Esto de los toros es dificilísimo. A manera de resumen, cuatro impresiones generales, que necesitarían desarrollo y matices. Ahí van.
El estado actual de la Fiesta nos lo resume Gregorio Corrochano en un
párrafo publicado en un ABC del año 1921. Lo que en el momento en que describe
es un caso concreto, pues se lidian otros toros, hoy se ha generalizado.
“(…) Un ligero apuntamiento de lo que llevamos visto para que el
lector se dé una idea. El domingo se lidiaron toros de Rincón. Unos toros
chiquititos que parecían un producto artificial, como fabricados a la medida de
los fenómenos. Con estos toros no hay término medio: o son bravitos y el torero
se luce porque no le da miedo y lleva al público el recreo de su arte gracioso,
o no son fáciles al lucimiento y entonces la corrida fatiga y cansa, porque no
queda el recurso de la emoción, de ese miedo del público al peligro, que es la
única razón de existencia de las corridas de toros (…)”.
Cogida de Belmonte (ABC, 21 de abril de 1921)
La emoción, el miedo, la variedad, lo distinto han venido a este San
Isidro por la técnica y dominio de Enrique Ponce, por la vuelta de David Mora y
ese toro de Alcurrucén como regalado del cielo (emoción), por la corrida de
Baltasar Ibán (con su segundo, el toro de la Feria se percibía el poder
descomunal del todo bravo, y por tanto el miedo), por la corrida de Victorino
Martín, con todos los peros que se quieran poner, y en menor medida la de
Adolfo Martín y de Miura, y por el bombazo de Saltillo (el peligro, el pavor,
el viaje en el tiempo, el toro escapado de manos de sus criadores y como salido
de una estampa de Goya). Sin las tardes anteriores, sin duda incompletas,
discutibles, generadoras de gran polémica: monotonía, fatiga, cansancio.
Una de las cosas que más asombra al leer a Corrochano es su manera de
ver. Su manera de acercarse y mirar todo ese espectáculo que son las corridas
de toros. Todo lo mira, todo lo observa, todo lo comenta, todo cabe en sus
crónicas. ¿Tiene una idea de lo que quiere ver, de lo que es torear? Por
supuesto. ¿Lo acepta todo? ¿No rechaza nada, no censura nada? Por supuesto que
critica, que censura, que prefiere. Lo que no hace es echar fuera de la fiesta
lo que no aprueba, lo que no encaja en sus preferencias, en su concepto
teórico. Sabe que la corrida de toros no se reduce a ese presupuesto teórico,
que la lidia no se reduce a filtrarlo todo por un único tamiz, que por el
contrario, incluye y debe incluir un conjunto de elementos variadísimos, y que
en eso radica su esencia, en esa variedad. Sabe que la fiesta de los toros es así. Incluye cosas que no nos gustan,
pero que forman parte de ella.
Y esa forma de ver las cosas es el resultado de mirar primero y ante
todo, al toro. Corrochano observa, mira, analiza y participa en la corrida de
toros, partiendo del toro. Y por el toro y desde el toro, llega al torero. Fundamenta
la fiesta en el toro. Y el torero se mide en función del toro. Y como el toro
es variado, produce emoción, y el torero que se aplaude es el torero capaz de
afrontar esa variedad, esos toros tan distintos unos de otros, un reto cada
vez, un desafío en primer lugar técnico, al conocimiento de las reses y de la
lidia y a las facultades para torear, propias de cada torero. El torero y el
toreo en función del toro, y no al revés.
Una tarde ve torear a Granero:
“Granero es un torero que tiene condiciones que no se pueden negar.
Nosotros le vimos hoy con dos toros muy buenos; esperemos a verle con toros
difíciles.”
Cuando el aficionado oye comentar a Fidelio Lentino Spotti, la pústula
de los Abruzzos, el cartel de por la tarde y decir que torea fulano, pero que
no se sabe con qué toros, el aficionado mide la profundidad del bache que
atraviesa la fiesta. Cuando el aficionado oye al pájaro Lentino decir, mientras
agita sus entradas caras en la mano, que si el toro tuviera un poquito más de
gas, o metiera un poco más la cabeza o transmitiera un poco más, el torero
estaría más a gusto… al aficionado se le ponen los pelos de punta y le entran
ganas de cargar el trabuco con posta. No por intransigente, ni troglodita, ni
radical, sino porque ve que de esa manera, se acaba con su afición, al
convertir al toro en ayudante del torero, en colaborador de la postura, una
sola postura, un solo toro, y pronto, monotonía, fatiga, cansancio. Como nos
decía un excelente aficionado que además es criador de toros de lidia: lo que
no puede ser es el mismo toro y la misma faena, todas las tardes.
El Amigo Pulardo, vecino de abono, lector de Ortega, gran aficionado,
dueño de una colección de magníficos zapatos abotinados de piel de potro, nos
hace una observación con la que estamos plenamente de acuerdo:
- Vivimos una
época grosera. Las mentalidades groseras no conciben las cosas más que a la
medida de su simpleza dogmática y, en general, miope, a veces brutal.
Oiga pero es que se va usted por la ramas, escurre el bulto. Mire
usted, yo lo que me hago es cien, mil preguntas y poco a poco voy tratando de
lidiarlas:
¿Debe el toro criarse, construirse para permitir el lucimiento del
torero o es el torero el que con su técnica debe salir airoso, dominador,
vencedor ante toros de distintos tipos? ¿Debe el público entender que si esto no
es así, deben existir y admitirse faenas distintas, formas de torear diferentes
según el toro, y que eso, vencer a un enemigo imprevisible, distinto cada vez,
es la variedad que da sentido a la fiesta? ¿Debe entender el público que no es
figura ni puede serlo quien no torea más que un mismo tipo de toro, tarde tras
tarde? ¿Debe entender el público que no pueden expulsarse de la fiesta
determinados encastes, determinadas dificultades, que no puede la crítica
descalificar, vociferar, desterrar aquello que no encaje con su limitadísima,
interesada y menguada forma de mirar, porque supone ir cercenando el
espectáculo hasta acabar con él?
Pues usted dirá. Hombre, dentro de un orden, claro, dentro de un
orden.
Firma las líneas anteriores la terna siguiente:
Alcides Bergamota Elgrande, Tato y Doroteo. Se adhieren inquebrantables Genaro Garcia Mingo y El Ameba.