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domingo, 5 de junio de 2016

Y CON LA DE MIURA, NOS DESPEDIMOS...


...con un no se qué, que nos tiene como cavilando. Las tardes de toros, el aire suave de pausados giros, la vida que pasa. ¡Vaya usted a saber!




sábado, 1 de junio de 2013

TOROS EN LA VENTAS.

Tarde de toros. El jueves día 30 de mayo fuimos a los toros. Tuvimos la suerte de estar en Las Ventas esa tarde, para presenciar la corrida de la ganadería de Adolfo Martín. Decimos eso de la suerte, pero bien mirado el asunto no es justa la expresión. Porque no se debió a la suerte el que tuviéramos entradas para ese día. Fue una elección consciente hecha a principio de temporada, con el programa con los carteles de la feria desplegado sobre la mesa y un lápiz de color rojo con el que marcar las corridas para las que intentaríamos sacar entrada. Y desde hace ya algunos años, la elección la hacemos en función de las ganaderías, y no de los diestros. Así que marcamos Victorino, Adolfo Martín, Baltasar Iban, José Escolar y con más dudas Carriquiri, Alcurrucén y alguna otra. Lo que intentamos es presenciar una corrida de toros, eso, de toros. Sin el toro no hay tarde de toros que valga y la corrida ni se entiende, ni se justifica ni se puede defender.

Escarmentados estamos ya de esas tardes soporíferas, de animales que se caen, o que están vendidos antes casi de saltar al ruedo. Y hace mucho que decidimos no padecerlas más. Así que la verdad, nos cuesta mucho entender a esos aficionados de gesto aburrido y cara de tedio que lo primero que hacen antes de saludar es dar un gran suspiro para desahogar su decepción. Está claro que mientras las cosas no cambien tener un abono para veinte o treinta tardes es absurdo, cuando la realidad es que tardes de toros hay cinco o seis. ¿Y las figuras me dirán algunos? Las figuras son las que se ponen delante de los toros que son toros y tienen que variar el repertorio, conocer los terrenos, conocer el ganado, saber lidiar, rodearse de una cuadrilla profesional. Que unos días pueden torear al natural, ligando con profundidad y otros tienen que lidiar, doblándose por abajo para castigar a un toro que no se deja. Y saben hacer las dos cosas. Esas son las figuras, las que se ponen delante de los toros de Adolfo Martín, de Cuadri de Victorino, de los animales que tienen fuerza, casta, bravura, que nos imponen con su presencia a los espectadores. Son los toreros y el ganado que mantienen viva la Fiesta, que nos muestra algo que es absolutamente excepcional y único.

Y luego la plaza, la pobre plaza de Las Ventas, criticada por dura, por bronca, por exigente, cuando no hay plaza más generosa, más entregada, más dispuesta al aplauso cuando ve algo que lo merece. Y si no se critica a la plaza se critica a una parte del público, a ciertos tendidos por sus voces y sus pitos. Pues nosotros, cuando ha habido toros, les hemos visto deshacerse en aplausos a los diestros, puestos en pie como un solo hombre. Pero es que es gente a la que todavía le queda un poco de sentido crítico y que, cuando le dan gato por liebre, todavía sabe indignarse y protestar.

El jueves vimos una tarde de toros redonda, completa, variada. A excepción tal vez del segundo toro, ganado entero, magníficamente presentado, un poco abanto y tardo al caballo pero que luego daba una pelea tremenda, empujando con fuerza y fijeza, había que tirar de ellos con el capote para sacarlos de debajo del caballo. Se toreó en los tres tercios.

Vimos picar a Tito Sandoval, con un toro puesto muy largo, con el caballo moviéndose, con el picador toreando, lanzando la vara y parando al toro, por tres veces, con toda la plaza de pie. Vimos también el contraste proporcionado por otro de los picadores, que no quería ver al toro de largo ni en pintura, haciendo como que le citaba, y que fue estrepitosamente derribado. Vimos pares de banderillas espléndidos y variados, con los subalternos saliendo al paso de la suerte y luego al tercio a saludar a petición del público, en lo que parecían estampas de sabor clásico sacadas de los grabados de la Lidia. Vimos a un verdadero director de lidia, atento, concentrado, al que no se les escaba un detalle, Antonio Ferrera, torero todo él en todos los gestos, impresionante. Y vimos la faena de muleta de Javier Castaño a su segundo toro con momentos de una belleza lenta, serena, despojada, verdaderamente emocionantes, ante un enemigo temible, ante toros con sentido, que no perdonan un error, una falta, con toda la plaza entregada, sin un solo pero, sin un solo pito. En fin, todo eso vimos y más cosas con las que nos hemos quedado en la retina y que no damos aquí por no alargar esto y porque ya se han escrito y mucho mejor.

