Esta mañana, nos escapamos al centro de Madrid. Madrid es una ciudad espléndida en Navidad. Amanece el día envuelto en la más espesa niebla y de golpe la temperatura por los suelos. Sensación absoluta de frío, pleno invierno, día helado, entre gris y blanco, Navidad. Los Cepogordistas acudimos a la plaza de Oriente para ver el extraordinario belén napolitano del Palacio Real. Es una página viva del barroco europeo, en la que se encuentran arte e historia, al servicio de algo de una fuerza mucho mayor como es la Navidad y lo que ésta significa.
sábado, 29 de diciembre de 2012
NAVIDAD BARROCA
lunes, 24 de diciembre de 2012
miércoles, 19 de diciembre de 2012
AGRESIÓN A DOROTEO (O ZAMPATE LO QUE TE DEN)
Lo que no puede ser es que no se respete al prójimo. Esto le escribe Alcides a Tato, relatando el lamentable suceso. La intolerancia reina por doquier, incluso en la propia familia.
Terminaba Doroteo de cenar. De postre, pian pianito, medio Roblochon y algo de manchego bien curado, para compensar, con una botellita de Rioja, enterita, bien llena la etiqueta de premios y medallas. Reconozcamos que Doroteo no es amigo del pueblo. Mientras se zampaba el Roblochon pensaba por lo bajini: el que no sepa lo que es el Roblochon, que se joda, oye, incluso por estas fechas. Digamos también, que Doroteo es caritativo y bondadoso, aunque no pelota. Para hacer la digestión, un cigarrito de palmo y medio, y tirando a grueso, cepo gordo, que narices. A medio cigarro abrimos la puerta de casa para sacar las carnes a dar una vuelta, un paseo por ahí (una casa solariega, el que no la tenga que rabie y patee oiga, que es el deporte nacional y se queje amargamente de este país). A los diez pasos, paradita y sonoro regüeldo. En ese momento se oyó aquello, la terrible frase:
- ¡Gordo cabrón!
No hay respeto. Pero Doroteo no se da por aludido, se palpa un poquillo el panzamen. Rebuscando un poco, apartando aquí y allá, da con el hebilla del cinturón. Comprueba que sigue cinchado en el mismo punto que el año pasado. No soy yo se dice. Reanuda el paseíllo contento. Bien es verdad que el cinturón es elástico, pero así son las cosas. Una caladita al cigarro en la esquina, y al doblarla un succionar más intenso, dándole vueltas, para que espabile un poco. Se elevan las volutas al cielo. Con Luisito, el niño del frutero la parada se hace un poco más larga: hay que hacer figuras con el humo y regalarle la anilla rojigualda a Luisito, contándole una batallita. Cielos, al enfilar la calle, de camino al portón de la casa solariega (ya saben, el que no tenga que se j…), por cierto de magnifico jardín, Doroteo ve venir de frente a la mula de su cuñada sufragista. Doro la llama Meli la sufragista, en realidad Meli es miembro de pleno derecho de la secta moderna y combate con la saña de un Robespierre a todo fumador que se le ponga a tiro. Milita en la secta de la salud mientras cultiva con frenesí un cuerpo de quitar el hipo, lleno de duras curvas. Pero Meli sólo se entrega a la causa. Pesas y facción, abdominales y panfletos. No hay consanguinidad entre Doroteo y Meli, es una política en todos los sentidos. Doroteo trota entonces hasta el portón. Antes de franquearlo tres caladas fuertes, irrespetuosas con el pobre cigarro que ninguna culpa tiene, y tres bocanadas de humo denso hacia Meli, en el momento en que esta abría la boca para poner en marcha el disco rayado. Cae abatida con un grito histérico, como un mosquito víctima de tres bombeos de DDT, mientras Doroteo, ágil, cruza de un brinco el portón (de la casa solariega) y cierra echando la tranca gritando: ¡Viva los huevos fritos con chistorra! Ya no se puede pasear tranquilo.
martes, 18 de diciembre de 2012
LA TABAQUERA
Perdónenme la frivolidad pero fumar un cigarro también nos recuerda la vanidad de la vida. Por la ceniza, que después de aguantar quieta cobijando la combustión, se desprende graciosa y en silencio, repartiéndose en partículas minúsculas un poco por todos lados. La ceniza. No hará falta que expliquemos más, ni adentrarnos en el simbolismo religioso. Por ello, porque es un símbolo y carece prácticamente de entidad corpórea, el buen fumador no debe tenerle miedo a la ceniza, no debe asustarse por verla caer inofensiva, callada y gris. Es una delicia ver como se posa por solapas, mangas, alfombras, cojines. No nos habíamos dado cuenta, perdidos en la ensoñación, y ya no está al extremo del cigarro. Como la nieve, se ha desplazado sin que podamos advertirlo más que con la mirada, un rato después.
