jueves, 18 de octubre de 2012

MIL PERDONES

Parece que un tío pelele, sin querer, ha programado la máquina para que les lleguen los comentarios a algunos pobres y sufridos lectores, con las molestas consiguientes, pues hay mucho desaprensivo comentando, mucha mala baba, mucho anonimato (los propios cepogordistas en primer lugar). No era esa la intención, pues no pretendemos molestar. Aunque lo intentáramos, creemos que no conseguiríamos ni molestar ni ganar cuartos, tan etéreos y alto volamos. Fly, fly, habano fly, decía un cepogordista en el exilio. Pedimos perdón y volvemos a perdernos en la penumbra azulona, en la niebla sutil del habano. DECÍA PLA, EL GRAN PLA, QUE ÉL FUMABA PARA BUSCAR ADJETIVOS. Vaya esta frase, pescada en Salmonetes ya no nos quedan, como compensación por lo sucedido y homenaje a todos los fumadores.

COYOACÁN

El consejero de Interior catalán dice que puede haber quien "quiera contraponer la legalidad jurídica a la legalidad democrática". No hay mucho más que esto. Este es el nivel. Y con frases como ésta por el aire, que hubieran hecho suyas Goebbels, Hitler o Stalin, los demás en nuestro mundo.

La política española es un permanente darle vueltas a un círculo cerrado, alrededor del que se habla, se parla, pero no se actúa. Así está Sangli, con opiniones para todo y análisis acertadísimos, que compartimos en casi todo lo que dice. Pero son análisis que tienen quince o veinte años y desde entonces son los mismos. Ya sabíamos desde los tiempos de la facultad lo que pasaba, la falta de división de poderes, la partitocracia, la intoxicación de lugares comunes sobre la democracia. Dentro del círculo blindado, sobre el que hablamos cansina y eternamente, sin hacerle una arista, la Clase no ha hecho suyo el discurso de Sanglier, sólo faltaba. Sangli cree en exceso en el poder de lo digital, pero tiene también la honradez de confesar que simplemente no tiene energía. Sangli quiere una ermita intelectual, en Coyoacán o en San Angel. Mentalmente, Sangli ha emigrado.

Luego está lo de la condición femenina: me dicen que la mujer se siente humanamente inferior y que en el fondo no paran de arrearse unas a otras.

UNA DEL ESCRIBA

LOS LIBROS CON LOS QUE EL ESCRIBA NO PUDO MAS


Desoyendo los sabios consejos de quienes opinan que nadie debe sentirse obligado a leer hasta el final un libro que no le satisface, el escriba, niño de la lejana posguerra, ha tenido siempre por norma apurar hasta las heces el cáliz literario que en cada caso le tocó beber, y cumplir íntegramente la penitencia que merecía por su propia culpa in eligendo.  Cierto es que en mas de una ocasión optó por suspender indefinidamente la lectura en espera de momentos mas propicios, que, como él mismo sospechaba, nunca llegaron.  Pero han sido muy contadas las veces en que el escriba decidió que no valía la pena, o no era capaz, de soportar ni una línea más.

Uno de los libros que el escriba abandonó a media lectura, irritado y asqueado, fue el engendro de Ken Follet  llamado “Los Pilares de la Tierra”, insufrible culebrón de obispos malos y curas buenos  (medievales progres avant la lettre), cuyo aplastante éxito en todo el mundo demuestra que en todas partes cuecen habas  (aunque en España sea a carretadas, por completar el refrán).  Ken Follet sigue escribiendo best-sellers e incrementando su mal ganada fortuna, pero desde luego no a costa del mermado bolsillo del escriba

Otro de esos libros de los que nuestro hombre decidió liberarse, en una fase temprana del embarazo, fue el no menor engendro intitulado “Un asesinato piadoso”, fruto de la fértil pluma de Don José María Guelbenzu. Este señor busca hacerse rico  -no sabemos si lo ha conseguido-  escribiendo novelas de género policiaco cuya protagonista es una jueza de instrucción llamada Mariana de Marco, no recuerdo si soltera o divorciada, pero en cualquier caso legalmente libre a los efectos que no es necesario exponer. Cuenta el escriba que el bodrio comenzó a atragantársele ya en la página 39 en el momento en que  “Marina pasó a la cabina del retrete”. Si hemos de creer a Guelbenzu, “Se bajó el pantalón y las bragas hasta las rodillas, tomó asiento y orinó pensativamente […]  Luego cuando terminó, cortó de manera mecánica un trozo de papel higiénico, lo doblo, lo limpió y se vistió de nuevo”  (de lo que resulta que lo que Doña Marina limpió, no sabe bien cómo, fue el papel higiénico y no lo que todos estamos pensando; así como que la ilustre Señoría se vistió sin antes haberse desnudado).  Poco después el escriba volvió a sobresaltarse al comprobar que el señor Guelbenzu,  “colaborador habitual de las secciones de Opinión y Libros del diario El Pais” y factotum del suplemento Babelia, no tenía reparo en escribir que cierto personaje  “solía frecuentar” no se qué establecimiento. Con todo, el escriba habría superado estos contratiempos de no ser porque el relato le pareció tan alicorto como pedantesco (sin duda, marca de la casa) y carente de interés.

