jueves, 8 de marzo de 2012

Las consejas de Doroteo


Conviene precisar que no es lo mismo el puro apretado que el puro que no tira. El primero se puede fumar, lo único que pasa es que al torcedor se le ha ido un poco la mano y le ha puesto más empeño del necesario. En cambio el segundo, el cigarro que no tira, es otra cosa. Doroteo, que es quien me comenta esto que ahora dejo aquí apuntado, lo llama el cigarro paradójico. Porque el tiro del cigarro, que es elemento esencial para el buen fumar, se define como la resistencia a la succión. Es precisamente el cigarro que mucho resiste, el que no se puede fumar. Es cigarro con mala baba, que marca la calavera y hace enrojecer al fumador. No hay que perder un momento con él. A la calle, se tira entero a las llamas de la chimenea, sin piedad, y se enciende otro, aparentando como que no ha pasado nada. En cambio, al puro apretado sólo hay que mimarlo, prestarle atención, dedicarse a él con un poco mas de paciencia y habilidad, más lentamente. Y entonces se deja fumar. Aquí Doroteo mete, en lugar de eso tan correcto de “se deja fumar”, aquello del elefante y la hormiga…Pero en fin, no sabemos si es comparación apropiada, salvo por lo de la paciencia, y no hemos querido transcribirla de manera exacta, con toda su crudeza. Ya hablaremos de Doroteo otro día.

domingo, 4 de marzo de 2012

Dibujo


La ilustre casa de Ramires

“Los tres amigos volvieron a emprender el camino de Villa-Clara. En el cielo blanco, una estrella lucía sobre Santamaría de Craquéde. El Padre Sueiro, con su quitasol bajo el brazo, recogiese a la Torre, lentamente, en el silencio y en la dulzura de la tarde, rezando las Avemarías y pidiendo la paz de Dios para Gonzalo, para todos los hombres, para los campos y casales adormecidos y para la tierra hermosa de Portugal, tan llena de gracia adorable, que bendita sea siempre entre todas las tierras.”

José María Eça de Queiroz, La Ilustre Casa de Ramires.
Edición de la Librería Nacional y Extranjera de Francisco Beltrán,
Calle del Príncipe, 16, Madrid, 1911


martes, 28 de febrero de 2012

A CIDADE E AS SERRAS


“E agora, entre roseiras que rebentam, e vinhas que se vindimam, já cinco annos passaram sobre Tormes e a Serra. O meu Principe já não é o ultimo Jacintho, Jacintho ponto final―por que n'aquelle solar que decahira, correm agora, com soberba vida, uma gorda e vermelha Theresinha, minha afilhada, e um Jacinthinho, senhor muito da minha amisade.”


EÇA DE QUEIROZ

A CIDADE E AS SERRAS

PORTO
LIVRARIA CHARDRON
De Lello & Irmão, editores
1901
Todos os direitos reservados

viernes, 24 de febrero de 2012

TECNOLOGÍA

El cepogordista no sabe. No sabe y se le dispara el dedo. Quiero decir que es más ducho en otras cuestiones que en la pericia tecnológica. Elige con acierto un habano, sabe buscar el momento para fumarlo y celebrarlo, incluso si hace falta, para fumar tranquilo sabe esconderse con habilidad. Ha fumado tranquilamente escondido detrás de un biombo de cinco cuerpos, silencioso e inmóvil durante dos horas mientras el mundo gritaba y se agitaba a su alrededor. Contrastaban el rabiar y el patear de unos y otros, con la silenciosa ascensión de las volutas azulonas, y la paz del fumador. Un compañero cepogordista tiene en su casa de campo un antiguo arcón de buena madera de nogal, un arca de esas de vender el buen paño, en la que asegura cabe tumbado. Que el arca existe es cierto pues la hemos visto, y que se cabe dentro tumbado también. Lo que no podemos asegurar es la segunda parte de la historia, según la cual, nuestro amigo se ha tumbado a veces en ella… para fumar en paz. Con habano, botella de brandy y la oreja puesta a los movimientos de alrededor. Este cepogordista es un tanto espía y amigo de secretos ajenos. Como el arca está en una vieja casona que visita sobre todo en invierno, diremos que es amigo de escudriñar, sobre todo, en los secretos del viejo perro de caza que dormita en el calor de la chimenea y los aúlla en sueños, y de los que pueda guardar algún fantasma despistado que todavía ronda por ahí, purgando el pecado de su excesivo apego en vida a aquellos muros y a aquellas tierras. Pero lo más importante. Habéis acertado, el arca tiene dos pequeños orificios por los que el humo sale a los salones y los perfuma de nuevo, mezclándose con el olor indescriptible de las antiguas maderas y de las viejas tapicerías, con el olor del tiempo detenido, que con el humo avanza un par de pasos, al ritmo lento del habano. En cuanto a lo de fumar tumbado en el arca con la tapa puesta, nunca hemos querido sondar más de la cuenta a nuestro amigo, ni rebuscar en su árbol genealógico en busca de una rama centroeuropea… ¡Como nos gusta marear la perdiz, discurrir a lo chino, en amplios círculos, no ir al grano, salirse del camino real…! Estábamos diciendo que la pericia para el fumeque nos falta para la tecnología. Pues si.

