miércoles, 1 de noviembre de 2017

GALERÍA DE TIPOS FÍSICOS EXTINGUIDOS: tipo turco, siglo XX.







Impresiones.


Si utilizando los exónimos apropiados hablamos de Angora, Trebisonda o Esmirna nuestra referencia a Turquía resultará mucho más evocadora, sugerente, legendaria y hasta mágica. Mucho más que si describimos el centro financiero de Estambul, con sus torres, su ruido y sus centros comerciales. El viejo imperio otomano, moribundo al llegar el siglo XX y derrotado en la Gran Guerra dio paso, en 1923 y en virtud del tratado de Lausana, a la actual Turquía. Fue providencial Mustapha Kemal, el Atatürk, que evitó su reparto entre los voraces vencedores del conflicto. El inmenso país, la antiquísima región, siguen en el ojo del huracán, como si la geopolítica no hubiera variado apenas desde los tiempos del codicioso Craso, de Constantino el Grande, de los Basileos bizantinos que durante siglos contuvieron al Turco venido de las estepas asiáticas, amenazado a su vez por los Kanes mongoles, y hasta la caída de Constantinopla. Como si de un balancín se tratara, entre oriente y occidente. ¿Hacia dónde se inclina hoy Turquía? Con sus ochenta millones de habitantes y un idioma hablado por casi doscientos millones, Turquía tiene frontera con Bulgaria y Grecia, claro. Pero también con Georgia, patria de Stalin, Armenia, Irán, Azerbaiyán, Siria e Irak. Se trata por tanto del cruce entre Europa y Asia, entre Rusia y Oriente Medio, una región que los turcos gobernaron durante años. Tracia, más tarde la Rumelia búlgara, mítico topónimo evocador de inexistentes reyes vestidos a la manera húsar, de monóculos y prisioneros de Zenda, es la parte europea de Turquía, compartida con Bulgaria y Grecia y durante años tambien objeto de disputa entre el Reino de los Búlgaros y el Imperio de los Califas Osmanlíes. Cuando en 1453 la Reina de las Ciudades cayó en poder del ejército de Mehmet II, pareció que un puño se había cerrado sobre la salida de Europa al exterior. Casi cuarenta años después, con la boca del saco todavía cerrada por el dogal turco, los Reyes Católicos lo abrirían descosiendo el otro extremo con la toma de Granada y el descubrimiento de América. La ruta comercial hacia oriente tenía ahora una alternativa. Y Lepanto.

Para El Heraldo  de Nava,
Genaro García Mingo Emperador, corresponsal de butaca.

martes, 31 de octubre de 2017

VIDAS PARALELAS.


Hay algo de vidas paralelas entre Nancy Mitford e Irene Nemirovsky, hasta que una de ellas se trunca antes de tiempo.

 



Irene Nemirovsky, 1903, Kiev-1942, Auswitch.







Judia ucraniana, hija de un banquero.



Hija única.




Huyen de la revolución rusa y tras un año en Finlandia, llega a Francia en 1919.


Se casa con Michel Epstein en 1929, tienen dos hijas.

No se le concede la nacionalidad francesa (1938), la familia se convierte al catolicismo en 1939.

El matrimonio es deportado en 1942, las hijas sobreviven escondiéndose.

Terrible relación con su madre.

 

Nancy Mitford,
1904, Londres-1973, Versailles, Francia, restos en la Iglesia de Santa Maria, Swibrook, Oxfordshire, junto con sus padres y hermanas.



Hija del barón de Redesdale, alta sociedad inglesa.


La mayor de seis hermanas. Volveremos sobre ellas.


Frecuenta a los Bright Young People (Evelyn Waugh entre ellos). Su abuelo materno es el fundador de Vanity Fair.


Casada con Peter Rodd, divorciada sólo en 1958, desde 1945 amante de Gaston Palewski.

Novelista prolífica.






Más de veinte novelas.
1929 Primera novela

1930 El Baile.

-     Suite Francesa, se publica en 2004, descubierto el manuscrito en una vieja maleta salvada por las niñas.

-     Unas 21 novelas, de las cuales varias (6) publicadas póstumamente.

Novelista, biógrafa, periodista, gran correspondencia, al parecer muy interesante.



Unas ocho novelas:

1931 Primera novela.

1949 Amor en un clima frío.

Un tomo de textos periodísticos y de crítica, el famoso ensayo Noblesse Oblige.

domingo, 22 de octubre de 2017

OTOÑO

El campo que nosotros paseamos tiene asfalto y aceras. Por la tarde del sábado hay menos coches. Donde la anchura de la acera acaba, aparece la lengua de tierra que a lo largo de la carretera separa la calle del acceso a las urbanizaciones y que a tramos está ajardinada. Hierba, rosales, algún arbusto: durillos o aligustres tallados. También hay árboles, y como el aire está limpio, mirando a lo alto mientras andamos cuesta arriba, nos hacemos la ilusión de que estamos en la verde campiña, en las sierras, en los montes; que pisamos arena al andar esta cuesta arriba y que cruje bajo las pisadas, y que hay hierbas altas que nos rozan al pasar.

