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sábado, 22 de septiembre de 2012

Holmes & Watson, Madrid Days.

Es la última pélícula de José Luis Garci.

No sólo la más reciente, sino que nos tememos que verdaderamente la última. Es decir que no habrá más.

Uno se pregunta si merece la pena dedicarle estas líneas y el tiempo que se tarda en escribirlas, a un bodrio. Bodrio en el sentido de desperdicio, bazofia, mejunje, potingue. Porque de todo tiene. Tal vez al escribir prolonguemos la agonía, o tal vez sirva de bálsamo al enfado con que salimos del cine. Salida anticipada porque no fuimos capaces de aguantar hasta el final, soportando otros diez minutos de planos repetidos, movimiento de cámara hemipléjico, diálogos no vacíos, ojalá, sino rellenos de una crema nauseabunda mezcla de moralina anticapitalista y filosofía barata, principalmente alrededor del género femenino, y probablemente relacionada con algún problema de manivela que se oxida. Cosas de la edad y del pito.

No es sólo que la película sea mala, que lo es de solemnidad. Tanto que impresiona al pensar que quien la dirige acertó tantas veces y estuvo digno muchas otras. Podría uno quedarse en que se trata simplemente de la completa decadencia de un director de cine que supo hacer El Crack, las Verdes Praderas, adaptar a Martínez Sierra, a Galdós, jugar a insinuar un Baroja en pantalla y hasta llevarse un Oscar de Golligud.

No es que no tenga nada que decir, sino que además zarandea a nuestros clásicos, intentando vestir con su aparición en pantalla la mula tuerta y coja que nos quiere vender como si fuera un purasangre con los mejores orígenes. No se contenta con usar a Galdós, usar a Albeniz, sin venir a cuento, sin lugar en el guión (¿qué guión?), sino que se atreve a poner la zarpa en los personajes de Conan Doyle para herirnos con la peor traslación a la pantalla que de ellos se haya hecho.

Holmes aparece como un viejo sentimental pagado de sí mismo, que no investiga nada porque la película carece de misterio, de intriga, de trama. Hay crímenes, pero nadie los resuelve ni los investiga, no tienen autor, los produce el sistema, claro. Holmes se convierte en una especie de sacerdote demagógico, lánguido y suspirante, que denuncia el estado de las cosas, mientras alterna con un remedo de la mejor sociedad madrileña y se cepilla a Irene Adler, en los libros su gran enemiga. En cuanto a Watson, ¿qué decir?, convertido en garañón relinchando por Madrid, pesa a estar recién casado con una jovencita a la que lleva como veinte años. Se le trae primero a la pantalla y luego a Madrid para ver la feroz lucha que sostiene consigo mismo: ¿Mantenerse fiel a la jovencita que ha dejado en Londres o trincar con un tiorra dentona que se le ofrece envuelta en vestido de época? Todo ello envuelto en unos diálogos y unos argumentos que causan verdadera vergüenza ajena. Salpicados con un poco de inglés, para que se sepa que sabemos. Mucho nos tememos que la adaptación de los dos personajes que se nos ofrece represente todo lo que dan de sí las inquietudes de los autores del guión… O al menos su falta de pudor al atreverse a dar al público semejante obra. Nos quedamos con las ganas de saber si Holmes es colchonero y Watson del Real o al revés. Cualquier parecido con los personajes originales es pura coincidencia. No creemos que un Holmes & Watson pornográfico, con el detective copulando pipa en boca, pudiera ser peor.

En cuanto al lenguaje cinematográfico, la forma de contar, de narrar, la ambientación, el ritmo, no hay nada que podamos decir porque todos esos elementos estas ausentes. La película no es en rigor una película. No se narra, porque no hay historia, no hay ritmo, todo es cartón piedra, no hay tensión porque no hay personajes, el más aburrido vacío.

