Vi en
París un día a un señor de excelente pinta, tal vez de mi quinta, que yo ya soy
como no me veo, con pantalones de pana de un verde encendido de magnífico paño,
sacudir la pipa sobre el talón del zapato. Presencié en directo un gesto a lo Maigret, civilizado,
pipero. Como la tienda de pipas del palacio real de la misma ciudad. Pipa al estilo Edgar P. Jacobs.
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martes, 20 de febrero de 2024
Pipismo parisino. A. Bergamota.
martes, 8 de mayo de 2018
EL PELAGATOS RABIA (una de cigarropipismo). Cortesía comos es habitual de Calvino de Liposthey.
[Una nota sobre tabaco extraída del dietario del gran polígrafo custodiado por el señor Liposthey.]
Todos los
fumadores de pipa, inconscientemente, aprietan las nalgas al fumar porque tienen
el secreto temor de que venga alguien y con la pipa les haga cierta cosa
nefanda.
Cuando el
pelagatos enciende un habano y a la tercera calada se da cuenta de que no quema
parejo, se enfada. Mira el cigarro, sopla sobre el pie del tabaco tratando de
extender la combustión hacia la parte que no se ha encendido. Se disgusta, se
impacienta. Enseguida asegura que el cigarro está mal fabricado, que no ha sido
bien torcido. Habla de castigos ejemplares. Es posible, a veces, que exista un
pequeño nudo que afecte a la combustión porque impide que el tiro abarque todo
el cigarro. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la culpa la tiene por
supuesto la impaciencia del pelagatos que no se toma las cosas con calma ni
presta atención al momento importante que es encender. Varias soluciones son
posibles: el vecino del pelagatos puede sacarse del bolsillo de la chaqueta unas
gigantescas tijeras, de esas de sastrería, y con un golpe rápido y seco,
procurando no llevarse las narices del energúmeno, cortar el cigarro del
pelagatos por la mitad, si es posible más cerca aún de la cabeza del puro, es
decir de los morros del quejica. Esto se debe hacer con rapidez y una sonrisa
fría, soltando la frase siguiente: Ya verá usted como ahora todo va mejor. Y no
se queje más por favor.
Una
alternativa también violenta seria levantarse, quitarle al pelagatos el cigarro
de la boca y tirarlo al suelo para a continuación pisarlo con rabia infantil.
¡Ya verá como ahora no tiene problemas de tiro!
Más señorial
sería acercarse con educación y ofrecer al atroz sujeto que abandone el puro
que no consigue fumar correctamente y que elija uno de nuestra gran petaca de
cuero de Rusia generosamente tendida. Sin que por supuesto este gesto pueda dar
pie a tuteo de ninguna clase. Le pediremos a Herminio que lo encienda para el
señor. No, no proteste, Herminio lo hace como se hacía antes, algo que veo
usted desconoce. Herminio encienda el cigarro. Herminio acerca la llama al
tabaco, lo mece suavemente y cuando se produce el humo con rapidez corta la
perilla y se lo tiende al pelagatos asombrado, para que este tire del cigarro
hasta asegurar el encendido definitivo.
Pero de todas las soluciones, sin duda la mejor
es enseñar al pelagatos a encender el cigarro correctamente.lunes, 3 de julio de 2017
lunes, 31 de octubre de 2016
Mejor en cajas de veinticinco.
