Vivíamos calladamente esperando a que el mediodía nos
dorara el destino.
Pedro Mourlane, El discurso de las armas y las letras.
[Proseguía el conferenciante con el ambiente caldeado, refiriéndose a las manos del personaje.]
Pedro Mourlane, El discurso de las armas y las letras.
[Proseguía el conferenciante con el ambiente caldeado, refiriéndose a las manos del personaje.]
Sí, lo sabemos, también lo
hemos visto, y desde el primer momento: ¡Un grueso anillo! Algunos han querido
utilizar este detalle para desprestigiar a Hipólito Arcadievitch. Pero todo es
inútil. Sabemos que el anillo es otro recuerdo de la mar. Sólo lo llevan con
esa gracia sencilla y discreta, casi escondido, aquellos que desafiando la mar
en calma y bajo un calor enloquecedor han cruzado el Ecuador, y más adelante,
aterrados, azotados por un mar desatado en la más horrible de las tormentas han
doblado el cabo de Hornos. ¡Es el anillo de los caborneros! ¡Y todavía hay
quien ha querido ver en este modelo para la juventud, en este Hércules
contemporáneo, a un vendedor de baratijas, a un tendero adornado! [Vuelven agitación y murmuraciones ¿Qué
tienen de malo los tenderos? vocifera un gordo con aire de patán mientras agita
amenazante un puño cerrado descomunal]
Junto al anillo,
una alianza. En el anular de la mano derecha. Esa mirada un algo apagada, un
tanto cansina, como sostenida por una dosis de paciencia, casi sobredosis,
¿tendrá algo que ver con alguno de los misterios de la vida conyugal? ¿Es acaso
la contraria de Hipólito quien le apunta inflexible con otra cámara,
obligándole a posar? ¿Es acaso ella quien le ha prohibido encender ese pitillo
inerte que se apoya sobre el labio inferior, un algo así como grueso y sensual?
[Las representantes de las asociaciones
universitarias Feminismo de Hierro, Tiorras Orgullosas, y Asociación de
Capadoras, todas muy feas, van a lanzarse a la arena cuando el conferenciante
hábilmente da una larga cambiada].
Dejemos que cada
uno se conteste a tantos y tan apremiantes interrogantes y vamos nosotros llegando
al final de esta charla con dos detalles de la mayor relevancia estética, sobre
todo para nuestra juventud desorientada. Debemos elogiar en primer lugar el
contorno elegante, la silueta firme pero discreta de una panza magnífica. [Indignación de los Estudiante progresistas
para la salud; de la Asociación de vigoréxicos sin complejos y del
representante de Cuerpofit, la famosa pastilla puedelotodo que fabrica una multinacional,
más conocida por su pienso para mascotas que por los fármacos con los que ya
está diversificando su actividad]. Su misma existencia denota la buena
alimentación y crianza del personaje, y esto es importante en tiempos de
absurdas modas, de repelentes delgadeces faltas de toda personalidad y sentido.
Y en el caso de nuestro personaje el resultado no es excesivo, no es brutal, no
hay triporra, barrigón, odre ni pellejo. Todo sigue siendo comedido y ejemplar.
[Por un momento las protestas no dejan
proseguir, pero se calman de nuevo,
distraídos los asistentes por ciertos golpes y empujones que se producen al
fondo].
Y finalmente los
bigotes. ¡Qué podemos decir! ¡Nos quedamos mudos de la emoción! Nos sube un
sentimiento ligero y amable por la garganta y se hace lagrimilla al llegar a
los ojos entornados con los que contemplamos extasiados este detalle
extraordinario, fruto de un trabajo cotidiano, paciente y laborioso. [Se oyen un grito, y unas palabras confusas].
¡No! ¡No son bigotes de morsa ni bigotes de facha! ¡Quién se atreve a decir
algo semejante! Hipólito Arcadievitch perdió un par idéntico a los de la foto
después de una pequeña fiestecilla que terminó tarde y en la que el licor
circuló con abundancia. Pero no vayamos a pensar en ninguna embriaguez, ni en
escenas desagradables. Hipólito había trabajado mucho y se quedó dormido cuando
estaba a punto de llegar a casa, al doblar la esquina.