Se trata más bien de la grabación en super ocho que haría un chico de diez años un poco lerdo para librarse cuanto antes de un trabajo del colegio. La película es lenta, repetitiva hasta la extenuación, los mismos planos y las mismas escenas una y otra vez, tanto que si no fuera por el hartazgo provocarían risa y se podrían contar: ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!, etc. La misma escena entre Holmes y novia repetida como cien veces, otros cien planos de Watson y tortolita y otros cien de Watson y tentación, doscientos de Holmes en su apartamento, doscientos del museo del ferrocarril, exterior de la estación e interior del vagón de época, lo mismo con el hospital, el cuarto de hotel, las reuniones en el gabinete del ministro, los suspiros los diálogos. Desesperante. De una torpeza que ni hecho a propósito. La cámara nos muestra la escena, desde arriba, va bajando, se centra se acerca. Siguiente plano, mismos movimientos, y así una y otra vez. Tanta cámara que sube y baja, o que desde arriba baja, llega a resultar sospechosa, hasta el punto de que sólo puede entenderse con una explicación freudiana, de diván: una vez más, cuestión de pito, nabo, falo, miembro, como quieran ustedes llamarlo. Ni el alumno torpe, lerdo y pajillero hubiera llegado a tanto.

Es tan sorprendente que se llega a pensar que Garci, el director, no haya estado detrás de la cámara y sólo haya prestado nombre. Porque no es normal tanta torpeza técnica, tanta falta de oficio, incluso en un director que estuviera completamente degenerado. Menos en uno que se dice admirador del gran Golliwú clásico, de John Ford, etc.

Pero como decíamos, no es sólo que la película sea mala. Lo es tanto que resulta hasta sospechoso, que huele a estafa a kilómetros de distancia. Nada sabemos, pero como también nos gusta la ficción, vamos a elaborar un poco este argumento. ¿No habrá detrás del bodrio una de esas tramas estupendas tan representativas de la España democrática? ¿Un trinquillo organizado con los amigos para echarle el guante a las últimas subvenciones? Una de esas formas de hacer las cosas que nos han llevado a dónde estamos.

Tal vez la película hubiera podido titularse “Coge el dinero y corre” si no fuera copiar a gente de más talento. Tal vez la verdadera historia que haya que contar no sea la que consiste en meterle el dedo en el ojo a Conan Doyle con sus propios personajes, sino la de la financiación de ésta película, y de otras películas en España en estos años de democracia. La pasta para un cine que no cuenta nada y que prácticamente ni siquiera es cine como tal. ¿En el reparto los Ozores y Tony Leblanc? Eso sería demasiado bueno, es más un argumento para Pajares y Esteso, para Santiago Segura. Uno de ellos, Pajares, haría de Garci, Esteso de ministro, Segura de miembro del partido, sección Kultura, los secundarios harían de amiguetes. Habría que buscar a quien hiciera de Ministro de Justicia, de hombre de partido, de fiscal con veleidades culturales, de diplomático radiofónico, porque dudamos que Gallardón, Torres Dulce y Chencho, quisieran participar haciendo de sí mismos en una película sobre trincar la pasta, como si lo hacen en ésta. Sí señor, los tres en pantalla, y el amigo bobito, el poeta Luis Alberto también. ¡En plena crisis, ver que la película se produce con nuestros impuestos (TVE, Ministerio de Cultura, ICO, etc.) para que luego se entretengan estos! Lo que no entiendo es como no arden los cines. Bueno, lo entiendo, porque la sala no tiene la culpa. Ver a Gallardón con barba falsa haciendo de Albéniz y salir vivo de la sala es una clara demonstración de fortaleza física. El trauma moral es en cambio indeleble, nos tememos. Chencho es el único que la verdad lo hace bien, hemos perdido un gran actor.

La película es tan mala, es hasta tal punto el anti-cine que, realizada por quien un día tuvo oficio y hasta talento, sólo puede ser el resultado del más escandaloso desinterés, un desinterés que podría calificarse casi de culpable, de gravemente negligente. Y esto es lo que nos hace imaginar la otra trama: que la película pueda ser simplemente una tapadera para el trinque. ¡Chavales! ¡Que todavía quedan cuatro duros en subvenciones para pelis! ¡Decídselo a Pepelu a ver si se presta! Montamos un tinglado y nos metemos unos eurillos del contribuyente en la faltriquera. Todo legal oye, a base de contactos y mover los hilos adecuadamente, como Stromboli en Pinocho…

Tato piensa que realmente, trincar los euricos, es realmente lo único que hay detrás del asunto, un puro ejercicio de mediocridad. Y esto casi podría aguantarse si la película no destilara moralina barata, lamentándose de un estado de cosas de las que es un perfecto ejemplo y resultado. Si no nos sacudiera sin piedad con lugares comunes, cursilería y diálogos absurdos en boca de una recua de actrices que más parecen un harem colocado a dedo por los muñidores del asunto que unas representantes medianamente dignas del séptimo arte, completa y absolutamente ausente de este … bodrio.

