Dice Calvino de Liposthey que habrá que contar algún día las tardes de toros del gran Bergamota, de las que da muchas pistas, espigadas aquí y hallá, el material que con paciencia de escribano antiguo va desgranando el devoto biógrafo, y hasta cierto punto, reconocerlo es de justicia, hagiógrafo, de nuestro protagonista, el gran Alcides Bergamota, el grande. Veamos algún ejemplo, sacado de uno de los numerosos cuadernos de apuntes bergamotianos que se conservan en la biblioteca de Nava de Goliardos. NAVA, así sin ese, narices.
Algunos tabacos de pipa huelen extraordinariamente, tanto en la lata como al prender, pero en conjunta la pipa seca los morros.
A la salida de los toros, un grupo de aficionados nobles, encastados pero también con algo de genio, declaran su enfado por lo visto, el estado del público, de la plaza, de España. Teniendo parte de razón o mucha, en cuanto a público y plaza, quizá lo visto en el ruedo no nos desagrada tanto como a ellos. Hablando de que al poco tiempo de adquirido lo de Juan Pedro Domecq se les va de las manos a los nuevos ganaderos, lo explican diciendo que es que ahí dentro, en ese ganado, están metidas todas las castas y que sin la receta original –que sólo tiene el vendedor que transmite las reses pero no libros genealógicos, historia, etc.- enseguida se modifica la mezcla y sale por dónde menos se espera. Hacen toda clase de bromas sobre el símil de la cocina, la receta, el coctel, etc.
Gazpacho al vinagre revirado, con espanto de tropezones a la grasa y cadaver de hortaliza.
Marmitaco con k a la infamia harinosa, en mortaja de pez muerto.
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