lunes, 13 de mayo de 2013

TOROS EN MADRID

Dice Baroja, don Pío, con su acusado pesimismo post romántico que “Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés”. Es posible que tenga cierta razón, aunque tenemos al respecto nuestras reservas. Y desde luego hay una circunstancia y un lugar dónde esto no se produce nunca: una tarde de toros, en particular y sobre todo, una tarde de toros en la madrileña plaza de Las Ventas. Se da en una tarde de toros en Las Ventas un fenómeno misterioso, una conjunción de factores en la que se acumulan tal variedad de tipos, tal variedad de caracteres, en la que coinciden tal multitud de personas de diverso origen que por una parte, lo anodino, lo gris, lo vulgar desparecen en el bullir de la plaza que cobra vida y por otra parte, eso mismo: la plaza vive por si misma y adopta por unas horas la personalidad más viva, despierta, vital, abigarrada, apasionada, agradecida, exigente, gruñona y contradictoria que imaginarse pueda. El gran don Pío desconocía esto y quizá sea este su mayor defecto, el único que le ponemos como escritor, aceptando su mal carácter, su espíritu gruñón y contradictorio que tan naturalmente se hubieran sentado en un tendido o en una andanada a dar su opinión y a participar, incluso desde la más extrema individualidad, o por eso mismo. Es uno de los asombros de la Plaza (con mayúsculas) y uno de los motivos para agradecer y admirar, pese a todos sus errores, la presencia del SIETE, formado tarde tras tarde como una legión imperturbable, sin un claro entre sus prietísimas filas, exigente, gozoso y agradecido a un tiempo, participando. No sólo el siete claro está, pero también. Gutiérrez Solana, contemporáneo de don Pío, nos ha dejado crónicas en las que resalta a un tiempo su horror por el espectáculo de caballos reventados, faltos de la protección del peto, y de torerillos y maletillas bestiales, y su profundo conocimiento de las suertes y de la corrida, la misma contradicción que se da entre su profunda religiosidad y su brutal clerofobia. Contradictorios somos, contradictoria es la plaza y espléndida la tarde de toros, en su dureza y en su hermosura, haciendo de reflejo condensado, comprimido, de lo que la vida es y ofrece. De lo que la vida regala. Hay un elemento especialmente difícil, y duro en esta Fiesta, también con mayúscula. Un elemento que también comparte la Fiesta con la vida misma y del que hasta hoy, con todo el sentido, no ha querido desprenderse. Y es que está presidida, como quien no quiere la cosa, por la terrible calva. La Muerte, en imagen solanesca, está ahí, unas veces con el huesudo mentón apoyado sobre un burladero, desde dónde observa la lidia con su risa petrificada; otras veces, con las tibias cruzadas, sin necesidad de almohadilla, sentada en un tendido, o escondida en lo alto entre el público de alguna andanada. Esta es la verdadera tragedia del espectáculo que sin el riesgo del toro verdadero, de la bestia poderosa e imponente pierde su emoción y razón de ser. Deseamos desde aquí a todos los diestros y cuadrillas que estos días pisan el suelo de la plaza para lidiar una corrida de toros, la mayor suerte y la protección del Altísimo, para que puedan actuar sin dar el mínimo triunfo a la solanesca calva. Y dedicamos estas buenas intenciones y estas pobres líneas a todo ellos, pero muy en especial a los que se enfrentan al Toro (nueva mayúscula), verdadero centro y piedra angular, con el miedo que su poder despierta, de la Fiesta. Ese toro hoy lo traen algunas ganaderías. Permítasenos que bajemos por un momento de las alturas para entrar un algo en la arena: nos referimos al toro con pies, al toro que no se cae, al toro que llena la plaza con su sola presencia, al toro codicioso, al todo que exige mando, al toro que no perdona que se le hagan mal las cosas, al toro que se arranca ya muerto. Los vimos ayer con la corrida que trajo a Madrid el ganadero José Escolar. Don José Escolar. Aplaudimos a los toros, admiramos a diestros y cuadrillas, que con su valor ante ese enemigo que lo es, mantienen viva la Plaza y con ella a ese mundo de siglos, en el que los espectadores que acudimos alguna vez a Las Ventas, a ver ciertos toros, tenemos el privilegio de participar, ausente toda vulgaridad. ¡Chimpón!