El auge y el éxtasis lo proporcionaron ayer la combinación de un inmenso cigarro habano, untuoso y parsimonioso, y la lectura de las Memorias de un señorito sevillano, de Javier de Winthuysen, uno de esos paseos por España que son un bálsamo para muchas cosas del tiempo presente y, en este caso, la viva demostración de lo polifacética que es la vida y de que ofrece riquezas sin fin, por poco que se sepa ver. El tormento y la caída han sido ambos el día de hoy: las energías chupadas ayer por el cigarro y vertidas en la lectura, no repuestas. Agudizaron la concentración y la sensibilidad, extraídas por el tabaco, para favorecer la conversación con don Javier, ayudadas por un par de dedales de oloroso seco. Se fueron luego en forma de volutas de humo. El oloroso tiene el color de la caoba, el color de la caja de cigarros con la que se confunde por las transparencias de la copa. O del vaso. Un vaso de "bon vin", dice el Arcipreste y no hay porque enmendarle la plana.
Tato (que con un esfuerzo se ha puesto fino)
Nota: algunas personas creen que no hay tal conversación con ningún autor muerto. Allá ellas. También dicen que es una cursilería la frase. Eso ya es otra cosa, a lo mejor hasta tienen razón. Hay gente pa to como dijo El Guerra.
Por ejemplo, una expresión fantástica con la que el padre de don Javier designaba a la gente con mucho dinero, pero ordinaria y avasalladora: Los canallas de levita.
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