lunes, 13 de mayo de 2013

TOROS EN MADRID

Dice Baroja, don Pío, con su acusado pesimismo post romántico que “Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés”. Es posible que tenga cierta razón, aunque tenemos al respecto nuestras reservas. Y desde luego hay una circunstancia y un lugar dónde esto no se produce nunca: una tarde de toros, en particular y sobre todo, una tarde de toros en la madrileña plaza de Las Ventas. Se da en una tarde de toros en Las Ventas un fenómeno misterioso, una conjunción de factores en la que se acumulan tal variedad de tipos, tal variedad de caracteres, en la que coinciden tal multitud de personas de diverso origen que por una parte, lo anodino, lo gris, lo vulgar desparecen en el bullir de la plaza que cobra vida y por otra parte, eso mismo: la plaza vive por si misma y adopta por unas horas la personalidad más viva, despierta, vital, abigarrada, apasionada, agradecida, exigente, gruñona y contradictoria que imaginarse pueda. El gran don Pío desconocía esto y quizá sea este su mayor defecto, el único que le ponemos como escritor, aceptando su mal carácter, su espíritu gruñón y contradictorio que tan naturalmente se hubieran sentado en un tendido o en una andanada a dar su opinión y a participar, incluso desde la más extrema individualidad, o por eso mismo. Es uno de los asombros de la Plaza (con mayúsculas) y uno de los motivos para agradecer y admirar, pese a todos sus errores, la presencia del SIETE, formado tarde tras tarde como una legión imperturbable, sin un claro entre sus prietísimas filas, exigente, gozoso y agradecido a un tiempo, participando. No sólo el siete claro está, pero también. Gutiérrez Solana, contemporáneo de don Pío, nos ha dejado crónicas en las que resalta a un tiempo su horror por el espectáculo de caballos reventados, faltos de la protección del peto, y de torerillos y maletillas bestiales, y su profundo conocimiento de las suertes y de la corrida, la misma contradicción que se da entre su profunda religiosidad y su brutal clerofobia. Contradictorios somos, contradictoria es la plaza y espléndida la tarde de toros, en su dureza y en su hermosura, haciendo de reflejo condensado, comprimido, de lo que la vida es y ofrece. De lo que la vida regala. Hay un elemento especialmente difícil, y duro en esta Fiesta, también con mayúscula. Un elemento que también comparte la Fiesta con la vida misma y del que hasta hoy, con todo el sentido, no ha querido desprenderse. Y es que está presidida, como quien no quiere la cosa, por la terrible calva. La Muerte, en imagen solanesca, está ahí, unas veces con el huesudo mentón apoyado sobre un burladero, desde dónde observa la lidia con su risa petrificada; otras veces, con las tibias cruzadas, sin necesidad de almohadilla, sentada en un tendido, o escondida en lo alto entre el público de alguna andanada. Esta es la verdadera tragedia del espectáculo que sin el riesgo del toro verdadero, de la bestia poderosa e imponente pierde su emoción y razón de ser. Deseamos desde aquí a todos los diestros y cuadrillas que estos días pisan el suelo de la plaza para lidiar una corrida de toros, la mayor suerte y la protección del Altísimo, para que puedan actuar sin dar el mínimo triunfo a la solanesca calva. Y dedicamos estas buenas intenciones y estas pobres líneas a todo ellos, pero muy en especial a los que se enfrentan al Toro (nueva mayúscula), verdadero centro y piedra angular, con el miedo que su poder despierta, de la Fiesta. Ese toro hoy lo traen algunas ganaderías. Permítasenos que bajemos por un momento de las alturas para entrar un algo en la arena: nos referimos al toro con pies, al toro que no se cae, al toro que llena la plaza con su sola presencia, al toro codicioso, al todo que exige mando, al toro que no perdona que se le hagan mal las cosas, al toro que se arranca ya muerto. Los vimos ayer con la corrida que trajo a Madrid el ganadero José Escolar. Don José Escolar. Aplaudimos a los toros, admiramos a diestros y cuadrillas, que con su valor ante ese enemigo que lo es, mantienen viva la Plaza y con ella a ese mundo de siglos, en el que los espectadores que acudimos alguna vez a Las Ventas, a ver ciertos toros, tenemos el privilegio de participar, ausente toda vulgaridad. ¡Chimpón!

domingo, 12 de mayo de 2013

UNA DEL ESCRIBA

DE BORBON Y DEL NOROESTE.