Fin - The End (pa que se sepa que sabemos inglé)

miércoles, 8 de agosto de 2012

Sasvári Farkasfalvi Tóthfalusi Antal Mihály Tóth Endre

Un gran director de cine. Un húngaro nacido en 1912, que por razones obvias se fue a Inglaterra en 1939, y a los Estados Unidos en 1942, para ser allí André de Toth, nada más. Le faltaba un ojo, vamos que era tuerto, como Raoul Walsh y Fritz Lang. Algo le pasaba a Ford en un ojo también y lucía parche pero creo que sin llegar a perder la vista.


 Desde luego la foto impacta al menos tanto como su película Day of the Outlaw, con Robert Ryan, y el extraordinario Burl Yves. Hay físicos extraordinarios y el suyo es uno de ellos, y el pájaro además era compositor y cantante. Home of the range. Una barba y un bigote de la época del sombrero que no se privaba de llevar sobre la cabeza. Era su debilidad, tenía una colección, para cada estación, para cada ocasión y se fumaba un cigarro de vez en cuando, sentado en el porche de su casa, con un lápiz en la oreja, tarareando con su voz cálida y profunda, mientras componía canciones, una sobre un abuelo demasiado alto, otra sobre un atardecer en la pradera, otra sobre un antiguo amor evocado sin amargura. En fin. Hoy calor, calor, el viento se ha rendido también y ni brisa ha dejado. El pobre Alcides se ha llevado un soponcio. Cargaba a la espalda un viejo colchón para tirar, pensando en sus cosas, con los cuarenta grados. El colchón que sobresalía por todas partes ocultando su física endeble oscilaba para adelante y para atrás, con rítmico movimiento. Cuatro viejas sentadas en un banco a la sombra le veían pasar, sudando el pobre, a punto de rendirse. Dos de ellas con pantalón blanco, las otras dos con falda y refajo enseñaban canillas delgaduchas que sin duda habían sido jugosas y torneadas pantorrillas. No somos nadie. De repente se quedan mirando el colchón andante, mejor dicho el movimiento rítmico del oscilante colchón. Y empezaron los comentarios, y las risillas y los codazos, y el pobre Alcides que no podía creer lo que oía, a enrojecer. Así, así movía yo el colchón cuando tocaba, cuando era moza, tu nunca has sido moza, lagarta, que sabrás tú, más de uno habrás reventado tú, con lo que era Aniceto, si hasta que le diste pasaporte, y nuevas risas y codazos, y Alcides reuniendo las últimas fuerzas y viendo cerca el vertedero, se arrancó al trote, corre, corre marica, que nosotras ya no hacemos nada, echa el catre por aquí si te atreves, y Alcides al galope ya. Para la vuelta a casa dio un largo rodeo, hasta que se le pasó el sofoco, por el esfuerzo y por la agresión. Como está el mujerío le comentaba más tarde a Tato.

lunes, 18 de junio de 2012

THE SEARCHERS


Los cines Verdi proyectan en Madrid la película Centauros del Desierto. Verla en pantalla grande es una de las cosas más extraordinarias que el cine puede regalar, por decirlo de alguna manera. Ya me entienden ustedes. 






lunes, 26 de marzo de 2012

John Ford y las elecciones andaluzas.


Tiene gracia pensar un poco en el resultado de las elecciones andaluzas celebradas ayer domingo, después de haber visto hace pocos días la película El último hurra, dirigida por John Ford y protagonizada por Spencer Tracy. Sin entrar en otros aspectos de la película, como su maravillosa sencillez, sello inconfundible de su director, merece la pena destacar la trama puramente política.

Aviso a lectores que no la hayan visto que se destripa aquí parte del argumento, aunque lo importante no es lo que yo pueda desvelar, sino como lo cuenta Ford.

El alcalde de una ciudad norteamericana importante está en plena campaña electoral. Es un hombre mayor, pelo encanecido, más bien orondo, que es alcalde de la ciudad desde hace años, pues ha ganado las elecciones una y otra vez. Nada hace presagiar que esta vez las cosas vayan a ser distintas.