Querido Tío,
Ayer estuve con mis primitos, que claro, puesto que yo soy su sobrino, también lo son ellos, sus sobrinos. Ya ve como me enredo yo sólo. Como siempre que les veo, le doy el parte. Supongo que ellos, cada uno por separado, harán lo mismo. Pero a ellos no les haga mucho caso. Ya sabe que yo soy más objetivo y le cuento las cosas sin filtrar, y sin segundas intenciones, solo para entretenerle. Y también para que los otros sobrinos no le enreden, hay que reconocerlo. A ver si nos vemos los cuatro juntos y así nos ahorramos la correspondencia. ¿Qué cómo están? Pues que quiere que le cuente, como siempre, pero con más años. Yo le pongo el diminutivo a primos por cariño, pero los años son los años. Esto significa que están más gruñones y rutinarios y un poco más feos. Con la edad la verdad es que no mejoran. No son como el buen vino. A pesar de que van bien empapados siempre de los mejores caldos. No me malinterprete. Con esto no quiero decir que sean unos borrachines, sino que se cuidan. Se cuidan bien a pesar de que son quejicosos y se lamentan enseguida por una cosa o por otra. Que si esto, que si lo otro. Con la edad hay que reconocer que tampoco han cogido el empaque y la solera de los grandes destilados que también consumen con moderación más bien escasa. Si acaso algo de la forma de las botellas redondas y panzonas y el color tirando a verde. Andan metidos en sus rutinas, como viejos funcionarios de remotas provincias y cualquier novedad les altera, les perturba, les hace dudar. Andan temerosos y timoratos, cada uno en su estilo, sopesando, calculando, suspirando. ¡Cuánto tardan en decidirse! Les falta poco para ser los reyes del parque de al lado de casa, con su kilo de alpiste. Pitas, pitas, pitas. Ya ve como está el patio. Tampoco se tome todo lo que le cuento al pie de la letra. Aunque mi descripción es precisa, rigurosa y objetiva, cargo un poco las tintas para darle color. ¡Claro que hablamos de usted querido Tío! Seguro que se estaba preguntando eso. Es un tema con el que se animan los dos y hasta se les encienden los ojillos y sacan una chispa de ingenio. Por un momento se les quita el aire de portera vieja. Aunque no siempre les entiendo las gracias. Ya sabe que discurro con parsimonia y ellos son más acerados y malignos. Por ejemplo, cuando dijeron eso de “A ver cuando se retrata el viejo lagarto”. Me quedé un poco sorprendido. Nunca se me ha ocurrido compararle con un lagarto y menos con un lagarto viejo. ¡Usted está hecho un crío querido Tío! Me quedé pensando. Se me aparecía la imagen de usted y sobre ella, adoptando sus rasgos, alternativamente se superponían el lúbrico león, rugiendo en la sabana, vigilando a las hembras, lánguidamente tumbado a la sombre de un árbol; el alegre y zumbón moscardón, un algo molesto es cierto, y como antihigiénico; y el enfurruñado gorrión copulador, de plumas grises y revueltas, dando brincos furiosos. Me quede un poco absorto pensando en todo esto, con tanta carga testicular. Ellos, malignos como le digo, esperaban que se me cayera el hilillo de baba. Pero no. Luego el gorrión se zampó al moscardón que daba alaridos y el león apresó al gorrión bajo su enorme pata relamiéndose y entonces volví en mí. Claro, ¡no se retrata porque no hay pintor que pueda hacerlo! Hoy el retrato clásico no se lleva ya como antes. Usted querido tío, para retratarle, no merecería menos que un pintor como Pepe Gutiérrez Solana. Ya estoy viendo la pintura: espesa, negra, con usted en traje de pana negra también, con aire de sacristán fúnebre, cetrino, y boina encasquetada hasta las orejas, tapando su pulido cráneo. Por Gutiérrez Solana tengo auténtica debilidad. Más aún como escritor. Describía el otro día un baile de máscaras protagonizado por gente baja y tiorras, cruzando un desmonte por Ventas, y me vinieron a la mente los primitos, sus sobrinos. Allí estaban, cada una con una máscara a cual más fea y graciosa. Una de borrico y la otra de marrano. Hacían ruidos mientras bailaban siguiendo el entierro de la sardina y bebiendo morapio. Ya ve usted las cosas de la imaginación. Les dije que Pepe Solana ya estaba muerto y que seguramente por eso el Tito, el querido Tío, no se retrataba. Se les puso una cara como agria, ya sabe cómo son en cuanto no se les hace la pelota. ¡Sólo les gusta que les rían las gracias! Se pusieron a murmurar. Dijeron algo como que “a retratarse al Serengueti”. Me costó un poco reaccionar. He consultado el teléfono. Se trata de un gran desierto. Lo recorrió en coche un