Es
tarea del cepogordismo militante no abandonar la confección de esa galería de Cepogordistas
Ilustres, espejo de Cepogordismo, en los que los profesos contemporáneos puedan
encontrar sostén en los momentos de duda y en general ánimos para no cejar en
el empeño de mantener viva esta moderna caballería andante que es la noble
causa, la imperecedera orden del Cepo Gordo. Y el Cepogordista novel, el
infante, el quinto, el recluta, la criança, tendrá así quien le guíe con su
ejemplo egregio, quien le sirva de modelo en este mundo de hoy tan falto de balizas,
tan deshecho, tan deconstruido por
los Derrida de turno y demás encantadores oscuros y tenebrosos nigromantes,
grandes sembradores de La Duda.
Añadimos
hoy un retrato a nuestra galería. Tiene que ser escrito porque no lo tenemos
pintado (todavía). Es el de un Cepogordista neto, radical, de raíz, medular. Su
nombre es Alonso Enríquez de Guzmán y andaba por estos mundos de Dios allá por
el siglo XVI. El Emperador, nuestro Carlos I, preparaba en Toledo su próximo
viaje a Italia. El día en que salían de la ciudad del Tajo hacia Barcelona,
nuestro caballero plantea al Emperador sus dudas sobre si acompañarle o no a
Bolonia. María del Carmen Vaquero Serrano, en su biografía de Garcilaso de La
Vega nos cuenta lo siguiente:
El
monarca le contestó: “Don Alonso, hazé lo que quisiéredes, que de lo uno o de
lo otro me terné de vos por servido y tan bien me podré servir de vos acá como
allá, y allá como acá”. Don Alonso entonces replicó: “Señor, pues determino de
esa manera: e matar antes conejos en un monte mío y comellos, que no que me
mate la mar y me coman los peces”. Y le besó la mano al monarca y se marchó
para Sevilla[1].
¿Hace falta dar muchas explicaciones? Para los más torpes demos algunas, pero pocas.
Brillan con todo su esplendor la sencillez y la gracia que adornan a todo Cepogordista. Ni vanas presunciones, ni ridículos ademanes, ni palabritas en otro idioma, ni saludos de parte de no sé quién. Cazar uno conejos…
Observe por otra parte, quien se apresure a calificar malamente la actitud de don Alonso, que la conversación es con el Emperador. Es decir, el cepogordista está en primera línea, ni un paso atrás, plenamente en el Mundo. Pero el cepogorsita no es servil, sabe lo que valen las vanidades del Mundo y lo poco que duran y sabe que las pequeñas satisfacciones que da la vida, pasear ese monte suyo, deben aprovecharse, al menos de vez en cuando. No todo es servir, no siempre al menos, no todo es servir a los reyes de este mundo, otra caso es al Señor del otro.
Por
último la querencia al secano, al monte, al conejillo a la cazadora o al
ajillo, al andarse los rastrojos, con el galgo corredor y el rocín mejor bien
comido que flaco en este caso, ha marcado mucho cierta línea cepogordista, que
todavía se mantiene.
Continuará
la galería.
[1] Garcilaso, príncipe de poetas.
Una biografía. María del Carmen Vaquero Serrano. Marcial Pons, colección Los
Hombres del Rey. [Una biografía y una maravilla, decimos nosotros]