación. Más tarde
fueron sustituidos por un urbanismo aséptico de limpios inmuebles, amplias
avenidas flanqueadas por hileras de afilados plátanos plantados como palillos
en resecos alcorques, con carriles para bicicleta, supermercados, cajeros automáticos,
varios gimnasios, un montón de gilipollas corriendo por la calle (¡oiga no
insulte!), unos cuantos bares, varios establecimientos para tatuar las carnes
de los vecinos y garitos y cubiles de mala reputación.
[1] Citado por
Azorín en su libro Lecturas españolas, publicado por Espasa Calpe, 1998,
colección Austral Summa.