periodista polaco en los años sesenta. Está por las cataratas Victoria, en el África. El polaco dice en su libro que aquello es como el jardín del Edén antes de la llegada del hombre, la Creación en el momento anterior a que Dios pusiera a Adán. Así que vea usted como le quieren los sobris. Para ellos es usted el nuevo Adán del Serengueti. Le ven a usted allí, entre las fieras, como gran padre del Mundo, en pelota picada. Esto último es lo que no acabo de ver. Pero no quise preguntar más porque no paraban de refunfuñar abriendo mucho los ojos y mirando como enfurecidos la caja que me dio usted ayer. Estoy muy contento. Aunque me gustan más de veinticinco, ya la se lo dije querido Tío, tiene usted mala memoria. Hoyo de Monterrey siempre me ha gustado. Se lo dije a los primos. También les dije que es la segunda vez que me regala Hoyo (abrieron un poco más los ojos) pero que en la variedad está el gusto y que para la próxima vez, es mi santo enseguida, le he pedido Partagás. Me gusta mucho Partagás. Acuérdese querido Tío, en caja de veinticinco y cuanto mayor el calibre mejor. Acuérdese de la que me regaló para mi cumpleaños, esos cigarrones grandes, los Lusitania. La caja es preciosa y como es tan grande la tengo llena recortes de prensa, lápices y caramelos, con un compartimento para cada cosa que fabriqué pegando las láminas de cedro de las cajas que me ha ido regalando, querido Tío. No sé porque los primos iban poniendo mala cara. Sinceramente, y aunque no me gusta decir estas cosas, creo que tienen envidia de mi afición a las manualidades y de lo bien que se me dan. Ellos aficiones, ya sabe, más bien pocas. Quejicotear. Eso sí, el fumeque les gusta. Eso sí, y mucho. Vea si no. Me preguntaron con mucho interés y con una sonrisa, bueno, media sonrisa, que los cigarros dónde los tenía, que me querían ayudar a conservarlos bien para asegurarse de que no se me secaran. En el fondo son buenos chicos. Les dije que no hacía falta, que los cigarros en casa no se secan porque me los fumo todos. Se quedaron como pasmados. Como no decían nada me despedí muy educado. Hemos quedado en vernos pronto así que enseguida le volveré a dar noticias, querido Tío. Las reuniones familiares son algo estupendo. Esperamos contar con usted la próxima vez.
Ayer estuve con mis primitos, que claro, puesto que yo soy su sobrino, también lo son ellos, sus sobrinos. Ya ve como me enredo yo sólo. Como siempre que les veo, le doy el parte. Supongo que ellos, cada uno por separado, harán lo mismo. Pero a ellos no les haga mucho caso. Ya sabe que yo soy más objetivo y le cuento las cosas sin filtrar, y sin segundas intenciones, solo para entretenerle. Y también para que los otros sobrinos no le enreden, hay que reconocerlo. A ver si nos vemos los cuatro juntos y así nos ahorramos la correspondencia. ¿Qué cómo están? Pues que quiere que le cuente, como siempre, pero con más años. Yo le pongo el diminutivo a primos por cariño, pero los años son los años. Esto significa que están más gruñones y rutinarios y un poco más feos. Con la edad la verdad es que no mejoran. No son como el buen vino. A pesar de que van bien empapados siempre de los mejores caldos. No me malinterprete. Con esto no quiero decir que sean unos borrachines, sino que se cuidan. Se cuidan bien a pesar de que son quejicosos y se lamentan enseguida por una cosa o por otra. Que si esto, que si lo otro. Con la edad hay que reconocer que tampoco han cogido el empaque y la solera de los grandes destilados que también consumen con moderación más bien escasa. Si acaso algo de la forma de las botellas redondas y panzonas y el color tirando a verde. Andan metidos en sus rutinas, como viejos funcionarios de remotas provincias y cualquier novedad les altera, les perturba, les hace dudar. Andan temerosos y timoratos, cada uno en su estilo, sopesando, calculando, suspirando. ¡Cuánto tardan en decidirse! Les falta poco para ser los reyes del parque de al lado de casa, con su kilo de alpiste. Pitas, pitas, pitas. Ya ve como está el patio. Tampoco se tome todo lo que le cuento al pie de la letra. Aunque mi descripción es precisa, rigurosa y objetiva, cargo un poco las tintas para darle color. ¡Claro que hablamos de usted querido Tío! Seguro que se estaba preguntando eso. Es un tema con el que se animan los dos y hasta se les encienden los ojillos y sacan una chispa de ingenio. Por un momento se les quita el aire de portera vieja. Aunque no siempre les entiendo las gracias. Ya sabe que discurro con parsimonia y ellos son más