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sábado, 7 de diciembre de 2024

TABACO. Nota tabaquera aparecida en el Heraldo de Nava hace pocos días. Se reproduce con permiso de su autor, Genaro García Mingo Emperador, publicista.

En una de sus novelas sobre Maigret, Simenon describe a un personaje que fuma unos cigarros de color negro conocidos como “clou de cercueil”, es decir, clavos de ataúd. Ahí es nada.

Otro asunto peliagudo es el del mascar tabaco, costumbre prácticamente desaparecida.

Encontramos la siguiente descripción:

Para mascar el tabaco (verbo impropio si los hubo pues no se masca, sino que se exprime por presión), se corta de la cuerda un trozo como de media pulgada, se enrosca, se introduce en la boca y con el índice se hunde en el lado izquierdo de ella entre las llamadas muelas del juicio. Un movimiento dulce e insensible de las mandíbulas tritura poco a poco el tabaco; de vez en cuando se da una vuelta a la mascadura con la lengua; cuando el tabaco no sabe a nada y parece paja se trae la pelota adelante, se aprieta entre la lengua y los dientes y se arroja.

El arte de fumar. Tabacología universal, por Leopoldo Garcia Ramón, Paris 1881, edición facsímil de editorial Maxtor.


En caso de que la descripción anterior no produzca el suficiente rechazo en quien la lea, se podrá rematar la jugada acudiendo a las descripciones que del hábito de mascar tabaco -y del constante escupir que lleva a aparejado- hace Dickens en su novela Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit. Insiste particularmente en ello en los capítulos que relatan las aventuras del protagonista en los Estados Unidos. La descripción inmisericorde que hace del país y de sus habitantes se encuentra constantemente aderezada y recrudecida por la general falta de higiene y en particular por todo lo relacionado con los esputos del tabaco.

Veamos un ejemplo en el que un personaje norteamericano reúne tanto la costumbre de mascar tabaco todo el día como la falta de higiene y de modales elementales. Es un párrafo del capítulo xxxiv, en la edición magnífica de Alba Editores: “Enfrente tenían a un caballero exaltado por el tabaco, con una barbita hecha de los desbordamientos de esa hierba que se habían secado en torno a la boca y la barbilla: un adorno tan común que apenas llamó la atención de Martín; pero ese buen ciudadano, ardiendo en deseos de afirmar su igualdad con los recién llegados, chupó el cuchillo y cortó con él la mantequilla, justo en el momento en que Martín iba a servirse un poco. Lo hizo con tal jugosidad que le habría revuelto las tripas a un carroñero.

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