domingo, 21 de julio de 2019

Museo de pinturas. La tercera del Heraldo de Nava, por Genaro García Mingo.


Don García de Medici todo lo preside desde su pequeño marco en la inmensa sala. Nada turba desde hace siglos la rosada carnación de sus mofletes soberbios, los bucles rubios de refinado infante. Es hijo de la hermosa Leonor de Toledo. Leonor, que vino a la Italia, a la Florencia de los Medici y dio al duque la numerosa descendencia que este ansiaba, y pudo sujetar el voluble humor de su consorte, introvertido y colérico. Leonor de Toledo, hija de don Pedro, Virrey de Nápoles. La sonoridad de su nombre evoca por si sola las más altas cumbre de nuestra historia. El refinamiento de su porte aristocrático, inmortalizado por uno de sus pintores, el Bronzino, nos impresiona. Mantiene a conveniente distancia a quien se acerca atraído por su belleza.

En nada nos extrañan, por tanto, el porte, la mirada, los bucles de don García. Si animamos un poco el hierático retrato cortesano, veremos que don García tiene un aire con un punto cómico, don García de Medici, niño de tres años, pequeño adulto por esa vestimenta de corte, encarnadas sedas, cuello bordado de perlas, rico collar. Es algo consentido, tal vez gruñón a ratos, como delata el ligero mohín de su boca regordeta, pero también risueño y despierto. La flor del azahar de su mano derecha recuerda su pureza infantil. Lo que no le impide mirar severamente a quien se para a contemplarle. Su refinada presencia es un recordatorio sencillo de que no todas las cosas son como nos las quieren pintar. Le mira un señor con el pelo pintando de verde y vestido con una camiseta de baloncesto. Resiste poco tiempo la mirada  de don García. Luego se acercan unas chicas muy mal vestidas las pobres, una flacucha, la otra desparramada, su único adorno son los cascos que les ha prestado el museo, pues la poca belleza que pudieran tener de nacimiento bien disimulada la llevan, si es que existió alguna vez. La mirada de don García se hace más severa. ¡Quien las ha dejado pasar vestidas de esta guisa! ¡Ellas se ríen con impertinente descaro del noble infante!

La presencia de don García parece recordarnos que si somos iguales a los ojos de Dios, y deberíamos serlo ante las leyes –cosa que va siendo dudosa- ahí se acaban los emparejamientos, porque para lo demás, la cuna, la educación, el pulimiento, las maneras y la sensibilidad, más a menudo separan que igualan, en un mundo en el que ya son raros los que aspiran a lo mejor, a elevarse, y multitud los que se afanan en arrastrar a los demás al fango en el que les complace revolcarse. ¿Oiga pero usted quien se cree que es? ¡Ya ha saltado el primero!

 

Pasaron los años y la malaria se llevó a don García, como se llevó a otros mortales, sin hacer distinciones. Lo que ni quita ni pone a lo anterior, simplemente lo confirma.
- ¿Qué quieren ustedes? nos dice don García de Medici. Es la pura realidad.



3 comentarios:

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