acerados y malignos. Por ejemplo, cuando dijeron eso de “A ver cuando se retrata el viejo lagarto”. Me quedé un poco sorprendido. Nunca se me ha ocurrido compararle con un lagarto y menos con un lagarto viejo. ¡Usted está hecho un crío querido Tío! Me quedé pensando. Se me aparecía la imagen de usted y sobre ella, adoptando sus rasgos, alternativamente se superponían el lúbrico león, rugiendo en la sabana, vigilando a las hembras, lánguidamente tumbado a la sombre de un árbol; el alegre y zumbón moscardón, un algo molesto es cierto, y como antihigiénico; y el enfurruñado gorrión copulador, de plumas grises y revueltas, dando brincos furiosos. Me quede un poco absorto pensando en todo esto, con tanta carga testicular. Ellos, malignos como le digo, esperaban que se me cayera el hilillo de baba. Pero no. Luego el gorrión se zampó al moscardón que daba alaridos y el león apresó al gorrión bajo su enorme pata relamiéndose y entonces volví en mí. Claro, ¡no se retrata porque no hay pintor que pueda hacerlo! Hoy el retrato clásico no se lleva ya como antes. Usted querido tío, para retratarle, no merecería menos que un pintor como Pepe Gutiérrez Solana. Ya estoy viendo la pintura: espesa, negra, con usted en traje de pana negra también, con aire de sacristán fúnebre, cetrino, y boina encasquetada hasta las orejas, tapando su pulido cráneo. Por Gutiérrez Solana tengo auténtica debilidad. Más aún como escritor. Describía el otro día un baile de máscaras protagonizado por gente baja y tiorras, cruzando un desmonte por Ventas, y me vinieron a la mente los primitos, sus sobrinos. Allí estaban, cada una con una máscara a cual más fea y graciosa. Una de borrico y la otra de marrano. Hacían ruidos mientras bailaban siguiendo el entierro de la sardina y bebiendo morapio. Ya ve usted las cosas de la imaginación. Les dije que Pepe Solana ya estaba muerto y que seguramente por eso el Tito, el querido Tío, no se retrataba. Se les puso una cara como agria, ya sabe cómo son en cuanto no se les hace la pelota. ¡Sólo les gusta que les rían las gracias! Se pusieron a murmurar. Dijeron algo como que “a retratarse al Serengueti”. Me costó un poco reaccionar. He consultado el teléfono. Se trata de un gran desierto. Lo recorrió en coche un periodista polaco en los años sesenta. Está por las cataratas Victoria, en el África. El polaco dice en su libro que aquello es como el jardín del Edén antes de la llegada del hombre, la Creación en el momento anterior a que Dios pusiera a Adán. Así que vea usted como le quieren los sobris. Para ellos es usted el nuevo Adán del Serengueti. Le ven a usted allí, entre las fieras, como gran padre del Mundo, en pelota picada. Esto último es lo que no acabo de ver. Pero no quise preguntar más porque no paraban de refunfuñar abriendo mucho los ojos y mirando como enfurecidos la caja que me dio usted ayer. Estoy muy contento. Aunque me gustan más de veinticinco, ya la se lo dije querido Tío, tiene usted mala memoria. Hoyo de Monterrey siempre me ha gustado. Se lo dije a los primos. También les dije que es la segunda vez que me regala Hoyo (abrieron un poco más los ojos) pero que en la variedad está el gusto y que para la próxima vez, es mi santo enseguida, le he pedido Partagás. Me gusta mucho Partagás. Acuérdese querido Tío, en caja de veinticinco y cuanto mayor el calibre mejor. Acuérdese de la que me regaló para mi cumpleaños, esos cigarrones grandes, los Lusitania. La caja es preciosa y como es tan grande la tengo llena recortes de prensa, lápices y caramelos, con un compartimento para cada cosa que fabriqué pegando las láminas de cedro de las cajas que me ha ido regalando, querido Tío. No sé porque los primos iban poniendo mala cara. Sinceramente, y aunque no me gusta decir estas cosas, creo que tienen envidia de mi afición a las manualidades y de lo bien que se me dan. Ellos aficiones, ya sabe, más bien pocas. Quejicotear. Eso sí, el fumeque les gusta. Eso sí, y mucho. Vea si no. Me preguntaron con mucho interés y con una sonrisa, bueno, media sonrisa, que los cigarros dónde los tenía, que me querían ayudar a conservarlos bien para asegurarse de que no se me secaran. En el fondo son buenos chicos. Les dije que no hacía falta, que los cigarros en casa no se secan porque me los fumo todos. Se quedaron como pasmados. Como no decían nada me despedí muy educado. Hemos quedado en vernos pronto así que enseguida le volveré a dar noticias, querido Tío. Las reuniones familiares son algo estupendo. Esperamos contar con usted la próxima vez.
