Ya saben que ha muerto Cano, el fotógrafo taurino. Ciento tres años. Parece
que se le conocía cariñosamente como Canito, pero a nosotros nos gusta más lo
de Cano, que es más serio, de más empaque. Así es como firmaba sus fotos. Descanse
en paz. De fotógrafos taurinos nos habló en su día el dueño de Salvador. No es
que le conociéramos, ni tuviéramos especial trato con él. No vamos a darnos
pisto. Es que era amable y aficionado a la tertulia, dos grandes cualidades, y
como éramos la última mesa de la hora de comer de un viernes, a la salida nos
entretuvimos un poco y le preguntamos cosas. Ya se daría él cuenta de que
lidiaba con unos novatos, pero no por eso dejó de atendernos. Entre otras cosas
hizo una referencia a la fotografía taurina como profesión, comentando que “claro, hoy en día que cualquiera en la plaza
te saca una foto decente, eso se ha terminado. Como profesión me refiero. Yo a
algunos que vienen por aquí pues les sigo comprando, tengo montones, no me
caben ya. Es por echar una mano.” Algo sí fue lo que nos dijo. Lo que
teníamos que haber hecho era pedirle permiso para volver a sentarnos, pedir
otro café, pedirle a él que se sentara con nosotros, cerrar el local, encender
un cigarro grande, y luego charlar. Pero si no recuerdo mal algún prisucas debía
de haber en el grupo, alguno de esos que se sorprenden de que se hable con la
gente; uno de los que atienden todo el tiempo el móvil y, si no, lo miran ansiosos
de reojo; uno de los que se extrañan de que se siga acudiendo a la plaza de
toros y en el momento asegura, todo ancho y pelele, que los menores no pueden
entrar, que no es para ellos espectáculo tan fuerte o que se aburren; uno de
los que viven como encerrados en la manga de los corrales, corriendo todo el
tiempo ciegos hacia los chiqueros, para acabar encajonándose en los más entecos
y estrechos horizontes, reduciéndose a la condición de becerro productor. Un
gilipollas vamos. Pero el gilipollas debió de tirar del carro porque tenía
mucha prisa, muchas cosas que hacer, porque le habían puesto hora, porque vaya
usted a saber. Y los demás, más bobos entoavía,
le seguimos. Y luego el Sr. Blázquez se murió. La muerte de Cano coincide con
un año de presagios regulares para los aficionados a los toros: continúa el mono
encaste y se sigue podando inmisericorde la variedad de la cabaña brava; las
alternativas a lo de siempre, Victorino, Adolfo, parece que han iniciado una
evolución, fruto sin duda de la presión ambiente, hacia algo más manejable. La desgraciada
muerte de Victor Barrio es obra de la cornada de un toro de origen Santa Coloma,
lo que no hará sino marginar un poco más a esta línea de Vistahermosa. Las
terribles cogidas en las novilladas veraniegas de Las Ventas parecen indicar
(lo decimos con toda prudencia) una pésima preparación de los novilleros, poco
puestos, poco placeados, mentalizados para el toreo moderno, con el toro de vaivén que vacía las plazas porque es
aburrido y tiende a ser, además, feo. Y finalmente, para rematar, la
proliferación de los indultos –en días pasados a un toro de Victorino y a otro
de Adolfo, precisamente- que es casi el peor de los síntomas, porque revela que
el público ya no sabe lo que son los toros ni a lo que se va a la plaza. Esto
está en perfecta sintonía con la prohibición de matar al Toro Vega, perpetrada
por el PP de Castillo y León que esperamos que por fechorías como esta se lleve
su merecido y que allana el camino a todas las persecuciones. Aunque los
síntomas apuntados parecen indicar que las amenazas a la Fiesta provienen más
bien de su propia evolución que del acoso exterior. Pero bueno. Ya se sabe que desde el comienzo
de los tiempos, los Toros han estado siempre en crisis. La afición aguanta y la
juventud parece que se arrima. Trataremos de acudir a Bilbao en unos días a ver
a Ureña con los Victorinos.
A.B.
Cano con el actor Heston.