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martes, 31 de mayo de 2016

TOROS: la tarde de Saltillo


Sin duda el ganadero habrá tomado nota y probablemente querrá corregir algunas cosas. Pero mañana miércoles podremos comprobar como las revistas oficiales del mundo del toro ponen verde la corrida de Saltillo a cuya lidia hemos asistido esta tarde, sin matices y sin paliativos.

Sin embargo, a nosotros, la corrida de Saltillo lo que nos pone es a escribir. Tal vez porque no entendemos nada, tal vez por desconcierto, tal vez por asombro o perplejidad. Pero llegamos a casa con los dedos impacientes por dejar por escrito estas cuatro impresiones. Lo que los seis toros que hemos visto hoy plantean es el futuro de la Fiesta. Los Toros, que no necesitan apenas enemigo exterior (aunque no debemos darle la espalada sino arrearle), que desde que existen están en crisis, que en su anacronismo y en su dificultad como espectáculo (¡qué difícil es abrir los ojos a los toros primero, al toreo después!) tienen su espada de Damocles, los Toros cuentan con un enemigo aún mayor: la monotonía, la falta de emoción que produce el toro rebajado. Entiéndase por ello el animal con aire de buey, sosón, tontón, que a nadie impone y se torea casi sólo corriendo detrás del trapo con la lengua fuera. Que sin duda puede coger pero que no impone con su presencia. Nos decía hace pocos días un ganadero que todos los años lidia una corrida en San Isidro y a menudo otra en la Feria de Otoño, en declaraciones exclusivas para Cepo Gordo: “Mirad, yo sólo os digo una cosa, lo que no puede ser es todas las tardes la misma faena con el mismo toro…”. La corrida de hoy ha tenido en la mansedumbre encastada de al menos tres de sus toros un aspecto feroz, sin duda, pero también es cierto que los otros tres, que aunque violentos y transmitiendo peligro, humillaban y pasaban, no han encontrado lidiador que pudiera presentarles batalla. ¿Criticamos a los toreros? No. Constatamos que la de hoy era una corrida para un Ruiz Miguel, un Manili, un Esplá y que hoy no existen. Si se venía esta tarde a hacer la misma faena con los mismos toros de todas las tardes, era evidentemente imposible. Repetimos, no criticamos a la terna de hoy, que bastante hace, sin el bagaje necesario, con ponerse delante. Pero echamos de menos a un Ruiz Miguel, a un Manili o a un Esplá que con una lección de lidia hubiera cambiado algo la tarde y de paso enseñado algo a un público, en algunos sectores de la plaza, completamente perdido. Porque es verdad que hemos visto tres mansos de solemnidad, pero también que esos tres mansos, ante la falta de oficio de sus oponentes, se han hecho los dueños de la plaza, deambulando a su aire, desarmando y persiguiendo cuadrillas, esperando, desarmando otra vez, rematando, cortando viajes, terribles, rasgando capotes, hasta unas banderillas negras hemos visto. El ruedo sembrado de aparejos de torear. Y los tres otros, sobre todo el quinto, aunque de embestidas violentas, humillaban y pasaban pero necesitaban de un oficio, de un mando, de un poder, de una lidia… Insistimos, no es esta una crítica a los tres espadas de esta tarde, es más constatar como la fiesta se pone la zancadilla a sí misma al renunciar las supuestas figuras a dar la cara en tardes como esta (señalemos la excepción meritoria de Castella con los toros de Adolfo Martín por segundo año consecutivo). Sobre todo si la conclusión que sacamos es que la corrida fue infumable, alimañas, de imposible lucimiento… ¿Es que hay que lucirse todas las tardes? ¿Es que tienen que ser todos los toros y todas las faenas de una manera? ¿Es que tienen que ser todos los toros iguales? Con todos los peros que queramos ponerle hoy hemos visto toros cambiantes, variados, de comportamientos distintos entre sí, que requerían oficio, recursos, variedad… Una tarde, de sordo peligro es cierto, pero también de gran emoción, de inmenso mérito para los toreros pese a no lograr quedar por encima, de una autenticidad y de un vigor inimitables, durísima, desconcertante, pero soberbia. Si a la conclusión a la que llegamos es que deben desaparecer tardes como esta y toros como éstos (debiendo existir por supuesto otros toros y otras tardes de otra condición), habremos dado un paso más en el camino de acabar con los Toros por imposición de la monotonía y de la falta de emoción, vendidas de matute bajo el envoltorio del arte dichoso.

Pelo verde, todavía hay raza.



ESPECTADOR

MANINA A POR EL CAFÉ

MANOLETE
 
EL RUEDO
LA TARDE DESDE LA PLAZA