Reciba un afectuoso abrazo de su sobrio preferido,
Genaro G.M.
(Post data: acuérdese que son más bonitas las grandes cajas de
veinticinco cigarros que las de diez).
sábado, 8 de octubre de 2016
PIPISMO (silva de varia lección).
Varia de pipismo.
Entre las cartas recibidas animándonos a volver a distribuir Cepo
alguna contenía sugerencias de posibles temáticas cepogordistas. Una de ellas
quería algo así como historias de una pipita cerda. Esto es intolerable, y como
es lógico la carta con tan fea sugerencia ha ido a parar al tacho, al cubo de
la basura vamos. Sin embargo la cuestión pipista, a secas, siempre es sugerente
y damos a continuación algún material selecto, y tabién disperso, aprovechando que con la llegada
del otoño, la pipa parece recuperar un lugar más natural, más sereno, entre los
hábitos del fumador. Empezamos.
Pipa antigua.
La carga de caballería que decidió la batalla de Rossbach dio comienzo
con un gesto ciertamente teatral, a la par que simbólico. El general prusiano
Seydlitz para dar la señal de lanzarse al galope lanzó su pipa encendida al
aire. No hizo falta más. El gesto podría glosarse largamente. Imaginemos al
soldado fumando a caballo, en silencio, esperando el momento. Detrás de él, los
regimientos formados esperando la orden que no ha de tardar. Es noviembre y
hace frío. Las volutas de humo blanquecino apenas se distinguen sobre el cielo lechoso
de aquél día y el olor del tabaco se mezcla con el de los animales inquietos. Etcétera. Era el año de 1757. Sin necesidad de extenderse, no hay
duda de que llega sin dificultad al corazón de todo cigarropipista. Damos a
continuación dos imágenes del célebre momento, tomadas del óleo pintado por el
pintor romántico Anton von Werner.
Más cercano a nosotros, y desde luego no se trata de un terrible prusiano, el escritor
John Le Carré enciende su pipa, de lado.
Colección particular.
A continuación, bonitos dibujos alusivos al arte del fumeque pipista, cedidos graciosamente por un coleccionista que nos pide que no divulguemos su nombre. Le preocupa que intenten robarle, hay mucho apache suelto.
Honoré.
A continuación, bonitos dibujos alusivos al arte del fumeque pipista, cedidos graciosamente por un coleccionista que nos pide que no divulguemos su nombre. Le preocupa que intenten robarle, hay mucho apache suelto.
Honoré.
Lobo de mar.
Para finalizar un pipista de la Armada, que podrán ver ustedes si se
acercan a nuestro Museo de la Marina. Me indican que hay uno parecido en la
sala de la Marina del castillo de Moulinsart.
- Aunque el calor no se va, lo cierto es que ya está aquí la luz del otoño.
- ¡Pero hombre! ¡Por favor! Califique hombre, califique. Diga por ejemplo: ya está aquí la suave luz otoñal, la dulzura otoñal que todavía…
- Gilipollas. Ya está calificado.
miércoles, 6 de julio de 2016
Pipismo crítico.
La Pipa. La cuestión de la pipa no es el habano, ni mucho menos. En la pipa
priman sin duda la belleza del gesto y del objeto sobre el fumar. Belleza,
estética, gesto, no es poca cosa. Pero fumar, fumar, el habano. Porque el
habano tiene como supremo atributo, la lentitud, la languidez, el tiempo
suspenso.
jueves, 20 de febrero de 2014
CIGARROPIPISMO: nueva seccion técnica. CAPÍTULO I: HIGIENE DE LA PIPA.