Ya se veía el portal. Su
amigo Andrei Petrov –volvían juntos pues eran vecinos- resbaló sobre la nieve y
parece que le hizo tropezar. No hay nada de eso que aseguran las malas lenguas,
que iban abrazados para sostenerse mutuamente y cantando cancioncillas ligeras.
Habladurías. Lo cierto es que en pleno mes de enero moscovita, los bigotes se
congelaron rápidamente y el chiquillo que avisó del percance al portero del
inmueble se dio antes el gusto de la inocente travesura infantil: los quebró de
sendas tobas. Desde entonces Hipólito Arcadievitch vuelve siempre a casa en
coche de caballos.
Cuando le preguntan si no le convendría una temporada de
régimen de verduras, contesta alegre que hace tiempo que ya se somete a él,
pues fuma después de cada comida un gran cigarro del mejor tabaco de la Habana
(cortesía de Serapio García, que aconsejado por Hipólito se repuso de sus
melancolías buscando un clima más templado, yendo hacia el oeste, siempre al
oeste, y acabó estableciéndose en la entonces provincia española de Cuba).
Hasta aquí esta pequeña charla, para tratar de pulir a esta chusma… [No pudo proseguir porque al grito de
¡Imperialista! se lanzaron a por él].
Alcides Bergamota
Alcides Bergamota
(Las acotaciones son de C. de L.
según testimonios de numerosos asistentes pacientemente recogidos).
Coda. Por Calvino de Liposthey.
Ya advertimos al lector de la
inocencia y candidez de cuanto antecede, sin que por ello neguemos el valor de
una historia que sucedió aproximadamente tal y como se cuenta. El texto
corresponde a una época de su autor a la que ya nos hemos referido. En
cualquier caso podemos imaginar ya los reproches:
¿Pero qué mundo es ese que retrata? No
existen ya esas poses ni esos progres.
Al contrario, al
contrario, lo gracioso, o lo triste, según se mire, es que no sólo sigue
existiendo ese ambiente sino que ha rebrotado con fuerza inexplicable y han
vuelto las odas a Stalin y al gulag. Parece mentira la cerrazón del personal,
pero es así. La batalla campal todavía no está plenamente instalada como hecho
cotidiano, aunque las hay, pero mucho nos tememos que si las cosas no cambian
mucho volverá, porque mucha gente hasta ahora pasiva, aislada y calada en su
poltrona ya no puede más y se está organizando para resistir. Hay por tanto
esperanza.
Son los sueños de un alcohólico.
Esto no sabemos
si pretende ser un comentario crítico o un halago, la verdad. A menudo, para
lidiar o para olvidar a la piara una copilla puede venir bien. Es verdad que en
aquella época Bergamota se pasaba tal vez un poco. Pero cambió de la noche a la
mañana en cuanto Toñi La Roja le dio la patada. Sucedió al día siguiente de
este escándalo por el que Toñi tuvo que pagar una fortuna en indemnizaciones a
ayuntamiento y organizadores.
Late una pulsión fascista en esa
violencia que parece tan apetecida, tan deseada, tal vez la sublimación de
represiones de orden sexual.
Ya tenemos al
argentino con las cochinadas. Oiga mire, el conferenciante dedica un rato a
comentar una foto ante un auditorio de salvajes, se calienta un poco, les dice
cuatro cosas y le atacan… No hay más.
Mentalidad de señorito sin desbastar,
primitiva y reduccionista.
¡Hombre! ¡Por
favor no sea tan duro y despiadado!
Finalmente,
algún lector atento tal vez se pregunte por el grupo del fondo, el de los
bastones. Nada más sencillo. Venían, claro está, a fastidiar un poco,
presentándose vestidos de manera elegante y sencilla. Incluso de manera clásica
y hasta anticuada si se quiere, ahora que los padres de familia van a Misa en
pantaloncitos cortos llenos de bolsillos a los lados. Querían provocar con el
contraste. No hizo falta. Al lanzarse la horda a linchar al conferenciante, los
dos personajes de corbata de lazo hicieron una señal previamente convenida,
olvidando problema locomotor alguno. En un momento habían formado una verdadera
escuadra que a bastonazos abrió un pasillo hasta el estrado del salón de actos.
Rescataron al Gran Bergamota que estaba a punto de sucumbir, y lo sacaron de
allí. Habrán adivinado que los jefes del elegante grupo no eran sino Tato y
Doroteo. De esta manera conocieron al gran polígrafo.
Hasta aquí.