Del abandono de estos y otros subproductos del género novelesco el escriba se siente orgulloso.  No así de otro, que nuestro buen hombre atribuye, pesaroso, a sus propias limitaciones. Nos referimos a  “La montaña mágica”, de Tomas Mann.  El escriba se aferra al fácil símil que le brinda el título de la novela para confesar que pedaleó esforzadamente durante muchos capítulos pero llegó un momento en que las fuerzas no le respondieron. Él mismo reconoce que es una lástima porque en algún lugar  -no, desde luego, en Babelia-  ha leído que La montaña mágica es una de las tres novelas cumbres del siglo XX, de imprescindible lectura.  Las otras dos son …

Al llegar a este punto el escriba dibuja un gesto de ingenua malicia, que no sabemos muy bien si es tan sólo un modo de decir mañana mas, o una incitación a los improbables pero necesariamente selectos lectores de Cepo Gordo.

SC

ANTE LAS ELECCIONES VASCAS: INCÓMODAS RESPONSABILIDADES.

En la noche de ayer tuve la ocasión de escuchar una parte de la tertulia de es.Radio en la que participaban varios contertulios, entre otros el periodista y director del Observatorio Internacional de Victimas del Terrorismo D. Cayetano González.

En concreto estuve escuchando los minutos que dedicaron a comentar la entrega de los premios que el antes citado Observatorio, acto que se celebró ayer en Madrid y las breves entrevistas a Ángeles Domínguez e Irene Villa. Tras las entrevistas el Sr. González repitió en varias ocasiones que el próximo Domingo las víctimas iban a sentir un gran dolor y tristeza (hablo de memoria y por tanto las palabras no son exactas pero si el sentido de las mismas) ante el más que probable éxito electoral de EH Bildu.

En primer lugar, quiero manifestar y dejar claro que entiendo y comprendo perfectamente a lo que se refiere el Sr. González. Entiendo y comparto igualmente el dolor de las víctimas del terrorismo y la indignación ante las frecuentes e innecesarias muestras de abandono y falta de sinceridad que hacia ellas demuestran no pocas instituciones públicas y privadas de esta maltrecha sociedad.

Ahora bien, echo en falta en el comentario del Sr. González y en los de otros muchos periodistas y tertulianos que a menudo tratan del "problema vasco", las referencias al porqué los partidos que forman bandera con el MVLN y sus aledaños gozan de amplia cobertura legal y disfrutan de los mismos derechos que los del resto de las fuerzas políticas con representación.

Desde hace un tiempo critican al PP y al PSOE y por supuesto al PNV pero siempre evitando hablar del "marco general", de la necesidad de cambiar las cosas desde la raíz, de enmendar los numerosos errores del pasado.

A mí que a éstas alturas acerquen a un preso a una cárcel o a otra me importa un pito porque la batalla más importante sigue sin darse y no se da por la sencilla razón de que el sistema se construyó teniendo a éstos "inquilinos" metidos en la finca y en vez de echarlos y sanear el piso infestado de suciedad se les hizo un cuartito sin ventanas para ver si allí no molestaban la digestión pacífica del resto de vecinos.

Sucede que desde que se inauguró el régimen de 1978 hasta la fecha presente ninguno de los partidos políticos que ha ostentado el poder ha tomado medidas concluyentes y decisivas para evitar al desarrollo de los diferentes brazos y entramados políticos de apoyo al terrorismo.

Junto a esto, tampoco se han tomado medidas para evitar la manipulación de la conciencia ciudadana y han dejado que determinados sectores tomen el control de la educación, la cultura y los medios de comunicación. ¿Acaso no sabían UCD, PSOE y PP lo que se enseña a los niños y jóvenes y cuál es el contenido de los programas culturales? Por supuesto que lo sabían, pero no era crítico, no era lo importante.

Lo que no parecen comprender muchos de estos opinadores profesionales es que el mayor o menor éxito electoral de una opción separatista no está simplemente vinculado al hecho de que exista un grupo de "malos, muy malos" que votan y ya está.

