lunes, 13 de octubre de 2025

Lectura. De los dietarios de A. Bergamota (otro que da la brasa con sus cosas).

Cercanos al mar, el papel se altera, se humedece, se comba, los libros se curvan, parecen abrirse solos. Un año en el sur es un libro de Antonio Colinas, que publico la editorial Trieste en el año 1985. Lleva por subtítulo “Para una educación estética”. Y no defrauda la gran belleza de su prosa, muy cercana al poema en prosa. Nuevamente una exploración a ese género tan atractivo que son los libros de iniciación a la vida, los primeros pasos de un adolescente en un momento que se abre y que va descubriendo: amor, paisaje, literatura, arte, sentimientos, racionalidad, sentido de las cosas, relación con los demás, vida religiosa, escritura. El protagonista, como tantos otros, encuentra en la curiosidad y el asombro canalizados y a su vez cultivados a través de los libros y la observación del mundo, una manera de dar sentido a la vida, de intentar ordenarla en alguna medida, de encauzarla y poder afrontarla.

(…) En lo secreto crecían los mejores frutos. En la soledad, lejos de las miradas falsamente atentas, el hombre podía desarrollar una vida digna, ejemplar. ¿Cómo serían los versos de aquél oscuro poeta de provincias? ¡Cuántos matices interesantes para la ávida adolescencia de Jano, para su vocación llena aún de dudas, se podían extraer de aquella vida ignorada!” Pág. 132.

El libro de Colinas a pesar de su belleza formal resulta algo frío y lo recorre desde el principio un halo de tristeza. Que bien le va el color de la portada de un tono verde apagado, como herrumbroso. Si fue a propósito, desde luego es todo un acierto. Viene la tristeza no sólo por el argumento, sino porque desde el principio, el adolescente protagonista es un dolor vivo, un chico que sufre casi permanentemente. Tal vez la adolescencia tenga esa parte dolorosa, seguramente si hacemos memoria la recordaremos, pero no únicamente, había muchas otras cosas que le daban alegría, risas, ilusión, pese a las enormes dificultades de esa travesía. El impacto del Sur, como idea de tierra cálida, luminosa, antigua, de vegetación espléndida y lujuriosa, no parece que se produzca, el adolescente no parece beneficiarse de ese mundo, pase a la fascinación que le produce la vieja ciudad romana y califal, pues cerca de Córdoba está el internado. Es más, se inclinará por la contemplación fascinada y morbosa de un cuadro terrible de Romero de Torres, anunciador de la tragedia. Tal vez resulte eso un tanto artificioso. Sin lugar a duda, faltan la religión, el catolicismo, la caridad, apenas tratados y descartados luego de manera excesivamente brusca, sin que las lecturas de poetas franceses románticos y simbolistas en las que se zambulle el protagonista sean contrapeso suficiente, como es obvio. Ahí se echa de menos que el autor pula el retrato de un adolescente, pero de un adolescente local, de aquí, encarnado verdaderamente. Etc. ¿¡Pero bueno!?

***

“Él está como vosotros: sin hacer todavía grandes progresos en su vida. Quemad los libros y labrad la tierra. Que la tierra os sea familiar. Ella entonces os reconocerá el día que os reciba. Cuidad la tierra y ella será para vosotros un alivio. ¿Os imagináis tendidos bajo la tierra negra, sintiendo la caricia de las raíces de los laureles? Quemad, quemad los libros…Y añadía una gran carcajada o un gesto de máxima educación a sus palabras.” Pág. 154.


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