lunes, 9 de abril de 2018
miércoles, 4 de abril de 2018
martes, 20 de febrero de 2018
CINE ESPAÑOL Y GENERACIONES, esquema para una explicación.
Reproducios a continuación el artículo que Alcides Bergamota publicó el pasado sábado en el Heraldo de Nava.
CINE ESPAÑOL Y GENERACIONES, esquema para una explicación.
Hace unos días oímos un programa sobre el productor de cine Elías
Querejeta. Del talento de Querejeta no hay duda, ligado como estuvo a los
mejores directores del cine español y a tan grandes películas. Sobre todo
durante los años setenta, porque todo hay que decirlo, el filón parece que se
agotó. Y esto es lo interesante. Las generaciones se solapan, aquello que es
central en la generación actual, de alguna forma fue gestándose durante la generación
anterior. O dicho de otra manera, la generación presente, lleva dentro, los
elementos que irán germinando hasta cuajar en la siguiente. Y esos elementos
podrán ser continuadores de los vigentes, o nuevos, en contradicción o no con
lo anterior. Podrán consistir en enmiendas, matices, refutaciones, revisiones,
lo que sea, de forma brusca y obvia o sutil y matizada. Todo esto es bastante
evidente. También lo es que la generación presente normalmente se posiciona
respecto de la anterior, a la que por un lado es natural que sustituya y por
otro es inevitable que enjucie, asumiendo un legado o rechazándolo. Habrá de
todo un poco, continuación y ruptura en distintas dosis según las épocas.
Es lógico por tanto que la generación que hizo cine durante los
setenta (Querejeta como productor, Armiñan, Saura, Erice, Camus, Berlanga, etc.)
contara el mundo desde su punto de vista y lo hiciera mirando a su alrededor, y
asomándose al pasado reciente –la guerra civil y el franquismo-, con mayor o
menor espíritu crítico. Y lo hizo con una mirada crítica y enorme talento y
lirismo. Baste citar como ejemplo obras como La prima angélica, El espíritu de
la colmena, el Sur, Cría cuervos, Mi querida señorita, Los pájaros de Baden
Baden, etc.
Los directores a que nos referimos han nacido antes de la guerra
civil. Han conocido por tanto, más o menos de cerca en función de la edad, la guerra.
Y todos, claro, la postguerra. Crecen y se educan durante ese periodo. Imaginamos
que reciben la educación de entonces, tal vez no muy original, pero si sólida y
clásica. Desde luego se nota en su cine y se nota en los actores que los
protagonizan (Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Jose Luis López Vázquez,
etc.). Los testimonios que conocemos sobre cómo funcionaban los colegios
públicos mencionan un nivel educativo alto en un ambiente que, con las limitaciones
que se quiera, todavía premiaba esfuerzo y excelencia. ¿Tal vez fuera una
escuela sustentada todavía por la generación anterior a la guerra salida de la
edad de plata? No tenemos ni idea y habría
que hacerse una idea.
Como decíamos, es natural que su cine se asome al tiempo que han
vivido, lo cuente, lo critique, lo analice. Y lo más importante de todo es que todo
ese cine se realiza con muchísimo talento.
Esa generación tiene ahora muchos años, envejece y tal vez sus temas
se hayan agotado. La gran temática del tiempo reciente, de la guerra y de sociedad
española de la postguerra, tan abundantemente tratada, no da para más.
Se produce un relevo generacional adecuado? Creemos que no. El tema
mencionado se mantiene, pero ahora se trata de una manera poco creíble. En
lugar del punto de vista personal, que no puede dar quien no ha vivido lo que aborda,
se adaptan relatos posteriores o se escriben guiones maniqueos y acartonados.
Frente a la obra personal del creador aparece la torpe película de tesis, se
trabaja con un filtro político, con una intención política actual, al servicio
de la cual –consciente o inconscientemente – se pone el cine. El efecto, desde
el punto de vista artístico es devastador. Influye enormemente también, de
forma decisiva, el sistema de financiación de la producción con dinero público.
Dirigir dependerá menos del talento personal que de saber entrar en el circuito
político económico, acatando las consignas. Todo rastro de una obra personal ha
desaparecido.
Cuando el cine sale del pasado, para narrar el presente, surge la voz
personal, obsesiva, excéntrica de Almodóvar, llena de talento y personalidad cuando
narra lo que conoce (la noche o La Mancha, las mujeres o un cierto Madrid,
etc.). Aunque creemos que en este caso la veta se encuentra también agotada.
Porque las obsesiones del cineasta no dan para contar nada nuevo que tenga
fuerza o interés y porque la adopción de las consignas, el recitar la doctrina
de los camaradas, indudablemente es nocivo para la creatividad.
Hay entonces un gran
silencio. ¿Quién se atreverá con un guion y una película sobre el primero Psoe,
Marbella, el saqueo del Estado, los cambios sociales, las ministras posando
para las revistas de moda, la nueva izquierda, el guerra civilismo, Zapatero,
el 11-M, Aznar y Bush, la mediocridad de Rajoy, el esperpento
de María Soraya, el trinque organizado, las Ongs corruptas, el funcionamiento
de los partidos políticos, el sistema y su discurso, los nacionalismos, etc.?