No señores, por supuesto que hay un grupo de electores convencidos que comparten los ideales de esas siglas y cuyo compromiso viene de muy atrás, pero también existe un grupo, numéricamente creciente y al final más importante que se ha ido incorporando a esa comunión de ideas a través del adoctrinamiento recibido desde el parvulario.

¿Qué han hecho los partidos políticos "constitucionalistas" para evitar este fenómeno de cambio social? Nada o casi nada y lo que han hecho, lamentablemente, lo han hecho mal.

Uno de los grandes problemas con el que nos encontramos al enfrentarnos al mal llamado "problema vasco" es la confusión de los diferentes frentes en presencia.

Ahora bien, los partidos políticos están formados por individuos. De nada sirve acudir a una manifestación o rasgarse las vestiduras por las ondas y ante la pantalla si luego por intereses poco confesables no se atacan las raíces del problema.

Por supuesto que los responsables del terror son los terroristas y los responsables de la mentira son los mentirosos y que son igualmente responsables los que se han beneficiado directa o indirectamente de ambos. Ahora bien ¿por qué no se habla de la responsabilidad de no haber querido atacar el fondo de las cosas?

O mucho me equivoco o es que es algo que no interesa airear demasiado porque entonces ese Domingo de llanto lo tendrían que compartir muchas otras personas pero por motivos bien distintos.

Muchos son los que tendrían que ponerse de rodillas en la plaza pública para pedir perdón a víctimas y ciudadanos cuya vida se ha visto transformada por no haber hecho nada o por dejar que sus pequeños o grandes intereses personales y de partido se antepusieran al bien común.

Los movimientos políticos (y el terrorismo separatista es eso, política por vía del terror) no se combaten sólo ni fundamentalmente con el ejercicio de la fuerza. ¿Qué se ha hecho para favorecer de manera efectiva que las ideas erróneas no se extiendan? ¿Por qué se ha mantenido un sistema de financiación de partidos o de beneficios políticos a sabiendas de que servía a intereses sumamente negativos? ¿Por qué se ha amparado, torciendo la ley, el desarrollo de actividades claramente delictivas e indeseables?

Imperfecciones del sistema democrático dicen unos, siniestra cara dura digo yo.
La conclusión es que el próximo domingo, no sólo las víctimas sino el resto de personas de bien pueden sentir legítima repugnancia al ver que una de las regiones más relevantes de esta nación fragmentada cae en manos de unos enemigos de esa propia nación y del mismo pueblo que dicen ensalzar y defender.

¿Llegará el día en que se hable y se depuren las otras responsabilidades y se cree una conciencia pública al respecto?
¿Hasta cuándo se mantendrá la mentira y la desinformación?

Sanglier.






miércoles, 17 de octubre de 2012

SERVIDUMBRE Y LIBERTAD, A PROPÓSITO DE LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA POLÍTICA

Con toda humildad tomo la pluma (digital, pero pluma al fin y al cabo) para comentar la reciente aportación de nuestro amigo Doroteo.

El asunto de la participación política o mejor dicho de la participación en la vida pública se ha convertido en un asunto clásico. 

En España el proceso de degradación se inauguró con la Constitución de 1978. Antes de la Guerra Civil, la participación social en la vida pública era mucho más sencilla y por ende superior en cantidad y calidad. Profesionales, intelectuales, comerciantes y demás ralea humana con inquietud más o menos sana y vocación de  servicio al bien común se lanzaban a la formación de toda suerte de círculos, partidos y movimientos. Muchos eran insignificantes y murieron casi antes de nacer pero ninguno que tuviera algo que decir quedaba acallado por la masa gris del poder.

Durante la época de Franco todo aquel bullicio participativo cesó tras la decisión de orientar la política a través de un movimiento único. La participación entonces se canalizó por las vías que el régimen había trazado como deseables y algunas otras vías que el ingenio patrio supo excavar por entre los entresijos del sistema.

En aquella época una legión de buenas gentes y otras más de arribistas y trepadores se fueron introduciendo en el sistema que paulatinamente dejó de lado a un importante número de españoles independientes que dedicaron su tiempo a otros menesteres. Se perdió la sana costumbre de la participación en la cosa pública fuera de los cauces de la carrera funcionarial, el sindicalismo o la integración en cualquiera de las muchas fórmulas en las que el régimen se desperdigaba por lo ancho y largo de la tierra hispana.

