Acudimos ayer a los toros, para despedirnos de la feria de San Isidro con la corrida de Miura. Se oye a la banda tocar desde el tendido, es domingo, y los alrededores de la plaza son un bullir de gente, se presiente un lleno de no hay billetes. Uno de los pocos de la feria. Llena Miura. Antigüedad, 1849. Vemos llegar al crítico que con tanta inteligencia escribe en un periódico de los grandes, hoy que tan mal y tan interesadamente se escribe de toros. El viento le despeina la corona de pelo blanco que recompone con gesto rápido mientras habla con su acompañante, un chico joven al que va explicando una cosa y otra. La plaza tomada por el muslismo contemporáneo. Esperando en Fleming, muslismo con pamela, la sombra del buen doctor parecía alagarse más de la cuenta y maliciosa hacia el muslismo con pamela o pamelomuslismo. Como el viernes pasado, cae el sol a plomo y los tendidos, la plaza entera, están abarrotados. No queda papel dicen a nuestra espalda. Tarde también de extraordinarios cigarrones, público de trabuco y sombrero panamá. En la grada dónde nos sentamos, el muslismo contemporáneo degenera en grosero-muslismo: tres tiorras distraídas se han venido a la plaza en pijama encogido, espectáculo de desaliño poco edificante y más bien sucio. Afortunadamente lo que ocurre en el ruedo capta toda nuestra atención. De seis toros cuatro de bandera y el sexto, de peor condición, humillaba cuando iba toreado. Los cuatro primeros se arrancaban de lejos al caballo, con alegría y poder, empujando con fijeza metiendo los riñones, meneando el rabo. En general muy castigados en varas. Humillaban sin mañas ni malicia ni sentido, con poder. Pero parece que pesó más la leyenda de la divisa y ninguno de los diestros se decidió a aprovechar la ocasión. Tal vez, como en el día de Vitorino, se tratara de una terna que llega hasta dónde llega, es decir con limitaciones técnicas muy claras, con un techo que no logran superar. Con honradez y valor para ponerse delante de estas corridas, pero en una paradoja que es hoy habitual, de alguna manera abocados a no poder sacarles partido, a no triunfar con ellas. El quinto fue devuelto por escaso de fuerzas y con gran prisa por parte de la presidencia que otros días espera y espera. Según un comentario del corrillo de aficionados a la salida de la plaza “había que chulear a Miura”. Como siempre la cuadrilla de Javier Castaño, a excepción de Tito Sandoval mal ayer, dio una exhibición de excelente lidia y toreo entregado, con saber antiguo, a grabado de La Lidia, estampa de majeza goyesca. Ver a Marco Galán colocar los toros en suerte de un solo capotazo amplio y sin violencia, es impresionante. Fernando Sánchez y David Adalid banderillearon poniendo a la plaza de pie. A nuestra espalda un grupo de aficionados de Tarancón pegan la hebra con nosotros y acaban ofreciendo bocadillo, torta de Tarancón y trago de la bota. Cuando al banderillear al sexto se va por fin el sol, un vecino de localidad suelta socarrón a los amigos: no os quejaréis, precios de sol y ahora da la sombra…
Leemos por la noche la crítica que hace Vincente Zabala junior a la tarde de los “Vitorinos”. Viene a ser un texto que bebe en el mismo espíritu que tanto parece escandalizarle. Reprocha al público, al que llama masa, haber convertido la plaza en un circo cruel, y lo hace denigrando al ganado y al ganadero con la misma violencia y saña irracionales que reprocha a la masa. Con el agravante de que se le suponen a él condiciones y conocimiento suficientes para ver algo más, para ayudarnos a indagar y discernir en lo visto. Su crítica es un bajonazo infame, un despachar la tarde con la misma violencia y grosería respecto de la ganadería que fue la de cierta parte del público al pitar tan injustamente a los toreros. Que diferencia con Andrés Amorós. En su artículo en el ABC nos encontramos con una crítica serena y lúcida, en la que como modestamente lo hacíamos ayer, expresa su desacuerdo con las pitadas del público –salvando como nosotros sobre todo a Ferrera y Aguilar-, explicando que se trataba de una corrida muy difícil, pero que por otra parte no es posible que se echen todas las tardes toros sin casta, sin fuerza, sin las condiciones básicas del toro de lidia, si es que el toro debe ser la base de la Fiesta (sobre lo que no puede haber ninguna duda). El cigarro nos ha durado seis toros, una auténtica trompeta de Sancho Panza para una estupenda tarde de toros. En fin.
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