Llegó sin previo aviso una mañana de otoño. Se detuvo junto a la cancela del jardín. A su espalda el asfalto mojado sobre el que se reflejaba la tenue luz de una solitaria farola. Se levantó una suave brisa que agitaba las lilas dobladas por el aguacero. Sólo se escuchaba el rumor quejoso de las olas chocando contra el pretil. Desde la ventana de su dormitorio Casilda miraba absorta la figura alargada enmarcada por las luces rosadas y amarillas del amarecer. Estaba aterrada, no podía gritar ni apartarse del cristal, una fuerza desconocida la empujaba a mantener fija la mirada en la figura inmóvil del visitante.
Pasaron unos minutos eternos y en su cerebro comenzó a tomar forma una extraña idea.
¡Le resultaban tan armoniosas sus formas alargadas!, ¡tan profunda su mirada verde azulada! ¡tan enigmática su sonrisa!
Percibió el rumor en sus mejillas, y el casi imperceptible endurecimiento de sus menudos pezones. Después de todo, quizá resultaba posible amar a un extraterrestre.
Pasaron unos minutos eternos y en su cerebro comenzó a tomar forma una extraña idea.
¡Le resultaban tan armoniosas sus formas alargadas!, ¡tan profunda su mirada verde azulada! ¡tan enigmática su sonrisa!
Percibió el rumor en sus mejillas, y el casi imperceptible endurecimiento de sus menudos pezones. Después de todo, quizá resultaba posible amar a un extraterrestre.
Esto se sale de madre, ahora la erotica ufologa, pobre vecinita.
ResponderEliminarNo se sale de madre hombre, se sale de planeta...ya ere hora que los carcas estos experimentaran con otras realidades
EliminarPor favor, no diga amar cuando quiere decir chingar. Chingarse a la panchita.
ResponderEliminarPor lo demás, si le importa, que supongo que no, buen relato.
ResponderEliminarCasilda no es nombre de panchita, Sr. Panchito.
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