Cuando tras un proceso fallido y nefasto (perdóneme el lector la simplificación y brevedad, siempre en aras de la eficacia del mensaje en este medio) de la transición y la constitución de 1978 llegó el nuevo sistema de partidos, la participación no recuperó el brío de los años treinta, sino que se produjo un doble fenómeno sumamente interesante. Por un lado, una gran parte de los elementos que habían conformado la realidad social del movimiento desaparecieron o se travistieron en nuevos focos de medro (casi todos se encuadraron en fórmulas de izquierda pura o en fórmulas de izquierda disfrazadas bajo el manto clerical). Por otro lado los partidos políticos hegemónicos se fueron convirtiendo en núcleos de poder puro estrictamente ordenados y que evitaban por todos los medios el acceso y progreso de ningún ciudadano que no estuviera dispuesto a acatar con fidelidad mesiánica las consignas deseables en cada momento.

La participación pública con visos de tener impacto real en el devenir de la realidad política se reducía al mínimo.

El pacto de la transición que encumbraba a los partidos hacia un nuevo cenit oligárquico incluía la acomodación de los medios de comunicación y difusión a las apetencias de los partidos y sus entornos. Algo que, dicho sea de paso, se hizo sin que los grandes y medianos grupos presentaran una batalla excesiva, salvo excepciones, por mantener su radical independencia.

Por si fuera poco, la inflación de costes, iba haciendo cada vez más difícil el hacer publico el mensaje, ésta fue y ha sido la clave que ha apartado a numerosos proyectos del éxito, la falta de presupuesto y el silencio de los medios.

Llegados a la España de 2012, la participación política efectiva del ciudadano es, en la práctica, insignificante. Fuera de los partidos constituido, curiosamente ninguno del arco parlamentario es absolutamente nuevo a excepción de UPyD, que también tiene su "truco" ya que ha alistado a numerosos elementos que provenían de otras experiencias y por tanto ya contaban con ciertas conexiones previas.

Hoy día la figura del político profesional (que se orienta profesionalmente hacia la política y se dedica exclusivamente a seguir las consignas de un partido viviendo a costa del erario público) se ha erigido en un modelo asumido y deseado. Recibe críticas si, pero al día de hoy mantiene su situación de privilegio y sigue decidiendo nuestro futuro con total impunidad.

La participación política por otras vías tales como asociaciones, ateneos, congregaciones etc... se ha revelado como absolutamente ineficaz en tanto que el tono o el mensaje no sigan al pié de la letra las consignas de lo políticamente correcto.

Un buen ejemplo es el caso de fenómenos cómo Hazte Oir ó Foro de la Familia, cuya labor, si bien loable, ha tenido un impacto político real casi nulo. El partido que en apariencia debía de haber servido de canalización material de sus demandas no les hace ni pito caso y para el resto no son sino enemigos declarados o sujetos incómodos.

¿Cabe concluir que todo intento de participación debe ser rechazado? ¿Cabe deducir de lo arriba dicho que no hay esperanza para la participación de ciudadanos libres en los asuntos de la nación?

No es así. Yo si creo que hay que intentar participar, ahora bien, siendo plenamente conscientes que la vía política tradicional es inviable salvo que uno cuente con varias decenas de millones de euros.

Nos ha tocado vivir una época gris en la que el español medio (y podríamos decir el europeo y americano medios) se han acostumbrado a vivir en un medio social que rechaza la libertad individual y aboga por la renuncia al libre albedrío.

La participación política a través de los partidos instituidos se me antoja una quimera. Salvo que uno esté dispuesto a perder sus principios y se entregue al cambalache del consenso (cuanto gusta el consenso).

Yo abogo por la difusión, con los medios de energía y economía que cada uno tenga, de los conocimientos, principios y valores que realmente hacen las revoluciones y cambian la sociedad.

La regeneración de España, si alguien piensa en que España necesita regenerarse, no vendrá de una urna ni de una asamblea ciudadana. Partirá de gentes que quieran ser libres y vivir libres y esa decisión requiere de formación, de ideas, de usar el cerebro y las manos.

Encadenarse al yugo del sistema sólo puede generar frustración.

Elevar la voz contra la mentira, contar la Historia entera y asumirla como ha sido, poner en cuestión todo lo cuestionable y predicar, si predicar, que hay otras formas, otras vías, otras opciones, son para mí la única forma posible de participación.

Respeto y respetaré a los que buscan el camino del sistema, hay que tener energía y disposición de ánimo de las que yo carezco, aplaudiré a todo el que trate de hacer el bien, sea cual sea su sigla o su credo, pues el bien es un valor absoluto.