A la espera de recibir más noticias de la Fundación Tato, Cepogordo no quiere detener su promoción del cigarropipismo. Para estrenar esta serie de entradas más técnicas hemos acudido a los trabajos de un sabio extranjero que vive retirado y rara vez se deja ver. Alrededor de su retiro se han tejido toda suerte de leyendas, que si vive entregado al cuidado de una anciana tía de la que espera heredar, o entregado -una modalidad distinta de entrega- al desenfreno de una hetaira que le arruina. Se trata en todo caso de rumores a los que no daremos difusión. Dudamos además de que nadie tenga información fidedigna pues nadie le ve, nadie le ha visto en años. Nosotros nos comunicamos por carta y todavía nos asombra haber recibido contestación. Por el texto que verán el viejo está en forma. Uno de los grandes especialistas actuales, uno de los popes del cigarropipismo contemporáneo. Uno de los alicientes de esta serie será el ir publicando, además de los extraordinarios textos del sabio, toda una galería de las apariencias que se le atribuyen o que se le han ido atribuyendo a lo largo del tiempo, como a un profesor Moriarti del cigarropipismo, de textos certeros y personalidad enigmática. Les dejamos con el profesor J. Z. Fox (Jetró Zabulón Fox), no sin antes una advertencia. Puesto que traducimos los textos del idioma nativo del profesor J. Z. Fox, puede haber giros que sorprendan a nuestros lectores o alusiones a determinadas cuestiones más propias de un entorno cultural algo distinto al nuestro, que desconcierten al cigarropipista ibérico (como botón de muestras ciertas alusiones a la ducha en esta primera entrega). Les dejamos con el profesor Fox, apodado por sus compañeros de fumada ibérica, en tiempos, antes de su misteriosa volatilización, "Cazoleta".
NOTA PARA LA HIGIENE DE LA PIPA, por el profesor J. Z. Fox.
La RAE, en su primera acepción, define la pipa como:
“Utensilio para fumar, consistente en un tubo terminado en un recipiente, en que se coloca y enciende el tabaco picado u otra sustancia, cuyo humo se aspira por el extremo de la boquilla del tubo.”
La pipa requiere un mínimo de cuidado, su limpieza es necesaria para poder disfrutar del tabaco que se quiere fumar. Cada maestrillo tiene su librillo y todo en la vida es experimentar, los hay que no la limpian porque: “limpiar la pipa es como hacer el amor después de la ducha”, como se ve cada uno sigue su instinto y preferencias.
1ª.- Comienzo o fin de la fumada.- La defino así porque se puede llevar a cabo antes de empezar a fumar o al terminar. Lo suyo es hacerla nada más terminar la fumada, previo reposo de la pipa en frio.
Hay que limpiar con una escobilla, la caña y la boquilla. Así se eliminan los restos de saliva-alcoholes y la nicotina. Si da mucha pereza se puede hacer cada dos o tres fumadas, depende de la sensibilidad del fumador a la nicotina y al aroma de la labor.
La boquilla exterior se puede pasar bajo el agua, ojo deberá de quedar completamente seca, para evitar que la pipa tenga humedad y la fumada sea desagradable. Los puristas no lo recomiendan porque se oxida la boquilla y adquiere es tono blanquecino. Puede dar un poco de aceite de oliva para que recupere el color, reitero no se fuma el aceite de oliva, tenga cuidado.
2ª.- Una vez a la semana o cada 15 días: hay que limpiar la cazoleta, donde se deposita la labor que será fumada. Es una tarea delicada, que se hará con un escariador, no hay que eliminar toda la capa de carbón de la cazoleta, so pena de quemar la pipa.
Esta limpieza es fundamental para que la pipa no coja mal sabor - acumulación de la capa de carbón de diferentes labores-, y que la cazoleta mantenga su capacidad de carga.
La limpieza de la cazoleta se llevará a cabo en función del uso que se dé a la pipa y de la mezcla de las diferentes labores que se vayan a fumar.
Otros fumadores, para mantener el interior de la cazoleta limpia, pasan en su interior un pañuelo de papel,- impregnado o no en alcohol. Desaconsejo limpiar el interior de la cazoleta muy a menudo con alcohol, se corre el riesgo de estropear la cazoleta.
3ª.- Limpieza Anual.- Si al fumar su pipa nota que siempre tiene el mismo sabor, aunque cambie de tabaco, use esta técnica de limpieza, antes de tirar la pipa. No la he probado, así que no puedo garantizar su resultado.
Hay que eliminar de la pipa los aromas y olores acumulados, para ello, se llena la pipa de sal fina y se añaden unas gotas de alcohol, que empapará la sal, se deja reposar entre 24 horas y 48 horas.
El alcohol deshace la nicotina, que es absorbida por la sal y esta adquiere un color marrón.
Una vez vaciada la sal, puede volver a fumar su pipa como si fuese nueva.
[Continuará]
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