Sonaron
los tres golpecitos secos de siempre y quedó fijada la escarpia. No necesitaba
más Doroteo que había colgado personalmente toda la galería de retratos que
adornaba el rincón literario del Café de Nava de Goliardos.
- Ya
era hora de tener aquí a Pepe Conrad, dijo satisfecho Doroteo, dando un paso
atrás para asegurarse de que el pequeño retrato no colgaba torcido.
- Desde
luego –le contestó Tato- pero lo de llamarle Pepe no sé si me parece excesivo,
tanta familiaridad con un señor tan serio…
- Quite,
quite, ya sabe que así tratamos a todos los que acceden a este rincón de
ilustrísimos, además, haberle leído entero, de proa a popa, como quien dice, le
permite a uno concederse ciertas licencias.
- La
verdad es que sólo por El duelo, ese extraordinario relato, se habría ganado el
lugar más alto en el podio del bien contar.
- Sin
duda, con ese retrato extraordinario, en cuatro pinceladas sueltas, del viejo
emigrado vuelto a la Francia de la restauración, el caballero de Valmassigue.
Por
casualidades de la disposición del lugar, a Pepe Conrad le cupo en suerte
colgar cerca de una fotografía de don Luis Fernández Salcedo.
Oiga,
pero es que no tienen nada que ver. Ya lo sabemos hombre, no diga obviedades.
Lo que ocurre es que los dos, cada uno en lo suyo, son maestros.
Que maravilla, no hay comentarios, el orate callado.
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