En la tertulia del Escriba se habla frecuentemente, con sumo escándalo y pesar, de los escándalos de corrupción que más que salpicar sumergen a nuestra clase política.  El Caballero de Gandía, hombre al fin y al cabo más mundano que sus contertulios, acostumbra a distanciarse discretamente de los aspavientos puritanos y un tantico farisaicos de sus amigos  (ahora resulta, dice el Caballero, que los corruptos, al igual que los muertos, son siempre “los otros”), y en apoyo de su escepticismo aristocrático se permitió el otro día ilustrar a los contertulios con un texto sacado de los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós, en el libro dedicado a Cánovas. Al Escriba le ha parecido oportuno ilustrar también a los esforzados lectores de Cepo Gordo, y lo transcribe a continuación:
“En los comienzos de 1880 hizo se más patente la invasión del positivismo en las almas de los afortunados políticos que entonces estaban en candelero. El sabio consejo de un estadista francés que dijo a sus contemporáneos enriqueceos,  que ningún hombre público agobiado por la pobreza puede hacer la felicidad de su Patria, fue tomado al pie de la letra por los que aquí pastoreaban el rebaño nacional. Monsieur Donon, a quien se adjudicó en concurso la terminación de las líneas férreas del Noroeste dio pruebas de ser hombre sagaz, y al propio tiempo muy agradecido. Al constituir su Consejo de Administración repartió las plazas de consejeros, dotadas espléndidamente entre lo más granado de la Situación conservadora, dando también su poquito de turrón a los liberales, y mucho más a la gente palatina.
Recuerdo ya las caras risueñas y complacidas que tenían en aquel tiempo todos los agraciados con los premios gordos de la lotería Dononiana. Recuerdo también que un conspicuo gacetillero hizo un chiste que ha quedado de repertorio. Disputaban varios amigos en el Salón de Conferencias del Congreso para determinar cuáles eran los segundos apellidos de las dos ramas borbónicas. Alguien dijo que todos llamábanse Borbón y Este, y nuestro gacetillero contestó en el acto que el Rey de España se llamaba don Alfonso de Borbón y del Noroeste”.
Para rematar la faena el Caballero de Gandía puso sobre la mesa otra botella de Fondillón que los contertulios dejaron casi totalmente exhausta, y entre unas cosas y otras todos los  contertulios regresaron a sus casas con mejor disposición de ánimo.

sábado, 27 de abril de 2013

CONFERENCIA Y DIGRESIÓN DE ALCIDES BERGAMOTA

Reproducimos a continuación la breve conferencia pronunciada por Alcides Bergamota, maestro de polígrafos y damos cuenta de los graves sucesos ocurridos a continuación. Las palabras que recogemos fueron pronunciadas por nuestro publicista para promocionar, por su cuenta y riesgo, y sin que le fuera solicitado por la editorial, una colección de novelas llamadas del Oeste. He aquí la breve alocución. Decimos alocución y decimos bien, porque a la vista de lo sucedido las palabras del gran cepogordista fueron pronunciadas antes gente de mentalidad inferior.

“La editorial Valdemar publica ahora la colección que a este humilde cepogordista le hubiera gustado editar de haber sido eso, editor. Le hubiera gustado editar esta colección y también una la colección de retratos de tipos físicos extinguidos, generalmente bigotudos. Estas hubieran sido las dos grandes ambiciones editoriales de un servidor. La primera de ellas se ve realizada, aunque sin mi participación. Mira que lo siento. Pero todavía me queda el segundo proyecto, el álbum de tipos físicos. Pero volvamos a la colección mencionada, que es a lo que venimos. Se trata de la colección Frontera: Dorothy Parker, Vardis Fisher, James Warner Bellah… Grandes escritores tan ligados al cine que a menudo han quedado como ocultados, entre las bambalinas de la proyección a la gran pantalla de sus extraordinarios relatos, de su gran literatura. No vamos a decir ahora nada negativo, como que son desconocidos por las masas y cosas por el estilo, puesto que no es cierto y la prueba es su edición ahora en España. Se edita esta maravillosa colección como se editan tantas otras cosas cuya sola visión nos llena el magín de ilusiones sin cuenta.  Es bien sabido que hoy en día se escribe y se edita más que nunca, superando los escritores en número, seguramente, a los lectores. Lectores que en una vida no podrán abarcar apenas una ínfima parte de lo que se les pone al alcance de la mano, lo cual tampoco tiene demasiada importancia. Al revés, hace de la lectura una especie de mágico paseo por el laberinto, siguiendo el recorrido que cada uno se va creando. El laberinto crece y cambia a medida que el lector avanza, no tiene fin. Por supuesto que uno a veces sigue el hilo de Ariadna, pues no son exactamente lo mismo lectura, formación y conocimiento, aunque, como si fueran unas muñecas rusas dotadas de propiedades mágicas los tres elementos están relacionados y de alguna forma se contienen unos a otros.