El candidato que se le opone parece un zoquete, casado con una señora que da bastante pereza. Se les describe como un par de antipáticos de buena familia, con niños repelentes, escondidos detrás de unas sonrisas que son pura fachada. Hasta el perro de la familia es alquilado, sólo para lo que dure la campaña electoral. Ninguna idea, ninguna personalidad y en la intimidad bastante mal humor además. Ford hace un arquetipo del político moderno, simbolizado por el vacío.

Por el contrario, el protagonista, Frank Skeffington es descrito de manera radicalmente distinta: Irlandés católico, es un hombre de carne y hueso, denso, real, de convicciones sólidas, de honradez personal indudable, intachable. Tiene defectos, es marrullero, es político, pero es persona, tiene personalidad. Conoce a la ciudad y a sus habitantes personalmente, habla con la gente, pasea por la calle estrechando manos, arreglando problemas. Una parte de la película es un recorrido sentimental por ciertos barrios en los que Skeffington se ha criado.

Además, como decimos, Skeffington es político, sabe manejar a la gente e incluso jugar sucio si el fin, una buena causa, lo requiere. En un de estas jugadas en la frontera de lo admisible, y para conseguir financiación para una urbanización de lo que serían algo así como viviendas de protección oficial, choca de frente con lo más rancio de la ciudad, con los miembros del club social más antiguo y elitista, protestante, cuyos miembros descienden de los padres de la independencia norteamericana. Pensemos que al parecer el personaje protagonista está basado en un alcalde de Boston, James Michael Curley, cuya vida fue novelada por no recuerdo quien, como fácilmente podrá verificarse en la red.

El caso es que el choque produce una auténtica declaración de guerra y, entre los beligerantes, se encuentra directamente implicado un poderoso banquero encarnado por el fantástico Basil Rathbone. Este, a modo de venganza, decide financiar a fondo perdido la campaña electoral del rival de Skeffington y, al no reparar en gastos, utilizar la televisión como arma electoral.

¡La televisión! La aparición de la televisión coge a nuestro protagonista con el pie cambiado, contribuye a modificar la imagen del rival, a promocionarlo de forma masiva y finalmente, contra todo pronóstico, logra el vuelco electoral y Skeffington pierde las elecciones. Pero lo más extraordinario es que nuestro protagonista tarde apenas dos minutos en asimilar la lección. En la misma entrevista televisiva de la noche electoral anuncia que se presentará a gobernador del estado. Es decir, pasa de no haber aparecido prácticamente nunca en ese medio, a utilizarlo para lanzar su nuevo proyecto. Se condensan en esa escena sus extraordinarias cualidades políticas, sus reflejos, su cintura, su versatilidad. Hace de esa derrota inesperada la plataforma de lanzamiento de su nueva candidatura. Pasando por encima de la decepción de sus partidarios, está ya embarcado en otro proyecto y empezando a manejar con habilidad innata los medios, a los que se apresura a alimentar con una novedad, con una primicia. Va por delante. Claro está que su mensaje llega de forma inmediata a todos aquellos que tienen el electrodoméstico encendido y, muy en particular a la sala de televisión del club de las viejas familias protestantes que pegan un brinco en el asiento al comprobar que su enemigo sigue más vivo que nunca y, ahora, manejando la televisión que hasta hace unos momentos era su enemiga.

La película es de 1958. Hace pocos días, en pleno 2012, el candidato del Partido Popular a las elecciones andaluzas, Javier Arenas, se negaba a debatir en televisión, en Canal Sur, por tratarse de un canal de televisión controlado por el partido socialista, lo mismo que TVE. El PP ha hecho por tanto campaña sin televisión y se ha negado además a debatir con sus rivales ante las cámaras, lo que le hubiera dado por lo menos algo de presencia en ese medio. Lo mismo hizo don Mariano en marzo de 2004, negándose a debatir con Zapatero entonces candidato. En fin. La derecha española y su perfil bajo.

Ya sabemos que entran en juego más elementos y que habría que tener en cuenta muchas consideraciones adicionales. Pero nos parecía que venía muy a la mano recordar esta película y establecer la comparación, antes de empezar a oír las habituales quejas y necedades sobre la forma de ser de los españoles, que si los andaluces son esto o lo otro y demás.

