No
tiene excesivo sentido reseñar un texto si es pésimo, salvo que sea
extraordinario en su imperfección y pese a ello reciba alabanzas diversas (cosa
bastante frecuente). Menos sentido tiene aún si uno no se dedica a las reseñas,
ni es crítico, ni nada que se le parezca. Si pese a ello se hace, la reseña es
entonces una protesta. La reseña protesta apenas si merece el esfuerzo de
ponerla en claro. Salvo por el gusto de la sátira, de zaherir ponzoñosamente.
No debemos dedicar demasiadas energías a eso, que no nos sobran.Pero
hay otros textos que son todo lo contrario. Uno querría animar a que se leyeran,
darlos a conocer. Como uno no es nadie y tiene nula capacidad de influir, se
hace la reseña por puro placer, por puro agradecimiento a lo leído, para uno
mismo. Estamos ante un caso así: La
tierra del grajo, de José Antonio Martínez Climent, publicado por la
editorial Verbum.

Octavio
es protagonista, y a ratos narrador, un salto que se produce en el texto con
naturalidad sin que la proeza técnica sea excesiva ni incomode. Está bien
tratado el mundo mercantil, espléndidas evocaciones de una Europa de los
balnearios, casinos y grandes hoteles, Venecia, Sicilia, el mediterráneo, el
levante español, los largos viajes en tren, las estepas del Este, una sociedad
internacional que se mueve a sus anchas por el continente con una galería de
personajes de fuerte personalidad que vistos desde nuestra uniformidad de hoy
parecen extraordinarios y variopintos. Y el amor, con ese personaje tan logrado
que es Claudia. “Para entonces, Claudia ya había aprendido el delicado arte
de dejarse mirar por los hombres."




***