Lo cierto es que alguna vez que vamos a un campo, a cualquiera, tampoco quiere la gente andarlo. Hay que comer, bregar, fregar y con la sobremesa llega la somnolencia, y luego eso de ponerse en movimiento es cansado y lo de andar una obsesión. Así que se deja para otro rato. Por eso nos gusta este campo con su asfalto, su césped, sus durillos y sus árboles. Porque es un campo posible, real, es el que pisamos, este y no otro. Con la mirada puesta en las alturas. El viento mece la copa de los árboles y empuja las nubes de este cielo limpio de otoño; son las mismas nubes de esos otros campos lejanos, más solitarios y sencillos. En este de aquí no hay animales, si exceptuamos algún vecino, los perritos tan feos y ridículos, que pasea la gente y los miembros de alguna secta o tribu urbana que son también feos, con sus rastas, y como sucios y como los perros llevan correas y cadenas. Es un motivo más para andarse por las ramas, las copas, las nubes.

Se ha metido una tarde otoñal, la primera. Viene sin duda con este aire que no llega a frío pero que ya es fresco, y ha barrido el calor sofocante de esta mañana. Con el otoño llegan las ganas de pasear, de fijarse en la luz cambiante. Y una cierta melancolía. Caerán las hojas de los árboles y morirán los viejos, los enfermos, la gente, por un descuido, por dejarse atrapar en un momento de inadvertencia por esta como melancolía que trae este aire que no llega a frío, que es impertinente. El perrito con el que nos cruzamos tiene una buena patada, pero que quiere usted, pese a ir con los zapatos adecuados, nos aguantamos por aquello de portarse bien. Se arrastran las primeras hojas por las aceras, parecen de chopo. Quién sabe. Es este un campo variado: una mimosa asoma por encima de una tapia; en una parcela cercada cubierta de tamuja vemos casi una pimpollada y, en una esquina, como saliendo de la pared a ras de suelo, una higuera ya crecida. Hileras de plátanos robustos, recuperados de la terrible poda de hace un tiempo, tal vez un año o dos. Hileras de chopos tristones, mecidos por el aire, vencidos por la luz que declina. Una acacia solitaria puntiaguda, prunos, arizónicas, gigantescas adelfas, pinos inmensos, y los sauces. Un seto de parra virgen ya se ha teñido de color rojo vino, o sangre. También hay ciclistas. ¿A usted le gusta apalear ciclistas? ¡Hombre pero que cosas dice!

Hay también un jardincillo parroquial. Es casi un amago de jardín, pero con su planta rectangular delimitada por un seto de mirto se da como aires, como importancia y resulta atractivo en su altanera modestia. Dentro del seto un abeto y una adelfa por ahora más alta que el árbol. Tal vez uno de esos abetos navideños, plantado en el jardincillo al terminar las fiestas. En los jardines de algunos Reales Sitios, en el siglo XIX plantaron especies de coníferas sin saber muy bien lo que darían de sí. Hoy son árboles descomunales que parecen como zamparse los jardines neoclásicos que crecen temblorosos a sus pies. Más allá del seto, una tapia blanca, de media altura, con verja y arriates de flores, begonias y tajetes naranjas todavía en flor. Y a un lado un inmenso ciprés o similar, que nos da idea de lo que podrá llegar a ser el abeto de este pequeño jardín parroquial. ¿Llegaremos a verlo? Habrá que pasar el otoño primero. Hombre pues claro, que cosas tiene.
De los diarios del gran polígrafo Alcides Bergamota Elgrande.
(Cortesía de Calvino de Liposthey, anticipo de publicación)

sábado, 21 de octubre de 2017

GALERÍA DE TIPOS FÍSICOS, SECCIÓN FUMADORES: JOHN COLTRANE Y UNOS AMIGOS.





FEDERICO DE ROBERTO

La palabra Revolución le escocía los labios y le hacía palpitar el corazón; y el deseo más ferviente, íntimo y sincero de su ánimo era que hubiera el doble de carabineros que de ciudadanos; pero dado que el viento soplaba de otra parte, buscaba la compañía de los radicales más notorios para decirles: “La República es el régimen ideal, el sueño sublime que un día se hará realidad, porque quiere hombres perfectos, virtudes diamantinas, y el progreso constante de la humanidad nos hace prever el día de su cumplimiento”.

Federico de Roberto, Los Virreyes. 

LA POÉTICA DE SINFOROSO GARCÍA POTE. VI.

COLORES DE POLIGÓ.