Gesio Floro fue procurador romano de Judea cuando estalló la primera guerra judeo
romana contada por Flavio Josefo. A pesar de un nombre que a nosotros, que
somos de humor simplón, nos hace gracia - imaginamos a un romano regordete y
pasicorto-, parece que era un personaje irascible, autoritario y partidario,
según se dice, del puño de hierro. Tal vez desbordado por la situación, tal vez
impulsor de la misma por su actitud intransigente y poco dúctil, el caso es que
los primeros disturbios fueron creciendo y haciéndose más graves, hasta
convertirse en una inmensa revuelta que trajo la guerra. La guerra llevó al
asedio de Jerusalén por las legiones de Tito Vespasiano, la toma y saqueo de la
ciudad, el saqueo y la destrucción del templo, del que subsiste hoy, el muro de
las lamentaciones.
Algunos
años más tarde, en 1919, alguien mencionaba el asedio de Jerusalén en su
argumentación. Trotsky contestaba de esta manera a quien le escribía diciendo que
Moscú pasaba hambre: “Eso no es pasar
hambre. Cuando Tito sitió Jerusalén, las madres judías se comían a sus propios
hijos. Cuando yo consiga que las madres de Moscú comiencen a devorar a sus
hijos usted podrá venir a decirme: «Aquí pasamos hambre»”. Y todavía hoy
hay quien se dice trotskista, e incluso leninista. Contra esta gente el combate
no puede ser sino absoluto, implacable.