Sanglier.


lunes, 15 de octubre de 2012

El arbol de la ciencia

Uno es un fervoroso lector de Baroja. Termino ayer su novela El árbol de la ciencia, con una cierta decepción, tal vez la primera con don Pío, después de la trilogía vasca, de las Memorias, de la serie el Mar, tan extraordinaria, de las maravillosas Memorias de un hombre de acción, etc.

La novela no acaba de ser buena, redonda, ni siquiera creíble, y se ha quedado muy acartonada, encajada entre las diversas tesis que maneja, convertida más en esperpento que en novela. Viene a ser una escritura paródica, que sólo se salva por la descripción de tipos, la agilidad narrativa cuando escapa a los momentos de tesis, la descripción de paisajes y ambientes, en la que la mano de Baroja es la de siempre.

No es que lo que cuenta no sea verosímil, es la forma en que sucede, en que se cuenta, lo que falla, lo que no se acaba de creer y eso precisamente tratándose de Baroja es lo extraordinario, que falle la narración. Aunque está lleno de aciertos, y las cien primeras páginas son extraordinarias, se anquilosa rápidamente y acaba en una decepción. Ni siquiera el tratamiento que se da al hombres desesperado redimido por el amor, resulta convincente, pues desde que el amor aparece sabe el lector que le espera, para encajar con la tesis tremendista el más feroz de los batacazos.

Arranca de forma espléndida con la descripción de la vida de Andrés Hurtado y el peregrinaje constante de personajes que van desfilando por delante del lector, página a página, algunos verdaderamente extraordinarios como Lulú. Mucho más esquemáticos y arquetípicos los demás, como colocados al servicio de la tesis, de la discusión teórica entre tío y sobrino con que la novela se partirá hacia la mitad. Se parte, se frena y se enfría. Tal vez lo que más molesta es la constante presencia del narrador manejando los acontecimientos al servicio de lo que quiere demostrar, careciendo los personajes de autonomía alguna. Todo es demasiado unilateral, esquemático, ajustado a lo que se persigue: la demostración de la negrura y absurdez, crueldad y sinsentido de la vida.

Otro inconveniente enorme es la proyección de esa misma tesis (la negrura y absurdez de la vida) sobre España, de una manera muy noventayochista (como es lógico por otra parte, pero aquí con tan poca sutilidad que molesta verdaderamente mucho). El protagonista vive sumido en la depresión, consciente de la inutilidad de todo esfuerzo, deseando la revolución y esto se desarrolla a su vez en otro pozo negro que es la propia España dónde nada sirve, nada hay, todo es inútil. La narración está al servicio de la demostración y el sostenimiento de semejante tesis, de una forma pertinaz, constante, tan arbitraria, tan sesgada, que se torna burda, tosca.

Se aceptaría el retrato de los bajos fondos, el retrato de un personaje neurótico y depresivo, el derecho del autor a escribir un esperpento, poniendo la lupa sobre ciertos aspectos de la vida social a los que voluntariamente se limita, aumentándolos de manera desproporcionada. Pero resulta tremendamente artificial y forzada la proyección de ese esperpento sobre toda España, como si de una demonstración se tratara. La vida de Andrés Hurtado es así porque se desarrolla en un país que es su propio reflejo, que no tiene remedio, en el que no hay nada que hacer. En esto la visión del escritor es sorprendentemente miope, deformante, limitada y falta de todo matiz. Quien haya leído a don Pío sabe que es gruñón y pesimista, pero aquí estos rasgos predominan de tal forma que torpedean la obra, entorpecen al escritor, pesan sobre la narración hasta hundirla.

El esperpento en que se condensa la descripción de la sociedad por la que se mueve Andrés Hurtado, brillantemente narrado, cuando se proyecta sobre el resto del país, sobre la totalidad, para explicarlo o justificarlo, resulta excesivamente forzado y esquemático y acartona la novela hasta hacerla completamente rígida y poco creíble. Resulta decepcionante y por eso tal vez, para introducir a Baroja, la novela puede no ser la más adecuada, pues desanimará sin duda al lector novel de emprender futuras lecturas.

Para concluir, ni como esperpento, pues tendría que exagerar más todavía, al modo de Valle Inclán, ni como novela es una obra acabada y redonda. Además, el paso del tiempo y lo que sabemos tanto sobre la Restauración como sobre la generación del noventa y ocho contribuyen a poner evidencia su artificio, su voluntaria y arbitraria desfiguración de la realidad al servicio de un sentimiento de pesimismo no necesariamente fundado sobre elementos objetivos, racionales, que pudieran de alguna forma justificarlo. No es el gran Baroja que conocíamos, pero así es la vida. Hasta don Pío tenía que pinchar alguna vez.

Doroteo