Una vez, asistimos a la aparición de un amigo que salía del cuarto de fumar de una casona que todavía lo conservaba. Se levantaba del butacón cuando nosotros entrábamos y fue realmente una aparición. Surgió de entre el humo de cien habanos, enteramente recubierto de la más pura y gris ceniza de cigarro puro. Había encanecido súbitamente por obra del fumar, la vestimenta se había recubierto de la misma tonalidad, la barba parecía piedra y todo ello le daba una vaga apariencia de hombre de las nieves, ante la que titubeamos por un momento. Después del más efusivo y sereno de los saludos se alejó a la manera en que lo hacen las nubes cargadas de nieve en esos días gélidos y luminosos que son el regalo de Madrid en invierno.
¡Y pensar que esa ceniza, tan delicada y simbólica, desaparece sin el menor amago de resistencia ante un pobre cepillo para la ropa, que la aniquila con sus duras cerdas! A uno le entra como una congoja, al pensar que tal vez, también la vida, en fin… apuraremos la copilla con un asomo de vaga melancolía, recordando como lo hacía nuestra tía con su dedal de anís en las sobremesas. Algo reconfortados por el cobijo de los clásicos. Verdura de las eras, nieves de antaño. Y mejor con la tabaquera llena, claro. De lo contrario se interrumpe la producción de ceniza y con ella la reflexión trascendental (con lo que por lo visto nada se perdería, susurra el pérfido Doroteo).
lunes, 17 de diciembre de 2012
Argimiro en la tertulia (con motivo de Juan Rulfo)
Argimiro aparece en la tertulia de Pascuas a Ramos. Le tienen como un poco a raya, con su pañuelo al cuello que él llama foulard, su vestimenta impecable, de americana cruzada y pantalones grises, en la que, pese a todo su cuidado, desentona siempre algo: otro pañuelo pero en el bolsillo de la chaqueta, de color rojo chillón, que él llama pochette, un zapato italiano con bocado dorado sobre el empeine, un exceso de gomina que afila su perfil ratonil… Pese a que pisa fuerte y va de rumboso, pagando cafeses, Argimiro es admitido a veces en alguna de esas tertulias en las que reinan la fragilidad y el cigarro.
A Argimiro le ha perturbado profundamente la lectura de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Juan Rulfo es ese señor de corbata y traje bien cortado, tímido hasta la enfermedad, tan encerrado en sí mismo que hasta le cuesta abrir la boca para articular, porque hacerlo sería revelarse en exceso, con impudicia. Tan dentro de sí que hasta su evidente prestancia y belleza física parecen desaparecer, como queriendo esfumarse en un vuelco sobre sí mismas.
Argimiro no entiende, no se explica lo que le pasa. No ha querido dejarse tocar por ese librito dónde todas las estructuras que deberían armar un mundo válido han caído, diluidas y confundidas. Y además están los prejuicios de su seguridad. Porque Argimiro no tiene sentido del tiempo ni conciencia histórica, sería mucho remover las cosas y las cosas, pues son lo que son, ¿para qué más? Empezaríamos a dudar. Argi es el momento presente, cerrado al pasado y temeroso del futuro. Y llega el librito este y todo lo baraja. ¿A quién se le ocurre? ¡Qué originalidad! Pero hay medios defensivos. Como Argi es presente, no le pidamos que le de muchas vueltas a España que para él se reduce a las cuatro calles céntricas entre las que transcurre su trajinar. Así que vamos a expulsar este tomito del paraíso, vamos a decir que este librillo es una cosa mejicana, un poquito ajena, un poquito sucia, que nada tiene que ver con él, lejana. Y llegan estos tres cabrones y se ponen a decir que hay que ver, que pese a todas las diferencias, ¡cuánta proximidad!, ¡cuánto de la una en el otro! El mismo sentido de la muerte, el pesimismo de la generación del noventa y ocho que rebrota en la obra del mejicano, la coincidencia en la percepción de sus países respectivos aquí y allá, un parecido, pese a las muchas diferencias, en ciertas estructuras y procesos históricos del siglo XIX en ambos lados, y la culpa católica y el lenguaje, el idioma español.
