Se
ríen la pavorras como brujas de un cuento de miedo, como si un aquelarre
goyesco estuviera formado al otro lado del pasillo. Dos enanas en minifalda con
las que me cruzo van hablando del fiestorro al que asistirán por la noche. La
más retaca y horrenda le dice a la amiga: cuando esté con la borrachera se va a
enterar… La palabra borrachera incorporada al vocabulario cotidiano, porque lo
que designa, la ebriedad etílica, ya no es algo excepcional, un accidente o un
incidente que nos causaría vergüenza, sino algo normal, que sucede con
regularidad, al salir, como parte de lo cotidiano. Pero no todo son risotadas
atroces. Le decía el otro día la camarera de uno de los bares de Nava al
ilustre polígrafo que le consideraba uno de los clientes más estimables y
distinguidos, por su erudita educación, por verle leer a veces. Al decirlo se
acercaba sinuosa, mirando fijamente y con la boca entreabierta. Bergamota un
poco turbado daba las gracias con frases sin rematar y, antes de que ella le
posara la mano sobre el muslo, salía corriendo.