El toro de Santa Coloma, autor Adolfo Rodríguez Montesinos.
El cepogordista es un modesto aficionado a los toros y alguna vez en Cepogordo le hemos dado una vuelta a la cosa taurina, tanto en la forma de reseña de una tarde en la plaza, como a modo de sesuda reflexión sobre la Fiesta.
Un poco a trancas y barrancas y como hemos podido, pero ha salido alguna conclusión. La primera de todas es que si la fiesta está de alguna forma amenazada, no es por la política y sus prohibiciones, que también, sino por su actual discurrir, es decir, por su actual decadencia, interesada y fomentada por una mayoría de directores del espectáculo y una mayoría de toreros, con las figuras a la cabeza. En resumen, la amenaza política y nacionalista es una amenaza general contra la libertad, y por eso contra todos nosotros y contra lo que se supone que una sociedad abierta y libre debería ser. Los problemas de la fiesta son otra cosa: la adulteración del espectáculo con un toro sin fuerzas, sin casta y que no es bravo, toreado por supuestas figuras que naufragan vergonzosamente en cuando salen de esa rutina (véase Talavante con los Victorinos en Madrid), espectáculo frente al que los niños bostezan, porque no transmite nada y los cursis se extasían antes posturas y culillos en pompa. No queremos extendernos más, para no repetirnos. Pero enlazando un tema con otro, la mejor defensa de la Fiesta, la que volvería a llenar las plazas, es la defensa del toro bravo, de la lidia, realizada por maestros que la conozcan, y no la tontería de la cultura, el arte y decir que a Picasso o a quien fuera le gustaba el asunto de los toros, que qué nos importa. Ya nos explicaremos con más calma si no se ha entendido. Pero cedemos la palabra a alguien mucho más entendido que los que esto escriben y se despiden dando una larga cambiada.
En el epílogo del libro El toro de Santa Coloma de Adolfo Rodríguez Montesinos, podemos leer lo siguiente (por otra parte algo obvio y conocido entre los aficionados a los toros, que no a las posturas y a las figuras y demás, como decíamos):
“La importancia histórica de la raza de lidia debería bastar por si sola para convertir al toro bravo español en un animal mimado por las Administraciones Públicas, las cuales deberían proteger y estimular los esfuerzos de los ganaderos por seleccionar y mejorar la cabaña brava. Nada más lejos de la realidad, porque el toro ha sido y sigue siendo un animal marginado por los poderes públicos, ignorado dentro del marco de la política agraria de nuestro país y hasta vilipendiado cuando las corrientes de la moda han soplado en contra de la fiesta nacional.
En esas circunstancias, la existencia del toro de lidia es mérito exclusivo de los ganaderos que han invertido y siguen arriesgando su patrimonio en la producción del ganado bravo y, como no, de todas las personas que acuden a las plazas de toros y con su aportación económica posibilitan la supervivencia de esta raza y mantienen una complicada estructura en la que se integran todos los profesionales que, de forma directa o indirecta, viven la fiesta de los toros.
No obstante, la galopante mercantilización del espectáculo taurino surgida en los últimos tiempos y que está alcanzando cotas desmesuradas en la década de los noventa, está imponiendo por vía dictatorial la supremacía de los valores económicos sobre cualquiera de las virtudes de tipo ético y estético que, tradicionalmente han constituido el mejor patrimonio de la fiesta y que están abocadas a la desaparición en un plazo de tiempo muy breve. [Nota cepogordista: este párrafo y el siguiente serán objeto de comentario aparte, pues merecen matizarse]
Hoy día la corrida de toros es un simple producto de consumo, como lo son igualmente las figuras del toreo y el resto de los integrantes de la cadena de producción del espectáculo. El torero ha perdido mayoritariamente el sentido y la capacidad de la lidia y parece programado para repetir únicamente la misma faena ante el mismo tipo de toro (descastado, suave, blando, y carente de toda emoción), impuesto por los amos del “circo taurino”. [Nota cepogordista: como hemos dicho en otras ocasiones, hoy no hay figuras del toreo, lo son únicamente aquellos diestros que todavía son capaces de ponerse delante de los Albaserrada –Victorino y Adolfo Martín, José Escolar-, Cuadri, Cebada Gago, Torrestrella, Miura, etc.]
A base de enfrentarse siempre a un ejemplar sin contenido alguno, cuyas mayores complicaciones son falta de fuerza y falta de interés por acometer a los engaños, los toreros son cada día más incapaces de solventar cualquier tipo de dificultad emanada de la casta y se ven desbordados o se acobardan cuando sale un toro que conserva algo más que reminiscencias de bravura y repite media docena de embestidas.
Quienes manejan el entramado organizativo de la fiesta son conscientes de estas limitaciones crecientes en la capacidad de los diestros y por ello velan escrupulosamente para que solo salga a la plaza el tipo de toro que no complica la vida a los profesionales del toreo y además, en la generalidad de los casos, que salga de la forma que resulte más agradable para los diestros, de modo que el fraude mayor no es la mutilación de las defensas de las reses, sino la manipulación genética para mermar o eliminar su casta.
El concepto del espectáculo taurino manejado por los profesionales se basa en la ignorancia de lo que es un toro de lidia que tienen la mayor parte de los asistentes a las plazas, mientras que los verdaderos aficionados que ocupan los tendidos son una minoría. Así las cosas, se intenta aburrir al aficionado serio para que deje de ir a los cosos y se promocionan socialmente las figuras del toreo para que la mayoría de las plazas se llenen de un público festivo, ávido seguidor de la prensa rosa y sin exigencia alguna. Este tipo de clientela profana en la materia no tiene interés real por el espectáculo taurino, sólo le interesa ver a los toreros del momento, va a rendir pleitesía a sus ídolos y aplaude con el mismo calor lo mismo que lo inadmisible.
Pero para los rectores de la Fiesta, estos “aficionados eventuales” tienen muchas ventajas, ya que realizan su aportación económica en las taquillas de las plazas, no plantean problemas a la hora de admitir como bueno un espectáculo adulterado, devaluado o degenerado, como el que se está ofreciendo tarde tras tarde, feria tras feria.
En esto, como en todo, también hay algunas excepciones (Madrid y pocas plazas más), pero, salvo en la capital de España, los mentores de las figuras del toreo actúan a su antojo y cuando no pueden imponer sus exigencias, se “caen” de los carteles.
El proceso degenerativo que sufre el espectáculo taurino induce irremediablemente a la crisis de la ganadería de lidia, dónde la bravura y la casta son objeto de persecución implacable por parte de quienes dominan el negocio taurino, condenando al ostracismo o a la desaparición a las dividas que aún poseen lo que antes fuera el mayor tesoros de la raza.
Adolfo Rodríguez Montesinos. El toro de Santa Coloma.
Consejo General de Colegios Veterinarios de España, 1997
ISBN 84-923276-0-X