Queremos decir que aunque perderse por el laberinto al azar es el privilegio del lector, sabemos que la elección y el orden de las lecturas no son indiferentes, según a dónde se quiera llegar, y que por encima de todo están los clásicos y el pequeño número de obras que conforman lo que ha sido, lo que todavía puede ser, la civilización occidental, que anda ahora un poco tocadilla la verdad. Y a lo que vamos, lo que comentábamos: el infinito número de posibles lecturas, el pequeño número de las que hará el más ávido de los lectores, la belleza de cada libro bien editado, la relación que se establece con el tipo de letra, las páginas, el papel, el olor, y la poca importancia del número, hacen que no tenga ningún sentido leer en un soporte digital. Si se nos permite un poco la cursilería al final de estas laboriosas palabras diremos que el libro digital es en realidad un triste sucedáneo y que en la medida en que el soporte forma también parte de la transmisión del conocimiento y de cómo se percibe lo que se lee, el libro digital viene a ser al libro en papel algo así como la que flor artificial, la flor de cartón, es a la flor de verdad. No es lo mismo y entendemos que no es indiferente trasladar al soporte habitual del trabajo técnico, al ordenador que no es otra cosa el libro digital, aquello que llamamos lectura, que puede ser el instrumento para el mero trabajo técnico, pero es también mucho más.

En fin. Quiero para terminar ensalzar y elogiar la vida provinciana española, de casino, paseo, cigarro y seminario, tan maravillosamente pintada por Baroja en el Cura de Monleón, por ejemplo. En el registro de una ciudad provinciana es dónde debería estar nuestro presidente del gobierno, y muchos de ustedes, que a esta charla asisten también. No en el registro sino en sus funciones correspondientes, o tal vez en el penal. El penal de Ocaña. Muchas gracias.”

Se hizo un momento de silencio, al que pronto puso fin un exabrupto lanzado con expresión y acento porteños:

El porteño:
-          ¡Pero qué pelotudooo! ¡Miráaa lo que dijo!
Un bilioso:
-          Menudas gilipolleces, hay que darle cuatro palos a este tío. ¡¡Bronca, bronca!!
Un gordo:
-          Esto es una vergüenza, ¿dónde está lo prometido? - gritó levantándose del asiento un gordo rijoso – yo he venido a oír la disertación sobre Contoneo y andar del Pibón Hispánico anunciada por la sociedad madrileña de erotomanía de la que soy…
Alcides
-          ¡Caballero, por favor, pero como se atreve a insinuar que yo pueda dedicar media frase a semejante horror!
El porteño
-          ¡Che! Mejor sería que la papilla mental que nos endilgó, boludo…
-          Sinvergüenza, esto es un atraco – grita el gordo-
-          A quien le importan sus elucubraciones – berrea un estudiante que acaba de despertar.

El público se agita, los murmullos crecen, la mayoría del público que no se ha enterado de nada ni sabe de qué va el escándalo empieza a movilizarse a ciegas, tornándose masa. El gordo y el porteño demágogos expertos agitan a la masa y caldean el ambiente.

Alcides:
-          El gordo es un degenerado y el porteño maricón, comprendo que no hayan entendido nada. Por cierto que ahora saca Valemar la gran novela de Alan Le May, pero no es cosa para ustedes ¡cornudos, choriceros!
Doroteo:
-          Alcides por favor, otra vez no…

Sale a escena y sube al estrado un representante de la organización, preocupado por los destrozos que empiezan a producirse y la ebullición que anuncia algarada. Es un hombre alto, de traje oscuro y mal cortado, barba, gafotas de concha, que zezea un poco al hablar, lleva un puro apagado, seguramente por el sofoco.

-          Un momento por favor. Miren ustedessss, esto es una organización seria. Que quieren que les diga. Vamos a ver. Seamos serios. Yo soy una persona seria, podemos dialogar, pero…

No le dejaron terminar. Nadie ha sabido que fue lo que acabó de desatar la furia de lo que ya, al principio de su intervención, era una horda empezando a descontrolarse. ¿Fue algo de lo poco que le dejaron decir, fue algo en la forma de lo dicho, en su presencia? Durante los primeros instantes del asalto Doroteo, tirando del brazo de Alcides, consiguió sacarlo fuera por la puerta de atrás, en un movimiento rápido y sin titubeos, mientras se oían los gritos del representante de la organización al que molían pelándole la barba a tirones ¡¡Señores, que soy muy serio!!. Contribuyó sin duda al éxito de la maniobra de Doroteo, digna de las que han quedado en la historia de los grandes capitanes (como el paso del Garellano por ejemplo, no piensen enseguida en el pequeño cabo), el grueso bastón de madera de cerezo, pesado y brutal, con contera de hierro, que Doroteo llevaba consigo siempre que asistía a uno de esos actos llamados culturales, en especial cuando participaba Alcides, cuya facilidad para despertar la animadversión y los odios africanos era misteriosa y legendaria.

-         Ya las vuelto a armar con tanto teoría y tanta pomada y tanta chorrada, no vuelvo Alcides, no vuelvo.
-         Pero hombre si yo no he dicho nada…
-         La próxima vez te ahorras las elucubraciones y el discursillo y la emprendemos directamente a golpes con el público.