¿Dónde está nuestro Valle-Inclán? ¿Dónde están los Azcona y Berlanga de hoy,
para la sal gruesa; los Saura y Erice
mirando nuestro mundo? Silencio. El sistema de hoy no tiene ni quien se atreva
a criticarlo. Sin embargo, el éxito de películas de tono menor (como la serie
Ocho apellidos…) indica que hay un
público con ganas de que alguien le cuente historias de hoy, alguien que mire
con talento y creatividad nuestro mundo. Pues eso.
jueves, 28 de diciembre de 2017
Un cuento de Navidad (¡Que bello es vivir! de Frank Capra)

Es habitual su reposición en televisión, año tras año, por Navidad. Y
es más frecuente de lo que parece la fidelidad con la que Navidad tras Navidad
muchos telespectadores vuelven a verla, solos o acompañados como parte de un
rito familiar.
La película transcurre durante la Navidad. Desde el día de Nochebuena,
un largo flashback nos conducirá por la vida de George Bailey que una voz del
cielo repasa para que el ángel Clarence la conozca y pueda intervenir a favor
de George, ganándose así las alas que aún no tiene. El Angel Clarence, de una
bondad seráfica claro, es un ángel novato que aún no ha hecho méritos para
llevar alas. La intervención del Cielo con el envío del ángel Clarence a la
tierra es el fruto de las oración por George Bailey que se elevan desde varios
hogares de Bedford Falls, el pueblecito americano dónde ha nacido el
protagonista y dónde –muy a pesar suyo- transcurre su vida. Tal vez esta
cuestión del ángel, por lo dicho arriba, desanime a muchos y les prevenga
contra la película, repelidos por algo como uno olor a moralina y buenismo.
Sería un error reaccionar de manera tan burda, porque si hay algo que la
película no nos ahorra es todo aquello que la vida contiene de dureza, sinsabores
y frustraciones.
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La famosa escena del baile. |
¿Por qué es ¡Qué bello es vivir!
una obra maestra, un verdadero clásico que resiste incólume el paso del tiempo
con la misma frescura con que se estrenó? Son varias las razones sin duda, pero
tal vez de entre todas destaque una: es el acierto extraordinario con que se
cuenta la vida de un hombre corriente de nuestro tiempo, la forma en que
llegamos a conocerle y como se nos aparece, ante la montaña de obstáculos que
representa la vida cotidiana, como un auténtico coloso. Un coloso sostenido por
su bondad, por ser un hombre íntegramente bueno. Seguramente lo más parecido al
antiguo ideal del caballero cristiano. El poeta Charles Péguy decía que el
padre de familia es el héroe de nuestro tiempo. Eso es lo que cuenta la
película, ese es su extraordinario acierto. A Péguy estamos seguros de que le
hubiera gustado de haber podido verla. Y cuando nos referimos al padre de
familia, quede claro que incluimos a la madre de familia también, por favor. No
se entiende a George Bailey sin Mary Hatch, interpretada por Donna Reed, cuya
voz oímos al empezar la película, pues es la de la primera plegaria.
Ese primer acierto esencial está rodeado e impulsado por mucho otros que contribuyen a dar fundamento, solidez y belleza a la película. El diálogo en el cielo, entre San Pedro y Dios, con la participación del ángel Clarence, muy breve y en tono humorístico, tiene más importancia de la que parece, no sólo porque explica el papel del ángel cuya intervención es la clave de la película, sino porque la sitúa toda entera en una perspectiva y tradición cristianas. Es Navidad y la Navidad no es más que una cosa y no otra: la Encarnación, Dios haciéndose presente entre los hombres con la humildad del niño en pañales adorado por los pastores. Aunque la película no entra en detalles trascendentes, y tiene el acierto de no cargar las tintas, sin esa perspectiva de hombre creyente, de la bondad no simplona sino dotada de fundamento y sentido, la historia que nos cuenta Capra no se entendería. De ahí que sea tan significativo que comience la historia con los rezos que se elevan al cielo por George Bailey. No hace falta insistir mucho más y como decimos la película no lo hace.
De lo dicho se deduce que el guion es realmente muy bueno, de gran sutileza, mezclando comedia, drama, un humor socarrón y cuanta belleza. Si belleza y poesía, así como suena, y viniendo a cuento, bien engarzadas en la trama, sin efectismos, como un elemento más de la vida misma. Primeros planos de los protagonistas espléndidos, la famosa escena del baile cuando se abre la piscina bajo los bailarines, la cena entre padre e hijo, la noche de bodas en la casa destartalada, la ciudad bajo la nieve, el paseo por la infancia, el esplendor de la juventud… Habría que narrar la película entera pues toda ella lo merece ya que no hay un momento de decaimiento y su final –el paseo por un mundo en el que no hubiera existido George Bailey- es fantástico, un repaso por la influencia de todos nuestros pequeños actos en los que nos rodean y de la indestructible unidad y solidaridad que puede existir entre los hombres, la fuerza de la bondad en una vida en comunidad.
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DONNA REED |
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Lionel Barrymore |
Además del excelente guion y de la música de uno de los grandes,
Dimitri Tiomkin, está la maestría de Capra en la narración, servida por un
elenco de actores espléndidos. No sólo un joven James Stewart que hace
plenamente creíble al personaje, sino también los extraordinarios Donna Reed -que
da vida a Mary Hatch, mujer de George Bailey-, Thomas Mitchell –tío Billy- y
Lionel Barrymore que hace de malvado señor Potter, quintaesencia del mal, una
especie de Ebeneezer Scrooge antes de la visita de los tres espíritus de la
Navidad. Recordemos que Thomas Mitchell era un habitual de directores como
Ford, protagonista de Huracán sobre la
isla y de La diligencia y que
Reed actuó también a las órdenes de Ford en They
were expendable, de protagonista femenino junto a John Wayne.
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