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viernes, 25 de julio de 2014

GALERÍA DE CEPOGORDISTAS: don Alonso Enríquez de Guzmán.

Es tarea del cepogordismo militante no abandonar la confección de esa galería de Cepogordistas Ilustres, espejo de Cepogordismo, en los que los profesos contemporáneos puedan encontrar sostén en los momentos de duda y en general ánimos para no cejar en el empeño de mantener viva esta moderna caballería andante que es la noble causa, la imperecedera orden del Cepo Gordo. Y el Cepogordista novel, el infante, el quinto, el recluta, la criança, tendrá así quien le guíe con su ejemplo egregio, quien le sirva de modelo en este mundo de hoy tan falto de balizas, tan deshecho, tan deconstruido por los Derrida de turno y demás encantadores oscuros y tenebrosos nigromantes, grandes sembradores de La Duda.

Añadimos hoy un retrato a nuestra galería. Tiene que ser escrito porque no lo tenemos pintado (todavía). Es el de un Cepogordista neto, radical, de raíz, medular. Su nombre es Alonso Enríquez de Guzmán y andaba por estos mundos de Dios allá por el siglo XVI. El Emperador, nuestro Carlos I, preparaba en Toledo su próximo viaje a Italia. El día en que salían de la ciudad del Tajo hacia Barcelona, nuestro caballero plantea al Emperador sus dudas sobre si acompañarle o no a Bolonia. María del Carmen Vaquero Serrano, en su biografía de Garcilaso de La Vega nos cuenta lo siguiente:

El monarca le contestó: “Don Alonso, hazé lo que quisiéredes, que de lo uno o de lo otro me terné de vos por servido y tan bien me podré servir de vos acá como allá, y allá como acá”. Don Alonso entonces replicó: “Señor, pues determino de esa manera: e matar antes conejos en un monte mío y comellos, que no que me mate la mar y me coman los peces”. Y le besó la mano al monarca y se marchó para Sevilla[1].

¿Hace falta dar muchas explicaciones? Para los más torpes demos algunas, pero pocas.

Brillan con todo su esplendor la sencillez y la gracia que adornan a todo Cepogordista. Ni vanas presunciones, ni ridículos ademanes, ni palabritas en otro idioma, ni saludos de parte de no sé quién. Cazar uno conejos…

Observe por otra parte, quien se apresure a calificar malamente la actitud de don Alonso, que la conversación es con el Emperador. Es decir, el cepogordista está en primera línea, ni un paso atrás, plenamente en el Mundo. Pero el cepogorsita no es servil, sabe lo que valen las vanidades del Mundo y lo poco que duran y sabe que las pequeñas satisfacciones que da la vida, pasear ese monte suyo, deben aprovecharse, al menos de vez en cuando. No todo es servir, no siempre al menos, no todo es servir a los reyes de este mundo, otra caso es al Señor del otro.

Por último la querencia al secano, al monte, al conejillo a la cazadora o al ajillo, al andarse los rastrojos, con el galgo corredor y el rocín mejor bien comido que flaco en este caso, ha marcado mucho cierta línea cepogordista, que todavía se mantiene.

Continuará la galería.





[1] Garcilaso, príncipe de poetas. Una biografía. María del Carmen Vaquero Serrano. Marcial Pons, colección Los Hombres del Rey. [Una biografía y una maravilla, decimos nosotros]