El
Niño de la Palma está gordo y calvo, y aquello, ¡aquello pasó!
Las manos de Rafael el Gallo encendiendo un cigarro. |
Siendo
la vocación original de Cepogordo, habanera y cigarrera en general, no está mal
que de vez en cuando nos centremos de nuevo en el tema de dónde tomamos en su
día el título. Para contar las cosas con precisión, fue primero el título de
una revistilla de papel, de un papelajo, hace muchos años, cuando teníamos
todavía aspiraciones de vida de café, casi diría de café literario, creativo, de
bohemia a la suerte contraria, es decir, llevando corbata y fuamando habanos,
un doble escándalo. El título se lo puso Sanglier, tanto al papel como a la
reunión. A cada uno lo suyo. Esos humos absurdos, esas ínfulas de crear algo,
esas ganas de montar una tertulia al estilo clásico, pasaron. Se las llevo en
primer lugar la legislación, cuando la ministra rojilla y zafia, pero ministra,
prohibió fumar en locales públicos. Luego la crisis, que cerró para siempre el
lugar dónde nos reuníamos, el Hispano. Nos sentaban en una mesa del fondo y nos
dejaban cenar algo y luego fumar y fumar. La nube de humo azul que se formaba
era prodigiosa. Cerrado para siempre. Finalmente, y tal vez por encima de todo,
el no tener nada que decir fue fundamental para disolver la asamblea que
resultó ser un cascarón, toc, toc, toc. Y por supuesto, el tiempo, el viento,
la vida, y esas cosas. Quedó algún numerillo más del papelajo, tal vez uno, y su
título que luego se hizo digital.
Tertulia
verdadera, real, auténtica, fue la de José María de Cossío que tan
magistralmente retrata Antonio Díaz-Cañabate en su libro. La nómina de los que
acudían era impresionante, tanto como el ambiente de gente de bien que describe
el autor de Historia de una tertulia, que así se títula. Citemos de memoria a
Emilio García Gómez, Sebastián Miranda el escultor, Domingo Ortega, el propio
Cossío, por supuesto, a veces su hermano Francisco, Ignacio Zuluoga, el guitarrista
Regino Saínz de la Mata, Eugenio d’Ors, alguna vez Pedro Mourlane Michelena y
muchos más que no cito. Personalidad, personalidad, personalidad. Probablmente
lo que mas escasea en este tiempo tan gris y uniforme. En fin.
Es
fundamental no dejarse en el tintero, que en este caso es más bien teclado, a
la gente del toro. Pues se trataba de una tertulia en la que coincidían muchos
aficionados, sin ser por ello una tertulia necesariamente taurina. Pero el
asunto de los toros estaba muy presente, y podía centrar la conversación, la
tertulia, si se daban las condiciones. Por ejemplo si, además de Domingo Ortega
al que ya hemos citado, acudía Juan Belmonte, excelente conversador, alguno de
los Sánchez Mejías, ganaderos como José Escobar o Rafael “El Gallo”, hermano
mayor de Joselito, también apodado el divino calvo. Le recordamos en último
lugar, pero no por ir a la cola, al contrario. Asiduo de la reunión, es uno de
los personajes más y mejor retratado en el libro. Una personalidad
absolutamente única e irrepetible. Memorable resulta su encuentro con Baroja en
el taller de Sebastián Miranda. Pero no vamos a deternernos a glosar al
personaje, de sobra conocido y evocado por unos y otros con mucho más acierto
de lo que nosotros podamos lograr. Al libro de Díaz-Cañabate les remitimos.
Si
traemos aquí al Gallo es por su condición de extraordinario fumador de puros,
por ser un cepogordista al cuadrado, por merecer todos los premios que se le
pudieran dar relacionados con el tabaco y el fumeque. Dejemos que hablen
algunos párrafos de Historia de una tertulia:
(…) al hacer su
solemne aparición Rafael “el Gallo”, con su sombrero ancho negro, su pañuelito
de seda al cuello y su puro entre las manos cuidadas y finas, unas manos
dieciochescas estas de Rafael; al verlas, se explica uno que no quisiera
mancharlas con la sangre de los toros. Lleva una sortija primorosa, una hilera
de diminutos y oscuros rubíes aprisionada por dos aritos de platino; entre sus
dedos, el puro cobra una prestancia noble; ya no son habanos soberbios, de
vitola rubia impecable y aroma suave los que fuma Rafael, sino un faria, una
porra vulgar, que entre sus dedos de abate o de marqués se transforma, como si
los dedos fueran ébano que transmitieran la esencia de tantos y tantos vegueros
de la Vuelta de Abajo, consumidos a la largo de los años. (pág. 153).
-
¿A usted no le
gusta el vino Rafael?- le preguntan.
-
No, señor. Yo no
tengo más que un vicio, el tabaco; mejor dicho, los puros; si a mí me hubiera
gustado el vino, no sé lo que habría sido de mí; no habría salido jamás de una
taberna, porque me he pasado la vida en los estancos comprando puros. (pág. 206).
Famosos
son sus retratos fotográficos fumando, y no lo es menos la foto que les ponemos
a continuación, sentado entre Alvaro Domecq y Juan Belmonte.
Pues no es la que decíamos, es con Ortega. También tiene su aquél. |