¡Y es que los tres utilizan la palabra español al hablar de la maravilla de esa escritura de allá! Si pudieran decir castellano, como se dice ahora por aquí, pues así podíamos decir que no es lo mismo ¡e incluso llamar a este señor tímido latinoamericano! ¡Y no! Los tres: venga y venga con español y con Hispanoamérica. Argi no se ha movido mucho, no sabe nada, y no quiere que le mezclen con esa gente. No sabe nada pero enseguida se refugia declarando que la novela es representativa de la realidad y la historia de aquello y por tanto lejana de nuevo a esto de aquí. ¡Menos mal! Pero le rebaten el argumento sin piedad. Así que es algo tan profundamente nuestro y él no lo ha entendido… ¿Entonces? Entonces llega lo más terrible porque cae la última barrera. Ese señor tímido y con buena pinta, hay que reconocerlo, es evidente, y con corbata. El autor. Con lo agradable que es pasar el rato y luego cerrar el libro, parapetándose con el recuerdo de que lo ha escrito un millonario frívolo en un arranque de genialidad, un amargado patológico, una lesbiana neoyorquina de hace cien años, esa gente rara que no somos nosotros y solo para entretenerse un rato. Entretenerse. Pero este señor tímido que podía ser de la familia… ¡Que contrariedad! Porque entonces ese constante darle vueltas, ese ir y venir a la infancia, a los padres, los hijos, las abuelas, el mujerío, la vida, el magma… No se puede cerrar sin más y pensar que es obra de un personaje estrafalario talentudo y genial pero ajeno, como esas películas tan agradables, de las que no se recuerda nada… Pinche trío, banda de chingones, me jodieron… Argimiro se sorprende utilizando esas expresiones que no debían ser suyas. Se va a casa pesaroso, prometiéndose encerrar a Rulfo bajo siete llaves, y no volver a juntarse con esos pendejos… Con esos tíos. Porque además se han reído de él, a lo mejor. Los tres, Tato el primero pero luego encantados Alcides y Doroteo, han hablado toda la tarde con ese acento y esos giros, con total naturalidad, como si fueran los primos de Rulfo, felices no más.
domingo, 16 de diciembre de 2012
REYES SODOMITAS (una entrada del Escriba)
El Escriba y sus contertulios don Pablo Cañizares y el Caballero de Gandía se muestran celosos y resentidos ante la irresistible ascensión de Alcides Bergamota, quien con sus pujos de intelectual provinciano está desbancando incluso la primacía de gentes menos refinadas como Doroteo y Tato. El Encargado, a quien el Escriba ha dejado traslucir su malestar por la privanza de Alcides, le ha contestado que menos quejarse y más trabajar, y ante tal admonición los contertulios se han puesto las pilas, ganosos de que sus cosas merezcan el honor de ser publicadas en Cepo Gordo.
Ayer mismo el Caballero de Gandía se presentó en la tertulia con un ejemplar del tan esperado libro “Reyes Sodomitas”, subtitulado "Monarcas y favoritos en las cortes del Renacimiento y Barroco", y para ir abriendo boca leyó a sus amigos el índice de la obra, que para satisfacción del curioso lector resumimos:
La homosexualidad en su contexto histórico. El pecado nefando o contra natura: un vicio impronunciable.- Los castigos.- Amores entre caballeros.- Papa Julio III. El mono del Papa.- Enrique III de Valois. El príncipe de Sodoma.- Jacobo I de Inglaterra. El tonto más sabio de la cristiandad.- Luis XIII de Francia, El Casto. El rey de "los mosqueteros".-Felipe de Orleáns, más conocido como Monsieur.- Cristina de Suecia. La reina libertina.- Guillermo III de Inglaterra. Un monarca honesto.- Federico III el Grande. El rey ilustrado.
Y para postre, El Panorama ibérico. Felipe II un rey anti sodomita, en el cual figuran apartados como Don Carlos y Don Sebastián, dos personajes enigmáticos con similar y trágico final.- El caso de Antonio Pérez: de flamante secretario del rey a reo de muerte por hereje y sodomita.- Sodomía en la corte del Rey Prudente. Los casos del conde de Ribagorda y del Gran Maestre de Montesa.
Tanto el Escriba como Don Pablo Cañizares mostraron su extrañeza por la inclusión en esa lista de una mujer cual la reina Cristina de Suecia, a lo que el Caballero de Gandía replico con palabras del Autor, que dentro de su compleja y azarosa, su orientación sexual sería un rasgo distintivo más en su enigmática ambigüedad que tanto le gustaba cultivar. Cristina -concluye el autor- tuvo cuatro pasiones importantes en su vida, de las cuales sólo una, la que le dedicó a Ebba Sparre, era de sexo femenino, las otras tres, la de Magnus de la Gardie, Antonio Pimentel y el cardenal Azzolino, fueron masculinas, con lo que podríamos deducir que, en todo caso, Cristina de Suecia tuvo que ser más bien bisexual que homosexual, coincidiendo con él perfil de libertina en el que gustó de probarlo todo, también en el sexo.
Esta aclaración tranquilizó mucho a los contertulios, a quienes sobre todo enorgulleció la honrosa mención de Don Antonio Pimentel, Embajador de España.
¡Después de esto, cualquiera se atreve¡
“Un hijo de lo primero que sirve es de malicia para llevar la cuenta de pasadas satisfacciones en que fue engendrado”.- Gabriel Miró, “Nuestro Padre San Daniel”
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