Sin duda el ganadero habrá tomado nota y probablemente querrá corregir algunas cosas. Pero mañana miércoles podremos comprobar como las revistas oficiales del
mundo del toro ponen verde la corrida de Saltillo a cuya lidia hemos asistido
esta tarde, sin matices y sin paliativos.
Sin embargo, a nosotros, la corrida de Saltillo lo que nos pone es
a escribir. Tal vez porque no entendemos nada, tal vez por desconcierto, tal
vez por asombro o perplejidad. Pero llegamos a casa con los dedos impacientes
por dejar por escrito estas cuatro impresiones. Lo que los seis toros
que hemos visto hoy plantean es el futuro de la Fiesta. Los Toros, que no
necesitan apenas enemigo exterior (aunque no debemos darle la espalada sino
arrearle), que desde que existen están en crisis, que en su anacronismo y
en su dificultad como espectáculo (¡qué difícil es abrir los ojos a los toros
primero, al toreo después!) tienen su espada de Damocles, los Toros cuentan con un
enemigo aún mayor: la monotonía, la falta de emoción que produce el toro
rebajado. Entiéndase por ello el animal con aire de buey, sosón, tontón, que a
nadie impone y se torea casi sólo corriendo detrás del trapo con la lengua
fuera. Que sin duda puede coger pero que no impone con su presencia. Nos decía hace pocos días un ganadero que todos los años lidia una
corrida en San Isidro y a menudo otra en la Feria de Otoño, en declaraciones
exclusivas para Cepo Gordo: “Mirad, yo
sólo os digo una cosa, lo que no puede ser es todas las tardes la misma faena
con el mismo toro…”. La corrida de hoy ha tenido en la mansedumbre
encastada de al menos tres de sus toros un aspecto feroz, sin duda, pero
también es cierto que los otros tres, que aunque violentos y transmitiendo
peligro, humillaban y pasaban, no han encontrado lidiador que pudiera
presentarles batalla. ¿Criticamos a los toreros? No. Constatamos que la de hoy
era una corrida para un Ruiz Miguel, un Manili, un Esplá y que hoy no existen.
Si se venía esta tarde a hacer la misma faena con los mismos toros de todas las
tardes, era evidentemente imposible. Repetimos, no criticamos a la terna de
hoy, que bastante hace, sin el bagaje necesario, con ponerse delante. Pero
echamos de menos a un Ruiz Miguel, a un Manili o a un Esplá que con una lección de
lidia hubiera cambiado algo la tarde y de paso enseñado algo a un público, en
algunos sectores de la plaza, completamente perdido. Porque es verdad que hemos
visto tres mansos de solemnidad, pero también que esos tres mansos, ante la
falta de oficio de sus oponentes, se han hecho los dueños de la plaza,
deambulando a su aire, desarmando y persiguiendo cuadrillas, esperando,
desarmando otra vez, rematando, cortando viajes, terribles, rasgando capotes, hasta unas banderillas negras
hemos visto. El ruedo sembrado de aparejos de torear. Y los tres otros, sobre todo el quinto, aunque de embestidas
violentas, humillaban y pasaban pero necesitaban de un oficio, de un mando, de
un poder, de una lidia… Insistimos, no es esta una crítica a los tres espadas
de esta tarde, es más constatar como la fiesta se pone la zancadilla a sí misma
al renunciar las supuestas figuras a dar la cara en tardes como esta (señalemos
la excepción meritoria de Castella con los toros de Adolfo Martín por segundo
año consecutivo). Sobre todo si la conclusión que sacamos es que la corrida fue
infumable, alimañas, de imposible lucimiento… ¿Es que hay que lucirse todas las
tardes? ¿Es que tienen que ser todos los toros y todas las faenas de una
manera? ¿Es que tienen que ser todos los toros iguales? Con todos los peros que
queramos ponerle hoy hemos visto toros cambiantes, variados, de comportamientos
distintos entre sí, que requerían oficio, recursos, variedad… Una tarde, de
sordo peligro es cierto, pero también de gran emoción, de inmenso mérito para los toreros pese a no lograr quedar por encima, de
una autenticidad y de un vigor inimitables, durísima, desconcertante, pero
soberbia. Si a la conclusión a la que llegamos es que deben desaparecer tardes
como esta y toros como éstos (debiendo existir por supuesto otros toros y otras
tardes de otra condición), habremos dado un paso más en el camino de acabar con
los Toros por imposición de la monotonía y de la falta de emoción, vendidas de matute bajo el envoltorio del arte dichoso.
Pelo verde, todavía hay raza.
ESPECTADOR
MANINA A POR EL CAFÉ
MANOLETE
EL RUEDO
LA TARDE DESDE LA PLAZA