martes, 21 de febrero de 2012

MUERTE DE UN CICLISTA


Vimos ayer Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem. Es realmente el cine español que merece la pena. Una buena película, digna del mejor cine negro de la época, sutil, con las veladas alusiones a la guerra, con el contraste entre clases sociales, y las preguntas sobre ¿Cómo vivir? Después de lo pesimista que es la historia, la reacción del ciclista que aparece al final, Manuel Aleixandre, parece que introduce un poco de optimismo, como si la hipocresía reinante fuera a dar paso a otra cosa, en la misma medida en que evoluciona el personaje principal, Alberto Closas, que va recorriendo un camino interior a mejor, abriéndose y liberándose de ataduras, convenciones y mentiras. Lo cierto es que vista desde hoy, los problemas parecen similares, sigue una sociedad más bien tosca, dónde los niveles de hipocresía y de falta de contacto con la realidad son muy altos. Quiero decir que se sigue viviendo sobre sistemas de convicciones convencionales que parecen proteger o evitar, que el individuo toque la realidad. Sólo que hoy las convicciones y las convenciones son de otro tipo: progres, políticamente correctas, izquierdosas, siempre “bienpensantes”. Un ejemplo, el de esa estudiante que sorprendida por la carga policial para restablecer el orden alterado por unas manifestaciones no autorizadas decía: “sólo habíamos cortado el tráfico” como si todo pudiera hacerse, como si fuera lo más normal y no hubiera reglas, leyes, y los demás tuvieran que aguantarse. Esa chica toma su parte por el todo, no ve la realidad, no ve lo que debe caracterizar a una sociedad libre.
Para acabar llama mucho la atención la belleza de la fotografía, el buen ritmo narrativo, incluidas las magníficas transiciones entre escenas, pero sobre todo, el maravilloso vacío. Hay espacio. Un solo coche sobre la carretera, una carretera sin pintar, sin señales, a su vez perdida en un espacio inmenso y vacío. Pero también en el campo de deporte dónde pasea el protagonista: sólo los atletas, no hay apenas “instalaciones”, sólo la pista y las gradas, no hay aparcamientos visibles, ni marcadores, casetas, máquinas expendedoras de bebidas, carteles de anuncios, publicidad, nada de todo eso y poca gente. Es una paradoja porque entendemos que corresponde a una sociedad menos desarrollada económicamente, con las implicaciones que eso tiene, pero la verdad es que se respiraba mejor, quiero decir que era un descanso, un alivio, ver evolucionar al personaje en ese entorno tan depurado, tan poco manchado, tan poco saturado. Ya me imagino que ese vacío de la película probablmente se introdujo no para admiración mía, sino como hondo simbolo, pero mire Vd. por dónde, sesenta años después la perspectiva es otra. Pues hasta aquí, que no da el magín para más.

El carácter nacional

Determinar el carácter nacional mediante una medición, francamente, me parece difícil. ¿Una estadística del cinismo o de la caballerosidad? Me parece más fácil sumar sardinas que sumar tipos de carácter. ¿Vamos a decir que en España hay tantos kilos de cínico, tantos de idealista, tantos de hipócrita? ¿Y las combinaciones entre sí? ¿Cómo las medimos? La verdad es que sería divertido. Pero no pasa de ser un juego y un desahogo, insisto que muy divertido y, a veces, orientativo. Pero pierde todo valor cuando se pretende convertir el juego en una certeza, o cuando se usa como en España normalmente para ponernos verdes a nosotros mismos con las más categóricas afirmaciones sobre nuestra forma de ser, siempre negativas. En general, en nuestro caso, la apreciación negativa de nuestro supuesto carácter suele ir acompañada, normalmente, de una enmienda a la totalidad al resto (educación, cultura, sociedad, historia, etc.). El otro día en las memorias de un señor respetable pude leer que “En España no hemos tenido administración”. Y se queda tan ancho. A bote pronto y para refutar la enormidad se me ocurría pensar en las leyes de Indias y en la organización de todo el territorio americano tras el descubrimiento, que digo yo que no es mal ejemplo de administración, tal vez sólo superado por la Roma antigua. En conclusión, el carácter nacional es un mito, simpático, interesante, muy a menudo útil como indicación o aproximación a una realidad, pero nada más.