1958-2012, y el partido este al que no se puede llamar derecha porque ponen el mohín (y por que seguramente no son, en realidad, eso que se resume como “derecha”), sin enterarse.

NBF

El último hurra.
TÍTULO ORIGINAL The Last Hurrah
AÑO 1958
DURACIÓN 121 min.
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR John Ford
GUIÓN Frank S. Nugent
MÚSICA Miklós Rozsa
FOTOGRAFÍA Charles Lawton Jr. (B&W)
REPARTO Spencer Tracy, Jeffrey Hunter, Dianne Foster, Basil Rathbone, Pat O'Brien, Donald Crisp, James Gleason, John Carradine, Edward Brophy, Ricardo Cortez, Jane Darwell
PRODUCTORA Columbia Pictures

martes, 21 de febrero de 2012

MUERTE DE UN CICLISTA


Vimos ayer Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem. Es realmente el cine español que merece la pena. Una buena película, digna del mejor cine negro de la época, sutil, con las veladas alusiones a la guerra, con el contraste entre clases sociales, y las preguntas sobre ¿Cómo vivir? Después de lo pesimista que es la historia, la reacción del ciclista que aparece al final, Manuel Aleixandre, parece que introduce un poco de optimismo, como si la hipocresía reinante fuera a dar paso a otra cosa, en la misma medida en que evoluciona el personaje principal, Alberto Closas, que va recorriendo un camino interior a mejor, abriéndose y liberándose de ataduras, convenciones y mentiras. Lo cierto es que vista desde hoy, los problemas parecen similares, sigue una sociedad más bien tosca, dónde los niveles de hipocresía y de falta de contacto con la realidad son muy altos. Quiero decir que se sigue viviendo sobre sistemas de convicciones convencionales que parecen proteger o evitar, que el individuo toque la realidad. Sólo que hoy las convicciones y las convenciones son de otro tipo: progres, políticamente correctas, izquierdosas, siempre “bienpensantes”. Un ejemplo, el de esa estudiante que sorprendida por la carga policial para restablecer el orden alterado por unas manifestaciones no autorizadas decía: “sólo habíamos cortado el tráfico” como si todo pudiera hacerse, como si fuera lo más normal y no hubiera reglas, leyes, y los demás tuvieran que aguantarse. Esa chica toma su parte por el todo, no ve la realidad, no ve lo que debe caracterizar a una sociedad libre.
Para acabar llama mucho la atención la belleza de la fotografía, el buen ritmo narrativo, incluidas las magníficas transiciones entre escenas, pero sobre todo, el maravilloso vacío. Hay espacio. Un solo coche sobre la carretera, una carretera sin pintar, sin señales, a su vez perdida en un espacio inmenso y vacío. Pero también en el campo de deporte dónde pasea el protagonista: sólo los atletas, no hay apenas “instalaciones”, sólo la pista y las gradas, no hay aparcamientos visibles, ni marcadores, casetas, máquinas expendedoras de bebidas, carteles de anuncios, publicidad, nada de todo eso y poca gente. Es una paradoja porque entendemos que corresponde a una sociedad menos desarrollada económicamente, con las implicaciones que eso tiene, pero la verdad es que se respiraba mejor, quiero decir que era un descanso, un alivio, ver evolucionar al personaje en ese entorno tan depurado, tan poco manchado, tan poco saturado. Ya me imagino que ese vacío de la película probablmente se introdujo no para admiración mía, sino como hondo simbolo, pero mire Vd. por dónde, sesenta años después la perspectiva es otra. Pues hasta aquí, que no da el magín para más.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Este sí que sí.

Realmente la pipa y el puro tienen mucho que ver, son primos hermanos, son una misma actitud, al menos fumados con cierto estilo, muy alejados del lujo y de la ostentación con los que últimamente se tiende a asociarlos. Al menos en lo que al cigarro puro se refiere. La pipa prácticamente ha desaparecido.

Este hombre tan grande, que sujeta tan perfectamente su pipa, con esa expresión reconcentrada, es William Wellman, uno de los grandes contadores de historias que nos ha dado el cine, que en casos como el suyo, si es séptimo arte. Volveremos a hablar de el un día.