martes, 2 de julio de 2024

Das Poligonen

Entre los ladrillos brillantes que forman la acera recién puesta se cuela, por la juntura, el brote tierno y primaveral de una planta, dos verdes y pequeñas hojas. Evito pisarlas, le dejo la tarea al de mantenimiento. Más adelante, en el suelo, un guanto enrollado y manchado de aceite, un guante de mecánico y me acuerdo de los tractores viejos y del olor a aceite de las cocheras en el campo, cuando era pequeño. Me invitan al café, acto hispánico, realizado con billete de cincuenta euros puesto sobre la barra negra de la Rosa Negra, pequeño y honrado bar de polígono con nombre de vieja taberna pirática. Se baja del camión de correos un tirillas en pantalón corto con pendientes en las orejas y unos aires que no gustan a primera vista. Son sinónimos de tirillas las palabras enclenque y alfeñique. Lo contrario sería, por ejemplo, referirse a un Sansón. A mi paso, un coche aparcado con dos individuos dentro arranca el motor. Como en las películas, pienso por un momento que me están esperando y que, confundiéndome con alguien, van a intentar liquidarme y tendré que saltar por la rampa del garaje para escapar. Ve usted demasiadas películas, oiga.



lunes, 1 de julio de 2024

A comprar el pan.

El sábado muy pronto subíamos la calle camino de la panadería, con una mañana espléndida, fresca, húmeda, con un cielo tirando a oscuro, cargado de nubes, como de Cantábrico. Sólo faltaba tener el paseo marítimo y un mar cárdeno esperando tras el cambio de rasante. Por la acera de la izquierda, un chico desemboca corriendo en la calle principal, desde una bocacalle. Corre a toda velocidad, pero no puede ser para coger el autobús que está llegando a la parada que se ve a lo lejos, hay demasiada distancia. Lleva una bolsa negra a la espalda. Va mal vestido, como la bolsa, también en colores grises y negros. Ropa deportiva, pantalón corto gris, camiseta negra. Adelanta a toda velocidad a un señor que sube la calle como yo, a su ritmo, y que le mira al pasar con curiosidad. Al poco de adelantarle se detiene bruscamente ante la puerta del jardín de una casa, parece llamar con insistencia, le abren, entra corriendo, se cierra la puerta, desaparece el joven de la mochila. Se oyen ladridos y una voz de mujerona que ordena callar al perro. Al pasar al poco tiempo por delante de la puerta, el señor de hace un momento se detiene y pega el ojo, por breves instantes. ¿Por una mirilla, a través de la reja? Estamos demasiado lejos para poder confirmarlo. Enseguida sigue su paseo cuesta arriba y, dicho sea de paso, yo el mío. Miss Marple a nuestro lado es una aprendiz.